Ser gay siempre ha sido un deporte extremo y fotografiar desnudos masculinos una ofensa para la sociedad. En cualquiera de los dos casos, la anatomía del hombre se siente violentada cuando no violenta en sí misma. Tuvieron que pasar años, décadas y sobre todo revoluciones de pensamiento para que el cuerpo no femenino también se incluyera en las esferas del arte, la publicidad e incluso la apreciación estético-amorosa del diario. Aunque parezca evidente e innegable un privilegio de libertad en el sujeto masculino frente a las mujeres, esa supuesta soltura o desenfado, voluntad sin cadenas para andar donde se quiera o con quien se quiera, en realidad guardaba otro tipo de estigmas, condicionamientos, repudios, normas y obligaciones. Sobre todo si no se cumplía con el propósito de ser un hombre por completo –en muchos espacios la hombría se define a partir de la heterosexualidad todavía– o el cuerpo se mostraba con intenciones eróticas, pues al parecer sólo la anatomía femenina estaba dispuesta a ello.
Para narrar uno de los pasos en este proceso todavía sin acabar, basta con mirar las fotografías de Bob Mizer, pionero del porno gay contemporáneo y la visión seductora hacia el hombre. Por supuesto, habiendo desarrollado su trabajo en la década de los 50 y 60, no pudo hacerlo con la desfachatez incuestionable que gozamos hoy; tuvo que encontrar diferentes y camuflados medios para: 1) saciar a un público sin herramientas visuales de sus pasiones, 2) no insultar a las masas o levantar sospechas exacerbadas a partir de un genital central en idiosincrasia pero censurado en la plástica y 3) equiparar al género masculino con el femenino como objetos de lujuria, deseo y utilización carnal. Aunque nunca fue intención declarada en Mizer, podemos deducir que en un mundo abarrotado de chicas Pin-up, hacía bastante falta encontrar su contrapeso para otros gustos.
Claro, ese equilibrio no podía tratarse sin cuidado. Todo debía mimetizarse con las exigencias de su tiempo. ¿Y cuáles eran dichas interpretaciones y sus mejores escenarios para no armar un gran escándalo? Que los hombres se mantuvieran viriles, que aún mostrándose seductores no cayeran en la sobreactuación dadivosa, que enviaran un mensaje claro mas no directo y no quebraran con los estándares de la relación intermasculina. En otras palabras: que se rigieran todavía por las leyes de la heterosexualidad para no caer en una otredad mucho más peligrosa que la femenina.
¿El resultado final? Una colección de fotografías que inaugurarían una revista gay disfrazada de deportes y salud masculina –la “Physique Pictorial”–, una carrera de cinco décadas capaz de inspirar producciones como la de David Hockney y Robert Mapplethorpe y que extendería sin límites un espectáculo consolidado del fisicoculturismo y develaría en múltiples niveles lo hipócrita e hipersexualizada que era la civilización norteamericana de su época.
Con un poco de obscenidad, viajando del taparrabos al desnudo completo, oscilando entre las tomas clásicas de la escultura a los extreme close ups del sexo, y siempre echando mano de composiciones exquisitas que hacen a la mente masturbarse con ideas sobre la amistad y sus clandestinidades, el esclavismo, el juego o la ilegalidad; el trabajo de Mizer no tiene precedentes pero sí una resonancia en todo lo que conocemos actualmente como gay pride y erotismo de diversidad.
Entre sus muchas aportaciones se encuentra la pulcritud en blanco y negro para fotografiar penes y testículos, hasta hoy agresivos a la vista; la presencia de Arnold Schwarzenegger en el imaginario pop, uno de los modelos más importantes para Warhol y el mundo del espectáculo artístico (Joe Dallesandro); la inclusión de personajes negros en contextos de conflicto racial y la desmitificación del homosexual no varonil. Si bien este último punto puede entenderse también ofensivo o servil a las demandas de la heterosexualidad, algo que no podemos negar es que sus retratos estereotípicos abrieron la discusión en torno a las conexiones entre sexualidad, género, orientaciones, preferencias, etcétera.
Desde 1945, atravesando los caóticos años 50 para las buenas costumbres, y llegando a los jóvenes e inquietos 90, Bob Mizer inauguró una fotografía del cuerpo como nunca hubo otra; creó y cobijó a un público homosexual que no tenía hogar, satisfizo a un sector femenino que apenas descubría a la par sus posibilidades de placer y dotó al hombre de un cualidad que no debería ser jamás deshonrosa o malinterpretada: la del objeto sexual. Puedes visitar el sitio oficial de la Bob Mizer Foundation para ver su trabajo global, o revisar el trabajo de Matt Lambert en Fotografías que te harán cuestionar tu sexualidad y otras Fotografías que demuestran el lado vulnerable, delicado y erótico que todos los hombres esconden.
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