“Días de celebraciones y rezos, de rendir culto y tributo. De hacer ofrendas y altares dedicados a la protagonista de estos días, a la Señora, a la dueña de los rezos de los devotos asistentes. Se trata de la Niña Blanca, también conocida como la Santa Muerte”.
Mario Domínguez
Así inicia el fotógrafo Mario Dominguez su relato acerca de la ofrenda que se realiza en las calles de Tepito a la Santa Muerte, figura criticada y venerada que se muestra para muchos como símbolo de esperanza e incluso milagros ante las situaciones difíciles; sin embargo, también ha sido el trasfondo de muchas historias terribles que se desatan en crímenes. Aquí el resto del relato, que muestra las formas y los percances en el mundo de este culto.
El día 31 de octubre inicia un ciclo de 3 días para rendir culto y tributo. Es un ambiente familiar, de rendir ofrendas. Hay movimiento durante todo el día y la noche sobre la calle de alfarería, en el corazón de la Ciudad de México. Llegan los mariachis, hay pasteles y tamales, también regalos de aquellos a los que se les escucharon su plegarias. Todo mundo acude aunque sea con una pequeña imagen de la Santa, o figuras de ella de 170 cm de altura, tallada en madera y transportada desde Ecatepec por metro y micro, por alrededor de 35 kilos. La fiesta sigue y muchos seguidores se preparan para pasar la noche, otros tantos recién aparecen.
Después de asistir al aniversario el día 31, vuelvo con Juan a las celebraciones y al rosario por la Santa Muerte o Niña Blanca. Tomamos rumbo desde el metro Copilco. Juan comienza a grabar a manera de crónica el traslado, después de un transbordo y unas cuantas estaciones, llegamos a nuestro destino: Tepito. Los olores se mezclan en el ambiente, desde la basura en las calles, hasta la mota, el chemo y el mezcal que impregnan el andar. Llegamos para escuchar el rosario del 1 de noviembre. Él graba, yo hago algunas fotos, cada uno toma un rumbo pero ambos escuchamos y hacemos nuestras peticiones.
Son las últimas palabras del predicador, cuando se escuchan cerca de siete tiros, parecen cuetes pero de a poco comienza la dispersión de los presentes hasta volverse en una fuerte estampida humana, la gente cae, los gritos de pánico comienzan, así como la búsqueda de aquellos niños que se quedan en el camino. Gritos desesperados y manos que ofrecen ayuda.
Viene la calma, la gente regresa, regresamos. Los altares y ofrendas que los devotos de la Milagrosa colocan en la calle desaparecen, ya no están ahí. Ahora es mas bien una recolección de piezas rotas o perdidas. No hay más celebración, es un estado de shock a baja escala (quizá no tan baja), la gente grita por sus niños, la mayoría van apareciendo. Se respira mucha confusión, pero también hay mucha atención hacia el otro.
Recorro la calle hacia la próxima cuadra y me encuentro con una pequeña congregación alrededor del cuerpo de un joven de aproximadamente 20 años. Gritos y llanto, siguen llegando elementos de la policía pero no generan nada, no resuelven nada. Aparece una tardía ambulancia que al ver todo el alboroto decide huir. La gente se organiza para llevar el cuerpo, aún con vida, al hospital más cercano. A lo lejos, la voz solemne y desencajada de Doña Queta, pero también calmada, hace un llamado a abandonar el lugar. La gente se va dispersando pero busca poder reconstruir lo que queda de sus altares a su Niña Blanca.