Cuando Erika Lust saltó a la escena pública con sus películas pornográficas de corte visual cuidado y rebosantes en comparación con la mayoría de cintas del género, de historia más allá de la penetración, muchos espectadores, la inmensa mayoría de ellos hombres, no dudaron en satanizar las creaciones de la directora de origen sueco afincada en Barcelona desde el año 2000. El porno debía, según ellos, trabajar a favor de su onanismo, y era inconcebible que la cámara pasara demasiados segundos centrándose en el placer y orgasmo femenino. En otra línea muy distinta, también fueron numerosos los que encumbraron a la directora, considerándola una revolucionaria dentro de este sector cinematográfico siempre plagado de estereotipos tanto de género como de poder. Ni tanto, ni tan poco.
Erika Lust, 2014
El tiempo ha dado la razón a Lust en su intento por alejar del género pornográfico el significado etimológico de la palabra pornografía, y su éxito ha sido avalado por numerosas películas entre las cuales, Cabaret Desire, es la más representativa pues es la única que mantiene una estructura unitaria pese a estar formada por cuatro episodios diferenciados.
Empleando una atmósfera tanto estética como cromática cercana a ciertas películas del pornógrafo francés Marc Dorcel, la directora sueca nos plantea la historia de un cabaret al que jóvenes treintañeros de clase social alta acuden para oír las historias eróticas que los poetas del local cuentan. Por un par de monedas, los asistentes al cabaret escucharán el relato de una chica rusa que seduce a una mujer y un hombre que se llaman igual; el cuento de una historiadora del arte que roba cuadros en casas de ricos y que en una de sus acciones acaba manteniendo relaciones sexuales con una de sus víctimas; el episodio de una joven a la que sus amigos, al cumplir treinta años le preparan una pasional cita con un hombre al que desea profundamente, o la narración del reencuentro amoroso y sexual entre dos antiguos amantes.
En todo momento, Lust intenta mostrarnos una pornografía distinta a la tradición abanderada por Nacho Vidal o Rocco Siffredi. Se acabaron las humillantes eyaculaciones en la cara y la visión de la mujer como un objeto al servicio del hombre. En Cabaret Desire los actores trabajan (por orden de la propia directora) con espontaneidad e intentan crear un clima de intimidad muy inusual en este ámbito cinematográfico. Se crean así bellas escenas de sexo que resultan excitantes tanto para mujeres (el público potencial de Erika Lust) como para hombres.
Del mismo modo, y a diferencia del cine pornográfico norteamericano del Valle de San Fernando, donde las escenas sexuales priman por encima del argumento, Erika Lust recoge la herencia pornográfica italiana de cineastas como Marco Salieri y trabaja a partir del tabú. En su caso, sin embargo, se trata de lo que podríamos llamar un “tabú light” que en realidad no experimenta en profundidad con lo verdaderamente prohibido.
Con todo, no es lícito hablar de una verdadera revolución en el cine de Lust. Pese a que en la cinta una de sus protagonistas dice “a la mierda los estereotipos y las etiquetas”, lo cierto es que Cabaret Desire está plagada de lugares comunes ampliamente tratados por el cine. En su voluntad de vindicarse como la directora que graba verdaderas relaciones sexuales, Lust se olvida de que no todo el mundo vive en casas de lujo que parecen directamente importadas de las revistas de interiores; no todo el mundo se pasa la vida brindando con champán, ni todos los barceloneses viven en los barrios “más a la última” de la ciudad europea.
No sabemos si por centrarse en demasía en las escenas de sexo, Erika Lust desatiende la narración. En ocasiones vemos escenas del todo marcianas, que alguien que vive en Barcelona, sabe que son imposibles: ¿una chica y un chico bebiendo vino en el parque de la Ciutadella? Eso por lo menos contraviene dos normas de la ordenanza municipal, por muy guapos y ricos que sean los dos personajes. En el cine porno convencional no sería un problema grave, aunque, cuando la directora sueca se posiciona como una pornógrafa que va un paso más allá, debería ser capaz de controlar todos los planos de la trama.
Cabaret Desire se queda entonces en una película porno de estética cuidad que modifica los roles de hombres y mujeres a los que nos tiene acostumbrados este género. Pero, no es ni por asomo, lo revolucionaria que sus defensores (seguramente los mismo burgueses protagonistas de la cinta) creen o pretenden que sea.