“Porque todos tenemos una historia que contar… solo que a nadie le interesa escucharla”.
Seis millones de almas que se mueven en la bulliciosa capital de Tailandia. Entre su amable gente, el infernal calor y la asfixiante humedad, Bangkok puede ser el cielo y el infierno al mismo tiempo, y Pai lo sabe…
La historia de Pai comenzó cuando el tejado de su casa se vino abajo:
“Me dijeron que era un trabajo agradable y con buena paga. Se trataba de trabajar en un restaurante-bar de la calle de PatPong”.
Tailandia se ha convertido, para los turistas sexuales, en la puerta de entrada al corazón de la prostitución, siendo uno de los destinos preferidos de los pedófilos. Basta saber que de los 60 millones de habitantes, se calcula que hay más de 500 mil hombres, mujeres, niñas y niños que se dedican a la prostitución.
“Falag” que significa “Turista”, es la primer palabra que aprendes en Bangkok, mientras te fusionas con los transeúntes de aquella ciudad moderna, en medio de grandes rascacielos y pagodas que se alternan casi simultáneamente por la ciudad. Tailandia, en los últimos años, ha crecido considerablemente hasta llegar a ser el centro político, social y económico de Indochina y el Sudeste Asiático; proporcionándole a la ciudad de Bangkok el estatus de ciudad global gracias al turismo, ya que este representa cerca del 60 por ciento del producto interno bruto, dejando alrededor de 2 mil 200 millones de dólares anuales, de los que más del 70 por ciento son gracias a la prostitución.
Mujeres de Hong Kong, Birmania y China han sido introducidas a Tailandia para ejercer la prostitución, mientras las mujeres del norte de Tailandia viajan a la capital buscando mejores oportunidades de crecimiento económico, siendo así presas fáciles de los traficantes de blancas que se esconden en todo el país, quienes ofrecen entre 3 mil y 7 mil Bahts ( 85-200 dólares) por mujer o niña.
Jad vivía en la montaña de Akha cuando fue vendida a los diez años por 2 mil bahts (55 dolares)
Pai tenía 16 años cuando se trasladó desde Isaán hasta Bangkok, para trabajar en una fábrica textil:
“La última vez que vi a mi madre fue cuando me daba dinero para el billete de autobús hacia Bangkok. Tenía lágrimas en los ojos… Creo que sabía que perdía a una hija”.
Pai y Jad actualmente trabajan como “camareras de barra” en un bar de la calle de PatPong… Porque, como dice el refrán de Oriente: “Todas las calles llevan a PatPong”.
PatPong es una calle corta y concurrida, situada en el corazón de Bangkok, donde en los años 60, durante la Guerra de Vietnam, el departamento de defensa de Estados Unidos uso esta calle como centro de “recreación y relajación” para sus soldados estadounidenses, quienes luchaban en el vecino Vietnam, estableciendo principalmente clubes de prostitución en el barrio de PatPong, situado entre las calles de Silom y Suriwomg. Durante más de una década esta calle albergaba los deseos más oscuros de aquellos soldados norteamericanos. Y no fue hasta finalizar la Guerra de Vietnam, en 1975, cuando los “turistas sexuales” suplieron a los militares, convirtiendo la calle de PatPong en la zona roja mas famosa del mundo. Porque al caer la noche esta calle se transforma en un abrir y cerrar de ojos de mariposa a larva; con transexuales saltando velozmente de acera en acera; mujeres con poca ropa invitan a los transeúntes a algún bar cercano, mientras las falsificaciones más perfectas se cuelgan a la vista de los turistas; los restaurantes de comida típica tailandesa y las farmacias en cada esquina no faltan, mientras los perros callejeros esperan una miga que caiga del cielo, todo esto ocurre mientras las luces cegadoras de color neón con siluetas de chicas, invitan a los turistas a adentrarse a las profundidades inimaginables del espectáculo nocturno sexual de Bangkok; desde lanzar pelotas de ping-pong, silbar y fumar puros con la vagina, hasta elegir a dos mujeres de entre mas de treinta, y recrear la fantasía sexual de un menage a trois, por 80 dólares.
Pai se habia trasladó a Bangkok con la ilusión de trabajar en una fábrica textil y así poder ahorrar y levantar el tejado de la casa de su madre. Tal es el caso de Pai, Khaek y la mayoría de las mujeres que actualmente trabajan en PatPong, quienes en primera instancia fueron obligadas a prostituirse, pero luego su decisión de seguir en el oficio más viejo del mundo fue tomada deliberadamente. Uno de los principales factores que orillan a estas mujeres a continuar en la prostitución es la pobreza extrema que invade al país, ya que un gran número de familias tailandesas sobreviven con menos de un euro diario.
Khaek asegura que para algunas mujeres, trabajar en el sector sexual les abre las oportunidades, ya que según ellas es mas fácil poder marcharse al extranjero o incluso casarse con un forastero:
“Si se compara con otros empleos, trabajar en PatPong es mucho mejor, porque podemos ir maravillosamente vestidas, ganamos mucho dinero y aparte no se exige experiencia previa (risas)”.
En la mayoría de los bares y clubes nocturnos de PatPong se exige a las empleadas una disponibilidad para satisfacer los “deseos de sus clientes”. Y para Pai no fue diferente; la primera vez que satisfago el deseo de un cliente tenia 16 años y recibió 10 mil bahts:
“Con ellos le compre un tejado y un arrozal a mi madre”.
Un factor importante para que los turistas sexuales busquen cada vez mujeres mas jóvenes que oscilen entre los 14 y los 19 años, se debe al incremento de contagios de enfermedades de transmisión sexual, como es el caso del SIDA. Gracias a esta inmadurez sexual que muchas de ellas tienen a tan corta edad y quienes incluso aún son vírgenes, les da a los turistas sexuales la confianza de no usar condón, incrementando en las jóvenes tailandesas la posibilidad de contraer enfermedades sexuales o incluso quedar embarazadas.
En el restaurante-bar donde Pai trabajaba, le dieron una bolsa de arroz y un portazo en la cara, cuando informo que había quedado embarazada de un “Falag”:
“Llegó una noche, sobre el baño húmedo de mi pequeño cuarto. Lo llamé Mae. No es hijo de un Falag… Mae es mío, mío y del destino”.
Pai y Mae pasan las tardes en el Parque Lumphini del centro de Bangkok, viendo a los patos mecerse en el lago y si hay suerte hasta ven pasar algún lagarto que va rumbo a su estanque. Mae hace la tarea solo, calienta la cena solo y se cepilla los dientes solo.
“El futuro en los ojos budistas es un mundo de ilusión, donde sólo existe el presente”. Pai
Pai regresa a casa de madrugada y antes de besar la frente de Mae, deja correr el agua de la regadera sobre su cuerpo, enterrando los deseos hambrientos de cada “Falag” que paga 50 dólares por ella. A veces el único pecado es haber nacido en el lugar equivocado…”Porque todos tenemos una historia que contar, solo que a nadie le interesa escucharla”.
Fotografia/Edición: Alberto Ancona/ Paulina Zanatta.
Hacemos un especial agradecimiento a Alberto Ancona, quien ayudó a la autora a capturar las imágenes que le hubieran sido imposible de obtener. (Los nombres de los personajes de esta historia fueron modificados).