Sergey Sivyakov
Para pensar, la mujer se recuesta sobre una silla de oficina, posa un dedo sobre su labio y pone los del pie derecho sobre la mesa. Debe ser complicado pensar en esa postura. No sé. Tal vez sea yo quién no esté acostumbrado. No soy del tipo flexible; así que, para sentirme bien, me convenzo de que cualquier pose diferente a la éticamente preestablecida (espalda recta, peso sobre las nalgas, etc.) es intransigente y subversiva, y debe ser castigada con dolores en la espalda baja.
Luego recuerdo que esto es una fotografía, y lo más probable es que ella no haya decidido esa postura. Me tranquilizo; la perdono y aplaudo su valor. Qué complicado debe ser pensar y mirar a la cámara al tiempo; cuidando que la postura en que han decidido poner tus músculos no decida rebelarse; cuidando no ponerte nerviosa ni excitada, porque ambos estados te harán sudar; cuidando de no mandar todo al carajo porque lo cierto es que las nalgas son más cómodas que el coxis.
Hasta el más nimio detalle ha sido dispuesto por un dictador de la postura (a veces les llaman fotógrafos de moda); despojándola de sus costumbres, es decir, de su esencia y exponiendo sólo su existencia cárnica.
Sabe ella, porque es una profesional, que no quedará plasmada en su propio cuerpo; que será sustituida por la mente de un dictador que utilizará su columna recostada, su dedo sobre el labio, su pie sobre la mesa como medio de comunicación para su idea abstracta. Sabe también, que las personas que miren la fotografía plasmaran sus costumbres (eróticas o no) en su existencia; el concepto de objeto del prójimo. Al final su existencia será su belleza y de su esencia quedará únicamente, su buena voluntad.
Quizás ella esté pensando todo esto desde esa inmóvil incomodidad; recostada en la silla, dedos del pie sobre la mesa y uno de la mano en el labio. Quizá.