“Todos enviamos fotos de nuestros cuerpos desnudos a nuestras parejas, es algo que forma parte de ser una persona hoy”, así, Erin Riley convierte esas imágenes eróticas en una nueva manera para expresar, vivir su sexualidad y mostrarse plena ante un auditorio repleto. Después de enviar esa imagen por el celular, las adapta y convierte en tapices, nunca antes de enviarlas, nunca sin que su pareja las reciba. Es parte de un diálogo real entre la artista, el espectador y su pareja.
Un momento privado que alguien mira atrevidamente entre las cortinas casi transparentes, las que no permiten que veamos todo, una barrera impenetrable que por más que buscamos romper, no conseguimos traspasar. La enigmática lucha por descubrir un rostro incompleto, puesto que, todos sabemos, el sexting se hace siempre sin dejar que descubran nuestro rostro. El sexting se convierte en un juego erótico y los tapices de Riley los retratan tan sumidos en esa sensualidad, que con sutileza nos demuestran los límites entre los espacios virtuales y reales.
Nunca antes expresadas en tela y mucho menos como tapetes, su medio de expresión causa revuelo porque se convierte en una de las primeras artistas en hacerlo. Una nueva manera de ver la selfie. Las fotografías se recrean en una textura diferente, con líneas que simulan distorsión y ruido en una imagen antigua que hace reaccionar de manera distinta en los espectadores. No son fotos ni pinturas, son obras tejidas a mano.
Riley siempre había visto a los tapetes como un objeto elitista, sólo para personas ricas o con poder, típicos de los más antiguos castillos. Pero al contrario de lo que imaginaba, los unió con la cultura punk y el “hazlo tú mismo” y logró crear lienzos de expresión únicos, en los que podía realizar todo lo que quisiera. Así, los tapetes que nos parecen tan cotidianos se convirtieron en un objeto subversivo a ese arte monopolizado.
Cada uno de sus tapetes varían radicalmente en el tiempo de creación, desde dos días hasta un mes, dependiendo del tamaño de la obra. Autorretratos en su mayoría, muchas de sus obras también pertenecen a Internet y algunas más, a fanáticas que le piden ansiosamente retratar la sensualidad de su cuerpo para hacer un homenaje a la sexualidad femenina.
Momentos reales en los que cada mujer se siente absoluta, completa y extremadamente sensual son plasmados en sus imágenes. La barrera entre lo público y lo privado se borra, no existe más y nuestro espacio personal es invadido y documentado ante nuestros propios ojos, que más tarde mandarán esa información a espacios que nunca imaginamos, en posesión de alguien que, tal vez, no teníamos previsto y pronto, tal vez, se conviertan en una diversión de varios cientos de personas.
Después Riley cambió un poco la técnica y realizó capturas de pantalla de películas porno en el momento clímax. Siempre en búsqueda de imágenes que sean un testigo de la hermosa figura de las mujeres y aquellas que puedan interpretarse correctamente en el lenguaje de la tapicería.
Cuando encuentra la imagen perfecta no queda más que volverla a trazar en un largo pedazo de cartón que después servirá como guía para sus tejido. Después debe poner listo el telar, teñir el hilo, prepararlo y comenzar a tejer, termina sus creaciones, corta el telar, les hace un dobladillo y se prepara para armarlos. Aprendió a tejer en secundaria y tuvo su primera máquina de coser cuando tenía ocho años, se obsesionó tanto que exploró con otros materiales textiles para hacer ropa hasta la universidad, momento en el que aprendió a tejer y a tapizar.
Ahora con treinta años, Erin Riley recuerda las cámaras pixeleadas desde hace 15 años y piensa en las obras museísticas que muestran esculturas desnudas desde el Renacimiento hasta la actualidad. Mientras que una figura clásica ha quedado obsoleta, las fotografías y selfies se convierten en una reinterpretación del desnudo moderno.
En busca del amor y la aceptación nos recuerda que existimos y podemos salir de nuestras mentes. Ser mujer es complicado pero al mismo tiempo una ventaja que le permite acercarse a los momentos más íntimos de las mujeres. Erin Riley busca retratar todas las siluetas y curvas pues esto es mucho más divertido que sólo tejer líneas. Sus retratos revelan y ocultan el cuerpo y las emociones, esto es lo que los hace completamente eróticos.
En este momento la artista trabaja en tapicerías a gran escala, autorretratos y momentos pornográficos que lleven al espectador al clímax. Entre la abstracción y la mezcla de colores representa un desafío permanente y divertido, en el que las mujeres son su única inspiración. Su estudio se encuentra en Brooklyn. Ha ganado ocho premios y participado en más de 20 exposiciones.
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