Escribir sobre fotografía pretendiendo abarcar todo lo que ésta pueda provocar en cada uno de los espectadores implica uno de los actos más hipócritas hacia los lectores y al mismo fotógrafo a reseñar. Sobre todo si estas imágenes tienen como protagonista un cuerpo que sólo con su mirada transmite un montón de sentimientos diferentes, capaces de generar emociones diversas en cada individuo que llegue a postrarse frente a ellas.
Finalmente, no podemos apartarnos de la idea de que cada cuadro retrata a una persona capaz de percibir y transmitir una infinidad de sensaciones, así que limitar una serie fotográfica a un sólo concepto es también limitar la corporalidad de alguien y ceñirla a un sólo estado anímico incapaz de mutar o generar discursos diferentes alrededor de sí. Visto desde otro punto, esta idea fija sería el equivalente a ver un sombrero en donde el Principito de Antoine de Saint-Exupéry dibujó un elefante dentro de una serpiente.
Aunque, pensándolo detenidamente, esto es lo que hemos estado haciendo con el cuerpo masculino desde hace siglos al relacionarlo con la fuerza bruta y el trabajo. Los estigmas que persiguen al hombre le impiden explotar su lado sensible y, más aún, la sensualidad que implica su desnudes antes apreciada por los griegos, quienes no reparaban en esculpir cada pliegue y músculo de su figura en el blanco mármol.
Quizá nunca encontremos ese punto de ruptura en el que el hombre fue desprendido de su carácter provocativo para convertirse en la máquina de producción por excelencia. Sin embargo, lo único de lo que podemos tener certeza es que en este momento están apareciendo artistas que se preocupan por reivindicar la imagen masculina, regresándole ese carácter de elemento no sólo estético sino sensitivo, clave para la creación de una obra de arte.
Fotógrafos como Marwane Pallas nos enseñan que incluso dentro de la censura, la figura masculina es capaz de alcanzar un grado erótico generado a partir de lo prohibido y el misterio; eso que está ahí invitando a sus espectadores al pecado. Entonces, éste se convierte en bestia y regresa a ese punto en el que la naturaleza lo reclama como suyo y lo incorpora a un paisaje en el que sus movimientos bien podrían ser los de un inocente cervatillo o feroz lobo acechando con una lenta e hipnótica danza.
En la colección de imágenes que este fotógrafo ha generado a lo largo de su carrera se pueden apreciar desde militares hasta flores, algo que nos habla de la fragilidad que se esconde dentro de un cuerpo embravecido, no por convicción sino porque fue obligado a adoptar una postura agresiva frente el mundo para ocultar su sensibilidad natural.
De alguna manera, Pallas rompe con la perspectiva del género masculino y crea un discurso totalmente nuevo. Definiéndola desde un punto más sensible, que otorga profundidad a través de a exaltación de las sombras o el brillo exagerado del paisaje que rodea a los protagonistas de sus fotografías.
Marwane rompe incluso con el prejuicio al uso de programas de edición, hace más sencilla la labor de un fotógrafo, pues retoca sus tomas a modo de otorgarles el mismo dramatismo que tendría un trabajo al óleo. Este artista se las arregla para mostrar esa enigmática dualidad de la figura masculina, para poder sobrevivir en un mundo tan hostil junto a los que han ganado su eterna confianza.
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Alejarnos de los prejuicios y mirar todo desde un punto más natural sea las bases para lograr llegar a una comprensión más o menos completa de la figura masculina. Alejandola de su carácter de maquina de producción masiva y verla como una entidad capaz de transmitir sensualidad y una fuerte conexión con la naturaleza. Algo que evoca en nosotros una sensación de serenidad y armonía con el mundo.