Todas las palabras que nos hagan sentir deseo y todos los roces que nos provoquen sensaciones similares a la de sueños húmedos son parte de nuestro imaginario erótico. Inocentes, caemos ante el peligro amoroso, ante las caricias pausadas que rozan cada parte de nuestro cuerpo, ante el toque penetrante e intenso de un miembro duro que se coloca en el lugar idóneo para hacernos disfrutar de placer.
Entre sombras y una luz tenue que se adentra en la imagen, nuestra mente hace el resto para crear una fantasía llena de gemidos y humedad. La psique puede más que las palabras y la locura se desata en un simbolismo que involucra todo aquello que tomamos como referentes culturales.
Aparecen pulpos, tiburones, volcanes e imágenes poco realistas de lo que esperamos en la habitación, qué más da, en ese universo de permite crear (y disfrutar) cualquier cosa. Mientras más pervertidas sean, mayor el placer. Aunque no nos atrevamos, aunque nuestra sexualidad aún sea tabú, la mente hace y deshace cualquier pretensión o prohibición.
Aquellos que alguna vez alucinaron (o alucinan) con la cultura asiática, saben que el erotismo llega en formas surrealistas, parecidas a ensueños vívidos que muestran un placer un poco más depravado. Son conscientes de que para llegar al éxtasis a veces es necesario utilizar cualquier herramienta, ya sea sangre como en algunas cintas gore o referentes visuales inmorales.
Si el momento lo requiere, son capaces de pensar en poses sugestivas de aquellos que alguna vez fueron sus héroes de la infancia. Es sencillo tener una imagen sugerente, casi depravada que encienda los botones adecuados.
¿Qué es lo más excitante?
La pregunta es tan subjetiva como válidas son todas las respuestas.
Algunos asegurarán que es suficiente un intenso color rojo para sentir la lascivia acercándose a su ser y su pareja. Otros, más gráficos, sólo podrán pensar en la voluptuosidad de un cuerpo femenino o un falo erecto que conozca las zonas adecuadas dónde posarse y permanecer.
Para los asiáticos, el sexo se convierte en un tabú que causa desasosiego. Cabinas, espacios privados, hentai y más prácticas, permiten que desfoguen sus cuerpos sin la culpa que late en su interior, tal vez por todas las ideas que se les han impuesto una sociedad conservadora.
Que uno de ellos grite, “¡me gusta el sexo!”, es casi imposible… pero se agradecen las pequeñas muestras de rebeldía. Sin vergüenza, represión ni oscuridad ellos liberan sus fantasías como sea posible. Como muestra, el trabajo del artista Pigo Lin, nacido en la isla de Taiwan, ilustraciones en las que de forma simple intentan hacer frente a la represión que vive la sociedad.
El sexo, según Pigo Lin, se crea a través de fuertes lazos entre lo psicológico y lo físico. Con sus obras pretende satisfacer sus fantasías pero, por supuesto, para este artista asiático es fundamental cumplirlas: “Tengo que reconocer que estas obras representan mis deseos, de hecho quiero hacer estas cosas en la realidad. Las emociones casi ocultas son fuertes y aprietan, poco a poco, mi corazón que se queda sin aliento. Lo único que puedo hacer es sacarlas y dejar que el viento sea como el deseo de una serpiente, capaz de relajarse a la fuerza para que pueda seguir llamando al siguiente aliento”.
Aunque algunas imágenes resultan machistas, otras hacen énfasis en la fuerza femenina. El contraste, del mismo modo que en las series y caricaturas japonesas, nos muestran sólo un lado exagerado de la realidad, ideal para preguntarnos qué, entre toda la gama de posibilidades, nos gusta, atrae y es placentero.
El erotismo, la locura y el sadismo están presentes en cada imagen, mismas que a algunos les parecerán subversivas y a otros simplemente irritantes.
Si quieres conocer más sobre el trabajo de Pigo Lin, visita su página aquí.