En el documental “First Contact: The Lost Tribes of the Amazon”, material que se enfocó en la recopilación de datos sobre algunas tribus primitivas que viven a las orillas del Río Amazonas, el antropólogo José Carlos Meirelles hace un estudio sobre los comportamientos y costumbres de sus habitantes para intentar crear una conexión y acercarlos a la civilización.
Las pláticas con los originarios de esas zonas revelaron un intenso miedo a que fueran atacados por individuos con mejores recursos. El principal punto de atención que señala el líder de la expedición, es el hecho de que estos grupos atacan localidades desprotegidas para robar comida, pero también para llevarse la mayor cantidad de ropa posible.
Su vestimenta tradicional consiste en un simple hilo que sostiene sus penes, pero se notan mucho más felices cuando tienen la vestimenta que usamos nosotros comúnmente. Para los aborígenes significa menos sufrimiento ante la intemperie por no contar con los medios para fabricar su propia ropa, pero entre los espectadores nace una duda más grande. ¿Por qué los necesitamos además de protección?
A lo largo de la historia han nacido diferentes teorías de por qué los seres humanos tenemos la necesidad de usar ropa y principalmente, por qué queremos ocultar nuestros órganos sexuales.
No hay manera de determinar con certeza cuál fue el momento en que comenzamos a vestir o a manufacturar diferentes prendas. Científicos afirman que los humanos fueron los únicos sobrevivientes de distintas especies primitivas que comenzaron a cubrir sus cuerpos con diferentes propósitos desde hace más de 650 mil años. La razón principal por la que se ha justificado su uso, ha sido para protección de los distintos elementos naturales, pero puede ir más allá de eso.
Bajo el previo contexto existe una teoría que afirma que comenzamos a cubrir los órganos sexuales como una forma de “protección” a los seres cercanos. Cuando se comenzó a constituir la “familia nuclear” y se generaron relaciones monógamas, se convirtió en algo prescindible –a ojos de los individuos– eliminar los instintos primarios para desarrollar una comunicación más civilizada bajo nuestros términos actuales. Expertos aseguran que, cuando iniciamos procesos cognitivos más complejos, buscamos eliminar las conductas sexuales mediante castigos y el uso de vestimenta.
En otros términos, diferentes antropólogos que se han encontrado con tribus externas a la civilización hacen preguntas sobre su uso de ropa u otras prendas que agregan a su cuerpo. Entre las diferentes respuestas se encuentra una relación con el instinto de supervivencia ante depredadores más astutos que los humanos. Los aborígenes de dichas zonas, como la del Amazonas, ataban sus penes a su vientre para evitar derramar orina durante sus caminatas para de esa forma librarse de animales salvajes que pudiesen rastrear sus movimientos. Ese tipo de comportamiento lo hemos olvidado, pero aún se mantiene en la psicología de las comunidades ajenas a nuestra forma moderna de vivir.
Las normas culturales a las que hacemos referencia cuando mencionamos las reglas de la comunidad en la que estamos habitando, son en realidad una serie de recomendaciones que se trasladaron por generaciones como forma de protección a los descendientes de manera indirecta. Las vestimentas típicas nacen a partir de esas costumbres pero olvidamos sus propósitos. De las explicaciones más obvias, que vinculan el uso de la ropa con la protección del frío y demás elementos de la naturaleza, parten las teorías de estatus social.
Después de que los humanos iniciaran esa implementación, se convirtió en un símbolo de mayor fuerza, especialmente entre los cazadores más ágiles, quienes recibían más atenciones que el resto de los hombres.
Otra hipótesis que trata de solucionar la incógnita aparece en el análisis de las culturas europeas antiguas, donde el uso de pieles animales se consideró una forma de protegerse de otros depredadores al engañarlos visualmente. Aunque no tiene un sustento suficientemente fuerte como las anteriores, destaca nuestras habilidades olvidadas que imitan comportamiento de otros animales y sus formas de defensa. Y en cierta forma, todas las teorías demuestran que nos hemos alejado de nuestra naturaleza o del potencial que posiblemente tendríamos en ella a causa de la vestimenta. El hecho permite que surja otra pregunta: ¿Podemos volver a estar desnudos sin problemas?
Científicos británicos desarrollaron un experimento para tratar de responderlo. Tomaron como sujetos de estudio a distintas personas de ambos sexos e hicieron registro de su actividad mental cuando se encontraban con alguien sin ropa. Los hombres tenían mayores impulsos sexuales cuando veían el cuerpo desnudo de las mujeres y aunque parecía reducirse entre cada sesión, se mantuvo normal, explicando así que resulta difícil que una persona del sexo masculino reprima los pensamientos de esa índole. En el caso de las mujeres, entre cada prueba se eliminaron cada vez más estos instintos.
El experimento demostró que después de miles de años de cubrirnos, nos hemos sobresensibilizado ante la desnudez. Eso explica la respuesta de los individuos de sexo masculino.
Irónicamente, con la popularización de Internet y el porno en video, los jóvenes cada vez son menos receptivos antes los impulsos, debido a la costumbre, pero existen diferentes respuestas psicológicas que aún no se explican con claridad.
A partir de la Revolución Industrial el uso de ropa cambió por completo y se comenzó a desarrollar la moda como la conocemos actualmente. Probablemente nunca sepamos las razones específicas por las que adoptamos el uso de ropa, pero aproximarnos sirve como un ejercicio antropológico que nos acerca a nuestra humanidad y el estado animal en el que alguna vez vivimos, cuando seguíamos nuestros instintos. Ahora, sólo buscamos reprimirlos.