“No basta con ser joven. Es preciso estar borracho de juventud. Con todas sus consecuencias”, aseguraba, con razón, el dramaturgo español Alejandro Casona.
De la juventud mucho se ha dicho. Nos consta que es un estado excepcional. Pocas etapas de la vida son tan prodigiosas – y peligrosas− como ésta. Arrojados en un mundo que desconocemos −pero que comenzamos a odiar− caen sobre nosotros exigencias de otros que no podemos, ni queremos satisfacer. Incendiados por una llama interior inagotable, necios y enérgicos, buscamos devorar el mundo, antes de que él nos devore a nosotros.
Desprovistos de prejuicios, libres aún de ideas preconcebidas y de miedos “adultos”, sorprendemos a generaciones antañas que esperan que seamos un receptáculo de sus propios temores, creyendo que con ello crecerá en nuestra alma una ola de prudencia.
No, los jóvenes somos imprudentes, insensatos. No hay otra manera de ser joven que mandar, de vez en vez, todo al carajo. Esto no precisamente se traduce en una vida atascada de excesos –sexo, alcohol o drogas– sino en un modo propio de respuesta ante lo establecido: la desobediencia. La irreverencia y desinhibición de las fotografías de Ryan McGinley son un bello ejemplo de ello.
Es generalmente en la juventud donde afianzamos las relaciones que nos acompañarán por siempre. Donde se entrega de manera total y sin temor el amor. La amistad es un tema central en la obra de este fotógrafo. Con tomas precisas pero espontáneas, relata el apremio del cuerpo a ser tocado, sentido.
Más que lograr una fotografía perfecta, con poses exactas y expresiones amables, McGinley apela a la emoción nacida de lo espontáneo. Un áurea poética parece estar presente en quienes retrata. Tan reales como irreverentes, las fotografías muestran una honestidad brutal. A veces felices, a veces ausentes, eufóricos o indiferentes, los rostros pueden contar historias instantáneas, pero profundas.
Pese a que podemos apreciar elementos armoniosos y una composición estética pasmosa, este fotógrafo estadounidense ha dicho, quizá de manera modesta, que no tiene una preparación técnica excepcional. Asegura que nunca ha tenido como tal una formación fotográfica, él se formó en diseño gráfico. Su método parece estar asentado en la intuición.
Aunque podría ser un recurso fácil y digerible, McGinley cuida que sus fotografías no caigan en lo vulgar o grotesco. Sin embargo, tampoco se abandona en el lugar común de lo “cool”, cual foto de tendencia en Instagram.
Los jóvenes aquí retratados –modelos y amigos del autor– reflejan cierta nostalgia, perdición, al tiempo que muestran esperanza, vida. Por momentos, podemos pensar que se trata más bien de niños en cuerpos sexualizados.
Los jóvenes no tienen miedo. Libres, temerarios, atrevidos. Su piel y su espíritu son el escenario donde la vida se manifiesta. Al fin y al cabo, como dice Georges Bernanos, “es la fiebre de la juventud lo que mantiene al resto del mundo a la temperatura normal”.
Todas las fotografías: Ryan McGinley
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