A los 16 años hablar de libertad es difícil. Los padres están siempre sobre uno y es imposible vivir bajo nuestras propias reglas, por eso la rebeldía es más que necesaria. Joanne Leah encontró en la música y las drogas la liberación de sus padres. Durante los fines de semana mentía y se iba a raves en los que consumía grandes cantidades de LSD. La música, las luces y la gente convertían todo en una experiencia casi religiosa, pero los domingos por la mañana ya debía estar en su casa para la rutina católica de su madre. Muchas veces la misa dominical fue para Joanne un viaje psicodélico, pues las drogas seguían haciendo efecto mientras daba gracias a Dios.
Joanne Leah creció para dedicarse a la escultura, carrera que la llevó a estudiar moda con el fin de hacer esculturas mucho más realistas y durante esas clases aprendió fotografía, medio que la llevó a ser reconocida a nivel mundial. A pesar de tener un imaginario amplio digno de un buen artista, Leah no olvida esos domingos psicodélicos en la iglesia y las visiones, sentimientos, pulsiones, texturas que podía sentir o ver.
Sus fotografías juegan con el concepto del fetiche, pero uno muy personal. Son retratos deconstruidos de un gusto particular, todo intervenido por colores brillantes y elementos que no pudieron haber sido adaptados si no existiera un pasado alucinógeno. Puede que surja de la experiencia, pero al ser un cruce entre lo sexual y lo surreal, es difícil pensar en que la artista se encontró en ciertas situaciones similares.
Un juego fotográfico que parece burlarse de los estilos existentes. El bondage, siempre representado con la seriedad que el BDSM supone (en blanco y negro o con matices bastante marcados) se convierte en un pastiche de colores en las fotos de Leah cuando ésta hace de las cuerdas una hermosa y colorida serpiente. La artista se inspira en las vanguardias, sobre todo en el surrealismo, la deconstrucción y el dada, haciendo de las cosas cotidianas un acto de rebeldía.
“Mi trabajo se está tornando más extremo; asqueroso, raro y sucio. Estoy fascinada con los tumores. Pienso en la censura, incluso en su forma más mundana todos los días”.
Los cuerpos sin caras nos hablan de la sexualidad imaginaria. No representan a una persona en específico, sino a una expectativa. El querer vivir esas experiencias, el sentir los matices y las texturas de la gelatina en los lugares menos esperados, de tener las cuerdas atrapándonos mientras el placer sexual incrementa o de vivir con un cuerpo viscoso mientras estamos inmovilizados.
Su pasado católico, la idea de rebeldía hacen de sus fotos un trabajo artístico, pero también político. A pesar de que pueden ser metáforas forzadas, la cualidad de las fotografías es que pueden interpretarse de distintas formas. Una mujer amarrada es el signo de placer sexual para unos y de represión para otros.
Las obras de Joanne Leah se están convirtiendo en un hito en Internet. Su estilo es adoptado por otros artistas y los colores brillantes, contrastando el mensaje político, seguramente será una nueva estética que veremos en las protestas que vienen. Su trabajo es la muestra de que las experiencias, por más alejadas que estén de nosotros, pueden terminar por moldear nuestro trabajo y hasta nuestra realidad.
*
Fuentes
Dazzed