Qué no daría el ser humano por volver a correr desnudo por todos lados.
Aunque suene algo extraño, el actuar como animales es la única manera de asegurar el tipo de libertad que muchos desean tener. Con tantas reglas y etiquetas a las que la sociedad nos tiene sometidos, crece la añoranza de encontrar un medio para vivir tan al natural como un perro o un mono. Obviamente, sin la absurda necesidad de tener que escondernos para mostrarnos tal y como somos, para no dañar la sensibilidad de alguien que encuentre ofensiva nuestra manera de vivir.
Si lo pensamos meticulosamente, es nuestra tendencia a pensar en el bien de los demás lo que nos impide ser nosotros mismos; es ese miedo a lo que ellos podrían opinar de nosotros al vernos hacer alguna “locura” el origen del pudor. En la Biblia éste nace después de que Adán y Eva conocen los placeres de la carne, aunque si lo pensamos bien, su error no fue entregarse a la pasión, sino hacerlo en un lugar en el que Dios pudiese darse cuenta de todo lo que estaba pasando. Como consecuencia de ello, les pidió que cubrieran sus cuerpos con prendas de animal. El sexo no es el pecado, de otra forma Jehová no le hubiese pedido a Noé y a su familia que repoblaran la tierra después de haber acabado con toda la raza humana. La verdadera falta está en no sentir ni una pizca de pudor al sentir placer frente a quienes no tienen la posibilidad de hacerlo.
¿Pero de qué sirve el pudor si de cualquier forma el acto sexual llega a concretarse? Es absurdo que el ser humano siga manteniendo en secreto algo que forma parte de sus necesidades básicas tanto como respirar o comer. Además, seguir etiquetando al sexo como algo prohibido es lo que al final nos hace desearlo más. Justo como lo plantea Octavio Paz en “La llama doble” es esa presión de saber que estamos realizando algo incorrecto lo que nos lleva a idealizarlo y, finalmente, querer llegar a él a como dé lugar.
En su ensayo, el escritor también plantea la noción de erotismo y remarca el hecho de que éste se trata de la excitación a partir del acto sexual que existe pero que no se ve, sino que se insinúa. El fotógrafo chino Jiang Pengyi retoma esta idea y la convierte en imágenes en donde el sexo y la pornografía existen pero que visualmente no están presentes en un primer plano.
Después de recuperar imágenes tomadas de revistas para caballeros y otros medios pornográficos, el artista las somete a un proceso químico para disolverlas y “reacomodarlas” sobre una superficie blanca. De esta manera, el espectador tiene la posibilidad de aventurarse a descubrir cada uno de los cuerpos y las expresiones escondidas en las fotografías que conforman la serie “The Sun Matched with the Sea”, de 2017.
Transgresión, violencia y un toque de ternura, los mismos sentimientos que suelen atacar a nuestra sensibilidad en la cama, aparecen como guiños fugaces en cada cromo que Jiang pone frente a nuestros ojos. Desafiándonos sin que nos demos cuenta de ello, nuestra sensibilidad y derrumbar toda idea de pudor que ronde por nuestras mentes con el fin de mostrarnos todo el arte que se esconde detrás de un acto tan natural como coger, sin importar lo que otros puedan pensar de ello.
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A pesar de que alrededor del mundo siguen apareciendo artistas que, como Jiang Pengyi, tratan de mostrarnos el verdadero rostro de la sexualidad sin tapujos. Aún queda un largo camino por recorrer hasta llegar al día en que podamos expresar nuestro deseo sin temor, a ser juzgados por algo que, en principio, hizo que pudiésemos llegar a este mundo.
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Fuente
Blindspot Gallery