“¿Cómo no recordarla si era hermosa? En medio de la oscuridad, escuché unos sigilosos pasos que se movían con cadencia por las escaleras de madera. No era el típico peso regordete del monje Moliére, sino un cuerpo mucho más liviano. Se detuvo frente a la puerta, hizo girar la manija y empujó la puerta. Los escasos rayos lunares iluminaron su cuerpo casi totalmente desnudo. Cabellera negra, perfectamente peinada que caía delicadamente sobre sus firmes senos que parecían esculpidos a mano. Sus manos, que se antojaban tersas desde la lejanía, sostenían una pequeña prenda que cubría su sexo, pero que dejaba entrever sus torneadas piernas que culminaban en unos finos pies.
Ninguno dijo nada. Yo parecía demasiado abstraído por la extraña visita, y ella estaba determinada a saciar sus instintos más bajos. Cruzó el umbral, el viento resoplaba en el ventanal y las vigas de madera crujían bajo sus pasos. Me acomodé en los polvosos almohadones para apreciar mejor su caminar. Con movimientos seductores y disfrutando del intenso placer que generaba en mí, desprendió la prenda que me impedía contemplarla en su esplendor. Se detuvo, giró, y me contempló desde el reflejo de la ventana. Ansioso, como un animal salvaje incapaz de contenerse, me retiré el crucifijo, el hábito y guardé el cristo de la cabecera. Ella se inclinó hacia adelante, permitiéndome ver todo lo que tenía que ver para querer poseerla en ese momento. Se giró nuevamente, y en el fragor de una gran tormenta que se aproximaba, nos realizamos cosas que van más allá de los pecados cristianos.
Al despertar no había rastro de ella, y aunque parecía un sueño, encontré mis fluidos en la cama, el crucifijo roto y sin rastro del cristo. A pesar de la tormenta, nuestros gritos resonaron por todo el monasterio, causando que toda la orden se enterase del misterioso pero placentero encuentro. Interrogado por el resto de los monjes, detallé la visita de la hermosa mujer. ¿Qué si recuerdo como era? Infernalmente hermosa, hermanos”.
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Durante la Edad Media, la religión cristiana tenía un nombre para describir a los demonios que cobraban forma de una atractiva mujer que gustaba de seducir a los hombres, especialmente a los adolescentes y monjes en los sueños: los súcubos. Los relatos cuentan que se trataban de mujeres de exuberante belleza, que derrochaban sensualidad y cuyas técnicas de seducción eran infalibles. A través de sus dotes infernales, los demonios mantenían relaciones sexuales con los varones, cuyos cuerpos lograban poseer una vez consumado el acto. Estas leyendas de mujeres sensuales y hermosas, cuyos cuerpos desataban las pasiones de los más puros, también detallaban que los varones se percataban de las deformidades de las mujeres hasta que era demasiado tarde; alas de demonio, uñas de animales y otros detalles que revelaban su origen infernal.
La figura del súcubo, que representa la satanización de la sexualidad femenina por el cristianismo -aunque también existe un demonio masculino, el íncubo- fue retomado por el fotógrafo británico Alva Bernardine. El hombre lente, que se caracteriza por sus atrevidas series fotográficas en las que fusiona el erotismo y tintes surrealistas, tiene un proyecto titulado Succubus. En éste, Bernardine crea figuras femeninas imposibles, producto del juego de la exposición de una misma modelo a partir de dos tomas.
A partir del súcubo, el fotógrafo estimula la imaginación del espectador a partir de la mezcla entre el erotismo y la ansiedad de lo desconocido. Al acercarnos a sus fotografías, observamos un mismo cuerpo femenino con dos partes iguales; sean dos troncos unidos por el abdomen, o bien, dos partes inferiores unidas a partir de la cadera. La fantasía, que parece provocar los instintos sexuales del espectador, conlleva una fuerte crítica hacia la sexualización del cuerpo femenino, en que pareciera que éste es divisible sólo para construir una “máquina sexual perfecta”. Un hecho que además, se refuerza con la presencia de figuras masculinas en las composiciones, en que a través de posiciones sugerentes, permiten que uno comprenda que la situación conlleva un carácter de dominación de la mujer.
El origen de la serie, aunque podría remitirnos al nacimiento de Photoshop, en realidad se remonta años atrás. Como parte de su proceso creativo, Bernadine se remite al surrealismo, específicamente a Magritte y Dalí como fuente de inspiración, pero asegura que hubiera sido ilógico y anacrónico trabajar para una corriente cuyo apogeo ya ocurrió. Por eso, decidió crear su propio movimiento artístico “Bernadinism”. En éste, el artista británico mezcla sus influencias de surrealismo, moda, reportajes periodísticos y fotografía publicitaria para definir un estilo propio.
Partiendo de su propio movimiento, el artista conlleva una experimentación creativa, con la cual en sus primeros años, quiso capturar una fotografía de sus manos sin rastro del cuerpo. Para ello, realizó una fotografía con una tarjeta cubriendo la mitad de su lente, y repitiendo el proceso al otro lado, en el mismo encuadre. Posteriormente, cambió el sujeto de sus fotografías y se le ocurrió combinarlo con el desnudo. Su primer intento fue una chica posando en el corredor, a quien le tomó una fotografía del tronco de su cuerpo, le dio la vuelta y le tomó una nueva imagen de la parte baja. El resultado fue tan preciso que no requirió retoques digitales. Posteriormente, con la llegada de Photoshop, el artista simplificó su trabajo.
Con la serie Succubus, el artista critica la explotación del cuerpo femenino a través de una narrativa surrealista. El siguiente video también muestra un poco de este trabajo llevado a otra dimensión artística.
Succubus from bernadinism on Vimeo. Puedes conocer más de Alva Bernadine en su página oficial.
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Referencias:
The Creators Project
Scene 360
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