La fotografía es una rama del arte que posee la virtud de la nobleza. Si bien no sería caballeroso decir que cualquiera puede ser fotógrafo, es totalmente válido decir que cualquiera puede practicarla, y que con una ligera dosis de sensibilidad corriendo por las venas, se puede capturar y crear una imagen que adquiera la aprobación de varios cientos de miles de personas gracias a la facilidad de publicación y divulgación que el Internet permite.
Ser fotógrafo implica generar evidencias visuales de momentos tan bellos como catastróficos. La fotografía es una vocación que nos permite formar parte de ella en mayor o menor proporción, según lo que estemos dispuestos a ganar o perder. Existen casos en los que los artistas, detrás del obturador, ponen fin a sus vidas a causa de ser testigos de las barbaridades que la mente humana es capaz de hacer. Es precisamente aquí donde la fotografía encuentra su territorio más selectivo: los lugares donde sólo pueden entrar aquellos que demuestran valor y un elevado grado de heroísmo.
En tiempos de Pablo Picasso y Leonora Carrington, existió una importante, valiente y bien llamada “fotógrafa”.
Originaria de Poughkeepsie, Nueva York, hija de Theodore y Florence Miller, Lee Miller se convertiría con el paso de los años en una importante fotógrafa surrealista que alcanzaría su cumbre al convertirse en fotoperiodista de las barbaries hechas por el movimiento nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
A los 19 años inició una exitosa carrera de modelo, la que se vería coartada poco después de que una de sus fotografías fuera usada para una campaña publicitaria de Kotex. Pero fue verse en un estudio fotográfico lo que la conducirían a despertar su interés por el mundo de las lentes y los tripes. Paso de estar frente a la cámara, a estar detrás de ella.
En 1937 después de vivir en carne propia la peligrosa superficialidad que el arte es capaz de generar, contrajo nupcias con el crítico y coleccionista Roland Penrose, para dos años más tarde enlistarse como corresponsal de guerra de la revista Vogue.
El Museo de Arte Moderno, ubicado en Chapultepec, expone en estas fechas parte de la colección de esta artista y nos hace participes de los estragos que la guerra puede cosechar en las mentes más rebeldes.
Lee Miller fue una fotógrafa libre a quien la guerra le cambió la vida. Aquí algunas de las fotografías que la exposición muestra.
Lee Miller tomando un baño en la tina de Adolfo Hitler después de la caída alemana. Forma poética de patear el trasero del tío Adolf.
Soldados alemanes capturados, vestidos como civiles, piden clemencia después de la caída de su base militar.
Este soldado pidió ser fotografiado porque le parecía que su aspecto era gracioso. Miller tomó esta fotografía sin enfocar correctamente debido al impacto que le causaba.
Pila de cadáveres.
La Torre Eiffel después de la liberación de París.
Soldado muerto en el agua.
Retrato de Miller hecho por Pablo Picasso.
Fusilamiento del primer ministro húngaro Laszlo Bardossy.