Fui a verle a la oficina a última hora de la tarde.
Era lunes…
Estaba bien vestido, de traje, con el flequillo repeinado y el pecho más abombado. Su barba era delicada, algo tímida con tintes rojizos al detalle.
Sus ojos eran tan vivaces como siempre.
Comenzamos a besarnos muy despacio, con gran cariño. Los dos reposábamos junto a la ventana y en ella se reflejaban las luces de los coches en la Avenida Mesa y López. Yo iba muy sencilla, de negro riguroso con ropa elástica adherida a cada curva de mi cintura, de mis pechos y de mis muslos. Sus manos me acariciaban más allá de la tela, su presión desencajaba toda mi excitación.
Entonces me arrodillé para desabrocharle los pantalones, mientras él rozaba levemente con la yema de sus dedos la piel de mi cara y mis orejas. Después le bajé los calzoncillos y metí con decisión su polla erecta en mi boca.
Poco a poco con los labios fui bordeando la punta y al mismo tiempo que le miraba a los ojos, se la rodeaba entera con la lengua, como si fuera un polo de hielo.
Después de estar un rato llenando de saliva su pene, le sujeté con una mano el glúteo y con la otra presionaba mis dedos contra su perineo. Entonces relajé la musculatura de los labios y su polla y su cuerpo empezaron a follarme la boca. Él me agarraba de la cabeza y se acercaba y alejaba cada vez más intenso, metiéndomela hasta el fondo una y otra vez…
Mi boca era la vagina, en dónde su orgasmo fue devorado hasta el final.