“Holocausto caníbal” es una película de cine gore y como tal, cuenta con imágenes de ultraviolencia y salvajismo. Lo importante aquí no es hacer un texto sensacionalista como ocurrió con la decadente película de Pasolini, porque en esta ocasión, la cinta de Ruggero Deodato cruzó la línea de la sensatez y la decencia. Al ver un producto fílmico, por más sangriento que sea, se sabe que todo es actuado pero, ¿cómo se actúa la decapitación de una tortuga de casi metro y medio de largo?
Si hay algo que decir, o mejor dicho, denunciar, es la estúpida ambición de su director por hacer una película realista con crueles asesinatos animales. Qué importa ver a una mujer empalada en una estaca cuando se sabe que todo es un montaje, un sencillo truco, una ilusión. En cambio, una tortuga es sacada del agua para destrozarle el caparazón con un hacha de la manera más cruda para después ser decapitada frente a la cámara.
¿Es necesaria esta crueldad para una simple película? Por si fuera poca cosa, Deodato piensa que es buena idea seguir con la matanza animal para hacer todo más “realista”. Durante la grabación de “Holocausto caníbal”, un mono es decapitado, una serpiente es partida a la mitad y le vuelan la cabeza con un fusil a un cerdo. Todo esto para aumentar el sentido inhumano de la película.
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Definitivamente Deodato logró el efecto que quería. Consiguió que su película fuera tan impactante que en su estreno 52 países del mundo la censuraron. En este punto cualquier persona sensata se podría estar preguntando sobre la existencia de la cordura en el ser humano. Lo único que se demuestra es que el espectáculo sobrepasa el sentido de la vida y cualquier otro valor, que se supone, vuelve al hombre un ser razonable.
La trama de la película, para que juzguen si fue necesario esta mortal aberración, se centra en un equipo de reporteros neoyorkinos que deben viajar al Amazonas para documentar las tribus caníbales de la región. Deodato deja en suspenso la travesía de los hombres “pensantes” y mete a otro personaje, Harold, para que cuente desde un punto más alejado el infierno que registraron los lentes de los documentalistas.
Cronológicamente pasa lo siguiente: los neoyorkinos se internan en el “infierno verde” –así lo llaman ellos– con su encomienda. Cuando pasan los días y estas personas parecen desaparecidas, el antropólogo Harold decide ir a buscarlos. Su recorrido tiene algunos tropiezos cuando se topa con algunos integrantes de las tribus amazónicas. Después de salir victorioso de un par de enfrentamientos, por fin llega a su destino.
Inmediatamente entiende que las personas que buscaba fueron devoradas y un sentimiento de culpa llega a él. Todo cambia drásticamente cuando consigue las cámaras que registraron la diabólica aventura de los neoyorkinos. Lo que sus ojos observan es una inversión de la realidad. Durante su travesía los reporteros fueron los que cometieron los actos más atroces.
“Unos matan para sobrevivir y otros por diversión. El director Ruggero Deodato, ¿por qué mata?”.
Ellos mataron a los animales, al parecer por placer, violan a una joven indígena y comienzan a jugar con los habitantes de la región al punto del cinismo. Como era de esperarse, la tribu que estaba siendo ultrajada por los norteamericanos retoma el control y libera sus instintos caníbales. Toda la crueldad que trajeron se les regresa.
Lo que siguen son imágenes sangrientas al grado que provocan náuseas. Un personaje es decapitado, desmembrado, cocinado y comido. La única mujer del grupo estadounidense es violada, asesinada a golpes y decapitada. La película de las cámaras termina cuando los dos reporteros restantes son perseguidos por el furioso grupo indígena.
De eso de trata “Holocausto caníbal”. Ahora sí, se regresa al punto de partida. Por estos actos, el director Deodato es presa de comentarios extremistas. Muchos califican su película como amoral, otros la señalan como una de las mejores cintas de terror y cine gore. Otros pocos la ven desde un lado crítico y comienzan a discutir sobre la representación del hombre moderno.
Si se le ve con ese lente, Deodato rompió con todos los límites de la ficción y la realidad. Tienen razón al decir que es una crítica sobre los instintos del hombre. Presenta el salvajismo de los caníbales y los contrasta con la agresividad que tienen los seres “desarrollados”. Unos matan para sobrevivir y otros por diversión. La pregunta que queda sobre la mesa, y quizá la más importante, es: El director Ruggero Deodato, ¿por qué mata?
Si lo vemos desde un punto objetivo, de todo el mundo violento que creó, él fue el único que en realidad mató. Todo lo que se ve en la pantalla es una actuación: las violaciones, la decapitación de los reporteros, todo es un montaje excepto la crueldad con la que mató a los animales. ¿Por qué lo hizo? ¿Sólo para hacer una película de entretenimiento?
Ustedes juzguen.
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