Corría el año de 1972 y el mundo entero se conmocionaba al ver a uno de los grandes hombres e institución del cine norteamericano en escenas tan salvajes como las que se mostraron en este filme, secuencias que rayaban prácticamente en el cine pornográfico y rompían con cualquier esquema pacífico del espectador. “El último tango en París” es un filme que expone un romance en extremo salvaje, una cinta que oculta un oscuro secreto que violentó no sólo a su elenco, sino a la mente del público, el cual hasta hoy sigue impactado por su historia.
Bertolucci, valiéndose de un París decadente, muestra a un maduro Marlon Brando en la piel de quien tuvo que lidiar con el impacto y la frustración de una pareja suicida, el rostro de un ser brutal totalmente dispuesto a sepultar sus impulsos en una joven que sueña con ser estrella de cine, promesa que le extiende su prometido en el relato y, paradójicamente, cruza los límites de la filmación para situar a esa adolescente Maria Schneider como la personificación del deseo en el cine y del ultraje en la vida real.
Conforme transcurren los minutos de la película, el personaje de Marlon, Paul, se deconstruye como hombre y como bestia instintiva en un encuentro experimental de los cuerpos humanos, el cual orilla a la inexperta mujer que le acompaña a conocer las heridas que es capaz de infligir el corazón y el sexo de un amante. Daños que transgredieron al guion y permearon para mal la psique de una actriz con sueños rotos.
Bernardo Bertolucci, ganador al Oscar a Mejor dirección por este filme, recuerda entre sus seguidores una de las escenas más perturbadores del rodaje a partir de una declaración: cuando el personaje de Paul utiliza mantequilla como lubricante para una penetración anal con Jeanne (Maria), una chica de 20 años que se nota en todo momento sorprendida, en shock; fue un elemento que no se encontraba en el guion ni en conocimiento de la actriz.
A más de cuarenta años de su estreno, el director confiesa que, durante un desayuno con Marlon Brando, este último untaba mantequilla en su pan, los dos voltearon a verse con siniestra complicidad y supieron cómo solucionar una de las escenas más emblemáticas del largometraje. Sin remordimientos, se pusieron de acuerdo para no informar a Maria Schneider de lo ideado y así provocar una reacción natural en su interpretación.
El italiano narra cómo la joven francesa, quien falleció en 2011, al estar en imagen llorando, de verdad brotan lágrimas de su ser ocasionadas por el dolor y la humillación ya no de un papel, sino de la mujer detrás de ello. Aunque no se sabe con certeza si esta perpetración fue fingida por parte de Brando, el simple hecho de no estar al tanto de lo que sucedía fue suficiente para que Schneider lo recuerde como uno de los momentos más traumáticos de su carrera.
Bertolucci rompe el silencio después de décadas, después de que Maria Schneider ya no está entre nosotros para recibir una disculpa o, por lo menos, saber que no fue una impresión suya el haberse sentido utilizada durante la que quizá fue su mejor película. El uso de su integridad y de su persona incluso es un dato que el director afirma haber explotado para su cinta, afirma haber engañado con alevosía a Maria sabiendo que nadie lo llevaría a un tribunal por eso.
En 2007, cuando ella seguía con vida, la actriz narró su experiencia durante una entrevista y comentó que mientras se rodaba este fatídico hecho nunca pudo negarse, nunca supo qué era lo que estaba sucediendo y se lamentaba por no haber avisado a su agente o abogado.
A Maria Schneider le costó una trayectoria fílmica y un aprendizaje forzado el entender que a ningún actor se le debe obligar a nada que no esté en el guión; pero en ese proceso, la seguridad de una joven se perdió ante la violenta terquedad artística de un cineasta y devino en una ofensa que nadie sabrá si se es capaz de perdonar a dicho hombre, en una degradación que no se sabe si es posible de exculpar o de satanizar en lo absoluto.
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