Como dice Xavier Velasco, “¿Cómo no voy a pinche guacarear, si tengo putas náuseas en el alma?” Cuando esas náuseas son los fantasmas que se alojan dentro de nosotros y nos revuelven las entrañas, definitivamente hay que encontrar una forma de sacarlos, exorcizarlos. Y justo en ese espacio, entre el amor propio y el asco a uno mismo, encontramos a veces un lugar para permitirnos mandar todo al diablo y recomenzar de nuevo.
Si no sintiéramos ese asco por nosotros mismos, despertar un día como el Gregorio Samsa de Kafka, convertidos en escarabajos patas arriba y sentirnos insensatos para salir al mundo, ¿cómo podríamos pasar por la metamorfosis y al día siguiente despertar convertidos en mariposas? Xavier Velasco escribe desde ese asco, desde esos imposibles que se convierten en vida y nos alimenta desde sus goces, deseos, pasiones y soledades.
Xavier es de esos autores que sienten el vértigo como una experiencia que lo lleva a la necesidad, más que a la pertinencia de escribir. Irreverente a ratos, el autor de “Diablo Guardián” se pregunta sobre la vida y la muerte: “¿Quién sabe si la muerte no es un segundo aire?” y los fantasmas que nos acosan en ese tránsito. ¿Será que estaremos condenados a que nuestros fantasmas nos ronden y habiten en nuestra alma hasta nuestra muerte?
Xavier Velasco nos recuerda, con su lenguaje atrevido, coloquial e irreverente, que el “Diablo Guardián” (2003) somos nosotros mismos cuando queremos mandar todo al demonio. Perdidos en nuestros laberintos, nos enfrentarnos a un mundo que a ratos parece amenazar con destruirnos.
Con las frases de Xavier Velasco nos recuerdan la pertinencia de dejar ir a nuestros fantasmas o de aceptarnos con ellos y permitirnos ser quienes somos, Xavier Velasco invita a quien se adentre en su lectura, a liberar o al menos a conocer de frente a sus propios fantasmas. Las siguientes frases de Xavier Velasco son prueba de ello.
Del derecho a ser lo peor… y que nos aguante quien quiera
“Si van a despreciarte porque eres lo peor, de una vez que se enteren que no tienes arreglo”.
Abrir los ojos: ver a nuestros fantasmas
“Uno a veces se agarra de los ogros pequeños para no ver entero al monstruo que está en frente”.
Cuando los fantasmas rondan, ¿se van los amigos?
“Tal vez aquí tampoco haga muchos amigos, pero igual me conformo con no hacer enemigos”.
Sin temor a que nos quieran… quien de verdad nos quiera
“Ya me cansé de esperar que me quieran, ahora nomás espero que me aguanten. Y si no que se jodan”.
Enterrar el pasado: nuestra historia no ha sido contada
“Total, ni que mi vida fuera una película. No es la primera historia que tengo que enterrar”.
Salir de nuestro propio laberinto…
“Uno quiere contar historias nuevas y termina contando la de siempre”.
Dejar de temer, jugar a la vida, volver a ser niños
“Los grandes pueden hacer lo que quieran, hasta las bromas se las toman en serio. Con los niños es al revés: todo lo que uno hace, creen que es para jugar”.
Saber apagar el fuego que nos consume
“Voy detrás de las llamas que encendí sin querer y no supe apagar”.
Escribir, contar, liberar…
“Leemos y escribimos las historias no porque necesariamente pasen, sino porque nos pasan. Cuando un lector henchido de entusiasmo nos anuncia: ‘¿Sabes qué libro acabo de leer?’, el brillo de sus ojos parece preguntar: ‘¿Sabes qué me pasó?’. No pasó, me pasó, por eso necesito contarlo”.
Llorar para exorcizar
“Dicen que con llorar nada se arregla, pero eso no es verdad. Llorar es hacer algo, aunque ese algo no sirva más que para quitarnos la sensación insoportable de no hacer nada”.
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