La imaginación es una de las herramientas más poderosas del ser humano para interpretar el mundo. No sólo sirve para plantear soluciones a los problemas más complicados, inevitablemente funciona como un poderoso estimulante sexual. Todos alguna vez han tenido una fantasía orgásmica provocada por el cerebro y su insaciable curiosidad: no importa si se trata de una persona impensada, un compañero de la escuela o un romance que es parte del pasado; la imaginación es capaz de llevarlo junto al protagonista a las situaciones más placenteras y romper juntos en deseo una y otra vez, aunque sólo se trate de una idealización.
En el fondo de la consciencia, se esconden un conjunto de ideas producto de la deformación de la sociedad en lo referente a la sexualidad. Una combinación de cada una de las distorsiones en relación al ejercicio sexual, el erotismo, la atracción física y el sexo. En el caso de la pornografía, la fórmula se repite con la misma intensidad y supone un éxito: el papel de las mujeres en las pésimas producciones pornográficas está denigrado a un objeto que sólo adquiere relevancia cuando muestra su cuerpo desnudo o bien, aparece como espacio para descargar el deseo masculino.
La personalidad, los deseos, el carácter y los sentimientos de la mujer son ignorados a través de la construcción de un ser hipersexualizado. Esta máquina de otorgar placer se encuentra permanentemente erotizada. Las mujeres aparecen como dueñas incómodas de un instinto sexual insaciable que empuja todo el tiempo hacia la consecución de su propia excitación. No importa si anda por la calle, está comiendo, duerme o se encuentra en el baño, cada una de sus acciones parece dirigir su voluntad y energía hacia el acto sexual de forma implícita, como si toda su vida sólo fuera una enorme distracción secundaria que cobra sentido cuando se presenta el verdadero razón de su existencia: tener sexo.
A través de la creación de estos patrones vacíos, para muchos hombres resulta común inferir que la mujer es un ser complicado que en la mayor parte del tiempo, ignora completamente lo que quiere. Se trata de alguien con las ganas de un infante y la indecisión de un adolescente, a todas luces incapaz de tomar decisiones racionales por sí misma.
La cosificación de la mujer llega a su clímax cuando el hombre es incapaz de reconocerla como su igual. En el fondo, se trata de una relación impulsada por el deseo sexual, donde el placer propio no requiere de autorización ni la voluntad de la mujer que para este punto, se concibe como la de una bestia contradictoria, negada moralmente pero deseante de placer.
El diálogo que propone Dawn Woolley con su provocadora serie, es una ruptura de lleno con la visión de la mujer como un objeto de placer. Las mujeres de cartón bidimensionales no transmiten el calor ni la suavidad de una piel desnuda. No practican el erotismo ni se dejan llevar por un ardiente deseo. Al final, nada de eso parece importar a los hombres que las poseen, rodeándolas entre sus brazos, besándolas y pactando encuentros íntimos con ellas, porque dentro de su lógica, no importa la representación del cuerpo femenino, sino el uso como objeto útil para generar su propio placer.
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Si quieres conocer más series fotográficas orientadas a un diálogo sobre los roles sexuales y la equidad de género, descubre la verdadera razón por la que nadie habla de los hombres a quienes les pagan por vender su cuerpo. ¿Cuál es el papel de la identidad sexual en la vestimenta? Mira una forma novedosa de entender la cuestión desde las fotografías que retratan al hombre como una verdadera reina.
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Fuente:
Dawn Woolley
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