I. Llevaban quince días ya en la misma tertulia socrática, sin concluir nada sobre el tema expuesto o siquiera llegar a un acuerdo. Los participantes tenían en promedio entre veintiocho y cuarenta años de edad y menos de tres años sumados en cómo interactuar civilmente con otros seres humanos. Todos eran críticos, conflictivos, artistas, escritores y con ganas constantes de debatir todo lo que fuera en contra de sus pensamientos. Rodolfo era quien lideraba las charlas día y noche y quien prestaba su casa para hacerlo. Siempre esperaba sus visitantes comenzando a las 4:23 de la tarde. Ponía su reloj de arena borgesiano—adaptación de El libro de arena—encima de la mesa de centro en la sala y se aseguraba que los cojines estuvieran meticulosamente arreglados sobre los sillones. Cada cojín medía 60 centímetros por 45 centímetros, aunque Rodolfo insistía en que eran 46.2 centímetros exactos tras medirlos una y otra vez frente a su grupo socrático. Para ese entonces nadie le discutía, pues todos terminaron llevando un metro o una regla para hacer las medidas y concluyeron cinco medidas distintas: 60cmx45.2cm, 60cmx46.0cm, 59cmx44.9cm, 59.8cmx46.1cm, y 23.5’’x18.3’’. Este último resultado era de Daniel, el integrante conocido por llevarle la contraria a todos, pues era su don. Aparte del reloj y los cojines, Rodolfo escogía aperitivos todos hechos por Remia, la criada y ama de llaves de su casa. Remia siempre anticipaba con emoción estas charlas semanales o diarias, pues para ella el acto de cocinar le llenaba su corazón de amor y placer. Rodolfo nunca le despreciaba un bocado y menos cuando veía que Remia levantaba su pierna derecha, pegando el talón del pie derecho cerca a su trasero y mostrando el color canela de su piel, mientras probaba una cucharada de lo que estuviera cocinando. Este acto incitaba a Rodolfo ferozmente. Remia por su parte se vestía con faldas de distintos colores que le llegaban hasta un poco debajo de las rodillas, con una blusa blanca sin arrugas metida en la falda y con tacones abanos o negros que tenían un toque escolar. Ella descubrió la reacción que su comida y su vestimenta producía en Rodolfo y así continuó lentamente durante varios meses recortando sus faldas unos pocos centímetros hasta el día en que ambos se desvistieron bruscamente en la cocina, deleitando del placer del amor que ambos se tenían. Aparte de sus encuentros amorosos, Rodolfo nunca invitaba a Remia a compartir con sus compañeros en las charlas. Para Rodolfo, Remia representaba todo lo placentero que existe, que incluye el acto de comer y el acto sexual. Dejando a esta mujer en esa categoría de placer le permitía a Rodolfo concertar que el humano requiere de distintos elementos y estímulos para ser un Ser completo. Además, no era Rodolfo el único que ubicaba a Remia como el elemento placentero, pues Daniel, Miguel, Alejandro y Sonia concluían algo similar al ver a Remia y al probar los pasa bocas que ésta cocinaba.
II. Preguntó Rodolfo acercándose a la cocina— ¿Qué hay de comer hoy, Remia? ¿Qué ingredientes decidiste usar para seducirnos hoy día de comité socrático, ah?—Paró entre el marco de la puerta de la cocina y miró el reloj que llevaba puesto—Espero que lleguen a tiempo hoy. ¡Son las 4:18 de la tarde ya, así que en cinco minutos espero verlos a todos!—Suspiró fuertemente para llamar la atención de Remia, mientras ésta se ocupaba en servir la comida sobre unos paltos y unas bandejas blancas, y dijo con una voz consoladora pero seductora—No tengo ánimo para tocarte una pieza en el piano mi Remia, pero podría degustar de ti, eh digo—picando el ojo—de las delicias que has cocinado.
Mira, Rodolfo, mira lo que te tengo para hoy—anunció Remia con una voz seductora pero menos tentadora que la de él—Hay camarones con limón y con salsa blanca, croquetas de arroz con atún, “bites” de carne baby beef con papas a la francesa, espárragos envueltos en jamón serrano, quesos de los que quieras, y las lentejas para Sonia.
—No me explico por qué Sonia es vegana. Me parece demasiado Absurdo—y sí, hablo del Absurdo con “a” mayúscula—porque las decisiones que tomamos en nuestra vida—Comenzó Rodolfo a dar uno de sus discursos usuales, alzando la voz como si hubiera una audiencia en frente para aplaudirle las necedades que decía—son momentáneas sin tener que acrecentar lo que sea que estemos decidiendo. Mi vida la llevo a cabo dependiendo del momento y el antojo que tenga, pues de ahí parto a suplir mis necesidades y mis deseos. Si fuera vegano, ocultaría opciones en mi vida por el hecho de que algo internamente en mi me prohíbe deleitar de estos manjares—Se acercó a Remia y agarró uno de los “bites” de carne, observándolo mientras se le hacía agua la boca por lo que estaba a punto de comer—así como esta delicia que cocina mi Remia, esto es lo que me hace feliz.
— ¡Pero mira las locuras que dices, Rodolfo!—comentó Alejandro al entrar por la puerta de la cocina. Rodolfo usualmente dejaba la puerta del jardín abierta y la de la casa ajustada para que entraran los participantes, como le gustaba referirse a sus amigos. Rodolfo se volteó hacia la puerta y tomó unos pocos pasos para darle la bienvenida— ¡Alejandro, bienvenido a mi casa! Eres el primero en llegar come siempre, así que por favor siéntete a gusto y déjame te recibo el abrigo. ¡Me encanta tu puntualidad!
Alejandro le pasó su abrigo a Rodolfo como de rutina, y Rodolfo miró a Remia para guardarlo como de costumbre. —¿Qué dices si nos tomamos un whiskey, Alejandro? Cuéntame, ¿cómo te ha ido con tu libro? ¿Sigues de pelea con la editorial de Miguel?—Alejandro llevaba escribiendo toda su vida desde el momento en que su padre le regaló unos pinceles y unas pinturas; un poco irónico pero a la vez interesante, pues Alejandro en vez de pintar algo, fuera abstracto o realista, decidió pintar garabatos y figuras que parecían letras. Escogía el pincel más delgado posible y “escribía” oraciones larguísimas sobre los lienzos. Después de unos cuantos intentos de pintar con su padre, quien en el momento era un pintor bastante conocido, Alejandro optó por escribir lo que se le ocurriera en cualquier parte donde hubiera una superficie blanca y limpia. Tras ver las paredes, los pisos, el techo, entre otros espacios manchados con la tinta de la pluma de Alejandro, sus papás decidieron construir un cuarto enorme con todos los planos horizontales y verticales de color blanco. El padre había dejado también un balde de pintura blanca para que su hijo borrara lo que quisiera allí. Adicionalmente a este espacio, el padre le regalo una máquina de escribir a Alejandro con montones de estacas de papel blanco. Con solo 12 años, Alejandro estaba publicando bajo el seudónimo Rupert A. poemas y cuentos cortos en la revista Literatura Estatal de la universidad de la ciudad, llevándolo a recibir el Premio Literata versión niños, que en ese momento solo se lo había ganado el adolescente de 15 años Augusto Freed en Chile. Su carrera como escritor le dio mucho prestigio, tanto que su vida cambio drásticamente en tan solo unas semanas. Había ganado tres permios importantes de literatos nuevos, y dos más que reconocían su edición tan particular. Para ese entonces, el agente quien lo representaba en las editoriales le rogó al escritor que cambiara su seudónimo a su nombre real, Alejandro Montana, lo que Alejandro hizo de forma reluctante para poder seguir publicando. Ya con treinta dos años Alejandro había publicado cuatro novelas y más de 450 cuentos sin contar los muchos artículos que escribió para la Universidad Estatal en Chile sobre el estado del país. No obstante, Alejandro se sentía dominado por los medios de comunicación, cuyos representantes le pedían entrevistas constantemente. El odiaba ser entrevistado; solo quería que la gente leyera sus cuentos y sus novelas y así identificarse como quisieran con los personajes y las situaciones que escribía. La pregunta que más lo hacía sufrir, y tal vez la que lo empujó a salirse de ese círculo vicioso era, ¿y qué significado quiere que sus lectores se lleven consigo al leer sus cuentos? Hasta meses después de dejar Chile, Alejandro oía esa pregunta continuamente como si lo persiguiera. Durante su vida adolescente en Chile, más o menos a los 17 años en Chile, Alejandro tuvo encuentros amorosos con varios estudiantes de la universidad hasta que conoció a Emilio, un hombre delgado y frágil que escribía poemas deprimentes y cuya fama nunca superó la publicación de su poema “Las noches sin ti”. Ambos vivieron juntos en un apartamento oscuro y pequeño, ocultando su relación de toda la gente alrededor. Su relación duró cinco años. A los 27 años, Alejandro salió con la novela menos esperada, Mis instintos reales.
III. Habían pasado cinco años desde que dejó a Emilio, una época dura pero que lo fortaleció a escribir esta novela. Lo que se esperaba era una redacción de sus pensamientos más que una novela en sí, pero con aproximadamente 554 páginas, Alejandro contó los sueños de Nicanor, un hombre retraído pero fuerte que levantaba las cajas de envío en el Teatro Morris cuando llegaban trajes y disfraces para las obras de Tomás Cantores. Alejandro conoció a Nicanor una noche después de una función, El drama de Amelia. Lo vio recostando su espalda y hombros en la pared detrás del auditorio. Estaba fumándose un cigarrillo y tomándose unos sorbos de vodka que tenía en una botella pequeña en el bolsillo. Alejandro se acercó pidiéndole un cigarrillo y preguntándole con voz baja y cautivante que qué hacía allí. —Hola, ¿Qué tal? ¿Estás solo? Nicanor fumó viendo a Alejandro directamente a los ojos y le respondió, —Ya se acabó la función, ¿eh? La he escuchado por la decima vez desde aquí atrás. Me gusta. —Alejandro quería preguntarle cómo le había parecido la obra, pero Nicanor siguió hablando, compartiéndole al escritor cosas intimas de su vida y pasándole un cigarrillo. —Me gustan tus cuentos—Nicanor hizo una pausa breve, mirando al suelo y apagando el cigarrillo con la suela del zapato—mi sueño ha sido escribir como tú. Pero yo no sé escribir. Yo solo levantó cajas y juego billar con quien esté allá en el bar Del Gato. —Volvió a pausar, miró al suelo y sacó otro cigarrillo—Me identifico mucho con Rupert A. Tengo un amigo que me lee tus cuentos todas las mañanas. Eres un muy buen escritor. —Alejandro se intrigó por saber más de la vida de este hombre, de Nicanor. Después de esa noche de compartir historias de vida, Alejandro le abrió la puerta de su casa. Tuvieron unos años de amistad muy profunda. Ambos compartían espacios de charlas donde se acercaron demasiado hasta el punto de volverse amantes. Alejandro estaba feliz, escribiendo y sin tanto temor a la vida como antes, pero su rutina cambio cuando Nicanor se marchó sin decirle nada; algo que Alejandro no se esperaba. El hombre le dejo una nota al escritor y una pila de escritos en la mesa de la sala. La nota decía: Mi Rupert: he decidido marcharme. Tu amor y pasión por la escritura me ha inspirado mucho. Estoy muy feliz de haberte conocido pero es momento de salirme de un mundo ficticio. Yo sigo levantado cajas, aunque ya no en el Teatro Morris. También, sigo jugando billar. Sigo sin saber leer. Necesito un espacio libre de la realidad pero lejos de los ficticio…Aquí te dejo todos los sueños que escribiste por mí. Mi favorito es el último. Lo tuve anoche. Te quiero Alejandro. Un beso, Nicanor. Alejandro quedo aturdido por la decisión tan abrupta de Nicanor, su amor y personaje más preciado.
Pasaron tres años después de la ida de Nicanor. Durante ese tiempo Alejandro escribió su novela, construyendo una antología de todos los sueños de Nicanor y uno que otro suyo. Dos días después de su cumpleaños se publicó Mis instintos reales. La reacción del público fue tormentosa; unos los apoyaron como leales admiradores, mientras otros rechazaron vilmente el amor que ambos hombres se tenían. Fue también en ese mismo año que sus padres murieron. No muchos meses después, Alejandro decidió irse de Chile y retomar su seudónimo para escribir, dejando atrás una vida social y pública, al igual que una vida melancólica. Se instaló en Buenos Aires cerca de la Editorial Alsatura, donde conoció a Miguel, el dueño de la editorial y quien había pedido los cuentos y novelas de Alejandro para publicarlos, pero fue rechazado por el agente del autor en ese entonces. Allí también conoció a Rodolfo, el hombre más pensante pero menos coherente que Alejandro había conocido. De ahí se entabló una amistad puramente intelectual y literaria.
IV. —No debería importarte lo que Sonia coma. Es su vida y son sus gustos, ¿no crees? Además, ¿qué sabes tú de ser vegano si te la pasas criticando todo sin probar?—le reclamó Remia a Rodolfo mientras le recibía el abrigo de Alejandro. Remia saludo a Alejandro muy cordialmente y le ofreció un bocado de lo que ya había preparado. Esto era costumbre también ya que Alejandro llegaba de primeras y siempre entraba a la cocina. —Te recibo el whisky, Rodolfo, y me encantaría probar un bocado de algo que hayas cocinado, Remia.
Rodolfo salió muy serio de la cocina hacia la sala para servir el whisky, pero la seriedad le duró un minuto, pues ya había comenzado a dar otro discurso. —Miguel me comentó que estabas reacio a publicar tu último cuento. ¿Qué te tiene así, Rupert?—Alejandro terminó su bocado de los camarones y salió de la cocina guiñándole el ojo a Remia. Quiso entonces responderle a Rodolfo de forma menos despectiva—Resulta, amigo mío, que estoy en el proceso de decidir si escribo mejor una obra de teatro. —Rodolfo se tomó otro sorbo de whisky y le dijo— ¿Sigues con Nicanor en la cabeza, no?—Alejandro alzó la mirada rápidamente y miró a Rodolfo con seriedad pero melancolía a la vez. —Solo digo eso Alejandro porque llevas muchos meses así. Tu decisión de venir a Buenos Aires me alegra bastante, pues me tienes a mí como amigo y a Miguel como editor. Tus cuentos son una obra fundamental de toda tu vida, seas Rupert A. o Alejandro. Miguel ve potencial en ti y en tus escritos. Nicanor te quiso mucho, pues lo deduzco por lo que cuentas en la antología. —Alejandro iba a responder tras un suspiro pero fue interrumpido por la llegada de Daniel y Sonia.
— ¡Remia! Mi amor, ¿dónde andas? Ya estoy ansiosa de probar el plato vegano de hoy.—Sonia adoraba a Remia, la observada detalladamente cada vez que la veía y le pasaba la mano por la espalda, abrazándola y preguntándole que había preparado para ella.—Lentejas. Mira, aquí está el tenedor. —Remia se había obsesionado lentamente con Sonia. No solo le gustaba defender su veganismo cuando Rodolfo la criticaba, pero también cocinaba para ella con el mayor gusto posible. Remia no entendía cuáles eran los sentimientos que surgían al pensar en Sonia. Tampoco podía comprender cómo era que sentía una radiación inexplicable esparcirse por todo su cuerpo cuando Sonia le pasaba la mano por la espalda y la abrazaba, dejándola casi que sin fuerzas. Rodolfo notaba esta reacción en Remia pero nunca quiso interrumpir lo que para él era un pensamiento y sensación por él y no por Sonia.
—Oye Sonia, ¿y no me saludas a mi?—Rodolfo le decía eso con los brazos abiertos, esperando un abrazo conmovedor y amistoso de su amiga de toda la vida. —Mi Rudolf, ¡qué lindo te ves hoy con ese traje y ese sombrero! Sabes, ayer estuve hablando con Victoria sobre tus sombreros y te está haciendo uno, ya ves. —Victoria era la mejor amiga de Sonia que tejía lo que se le vinera a la cabeza. Sus cobijas y telares los tenían expuestos en el museo de arte permanentemente al ver que el público regresaba muy seguido a ver su arte. Victoria no asistía a las tertulias en casa de Rodolfo porque sentía que eran demasiado críticas en su parecer; no obstante, Victoria respetaba los espacios en los que su mejor amiga participaba. — ¡Alejo! Hola mi amor. Miguel me comentó que no estás queriendo publicar con él. ¿Por qué mi flaco?—Mientras Sonia decía esto ya se estaba sirviéndose un whisky. Rodolfo se encontraba sentado en la sala fumándose un cigarrillo con Daniel, mientras Remia se enfocaba en poner los aperitivos en la mesa de la sala. Daniel era mucho más callado y observaba todo con detalle de forma quisquillosa. Siempre esperaba hasta el final o el momento perfecto para decir algo. Todavía no era el momento, pensaría Daniel.
Alejandro sintió rabia al ver que la bienvenida ese día y tal vez la tertulia en general se basaría en su negación a publicar la obra con la editorial de Miguel. Él se quedó cerca del bar para servirse otro whisky en caso de que lo atacaran con más preguntas. Daniel notó la incomodidad de Alejandro y decidió rápidamente cambiar de tema.
—Sonia, ven y siéntate que quiero compartirles algo. —volteó a ver al escritor—Alejo, ven siéntate aquí también. —Esperó que ambos tomaran asiento en la sala y se fijó en el reloj—ya ven, son las 4:56 minutos y quién sabe cuantos segundos y milisegundos de la tarde. Es mejor que comencemos. —Se acomodó en el sofá con el cojín como respaldar, y se tomó un sorbo de whisky mientras notaba que todos lo miraban. Rodolfo estaba con la intención de hablar, pero Daniel dijo con voz alta—Hoy se cumple medio mes de nuestra tertulia y quiero decirles que ha sido un orgullo compartir estos espacios con personas tan inteligentes e interesantes como ustedes. Sé que no tiendo a compartir muchas cosas especialmente si soy forzado a hablar. Pero hoy es distinto. —Se tomó otro sorbo de whisky—Han ocurrido muchas cosas en los últimos meses. Como saben me condecoraron como Vicepresidente del Comité de Educación en el Ministerio de Cultura—todos aplaudieron y dijo Sonia—Dani, ¡ese es un logro estupendo! Mis respetos. —Rodolfo también sonrió y lo felicitó diciendo—Es con gran orgullo por mi parte recibirte en mi casa, y bueno, ya que estás allí podrás crear convenios con la editorial de Miguel y mi biblioteca. —dijo esto Rodolfo con una risa fiel. Daniel al recibir tantos halagos pensó si ese era realmente el momento para confesarles y tal vez advertirles de la situación complicada en la que se encontraba. No fue mucho el tiempo que tuvo para pensar en eso, pues él había sigo quien inicio la charla. Sus manos comenzaron a sudar poco a poco y con arrepentimiento iba cederle el turno a Rodolfo. Por suerte, Miguel golpeo la puerta, dándole la atención al otro participante y evitándole un malestar más fuerte a Daniel.
Rodolfo se había parado en instantes y Alejandro y Sonia seguían comiendo los pasa bocas de Remia. Sonia le ofrecía un bocado de sus lentejas a Daniel, pero este había quedado consternado internamente sin demostrar en absoluto su sensación. —No tranquila, Sonia…perdón me retiro un momento. Daniel se paró y bajó las escaleras más cercanas donde se encontraba el balcón del primer piso. La casa de Rodolfo era enorme y tenía recovecos por todos lados. Mientras Daniel bajaba, Sonia miró a Alejandro con cara de confusión por la reacción de Daniel, pero no hubo tiempo para discutir eso pues ya Miguel entraba a la sala.
V. — ¡Buenas tardes a todos! Perdón llego tarde. Me enviaron una novela interesantísima que no la pude dejar. En fin, mi asistente me acordó de la hora y de inmediato salí. —Miguel caminaba hacia el bar para servirse un coñac que había traído, mientras miraba a Sonia y a Alejandro con gusto—Hola Sonia, como siempre estás divina. Alejo, te daré un abrazo apenas me sirva este coñac que estoy que me tomo uno. No estoy en pelea contigo, créeme. Con esta novela que me llegó tengo para distraerme un poco. —Rodolfo colgó el abrigo de Miguel y regresó a su asiento, indicándole a Miguel el otro puesto vacante. Miguel por su parte se tomó el trago y antes de sentarse se acerco al escritor. —Ven pues Alejo te abrazo. —Alejandro no tuvo ningún inconveniente en hacer esto, pues él estaba más decidido que todos por su cambio de escribir una obra y no una novela. Además se sentía un cuanto alegre de saber que ahora Miguel tenía algo más para leer y seguramente para compartirles a todos.
En su orden estaba Alejandro sentado en el primer sofá sencillo, luego Miguel con su coñac, Rodolfo con su sombrero elegante y el cigarrillo en la mano, y Sonia en el sofá doble acomodada y saboreando sus lentejas. Miguel notó la ausencia de Daniel e iba a preguntar por él cuando éste llegó a la sala. — ¡Miguel! Ya era hora que llegarás. Salud a tu coñac y a tu nueva novela. —Daniel claramente había escuchado toda la conversación desde que Miguel entró. Sonia le abrió campo en el sofá para que se sentara y así estaban ya todos acomodados para iniciar su tertulia. Miguel, como de costumbre, habló primero: —Bueno, primero que todo debo decir que estos aperitivos se ven exquisitos y ni los he probado. —Alzo la voz y dijo— ¡Gracias, Remia! Como siempre que placer tenerte para que nos deleites con esta comida. Segundo,—volvió a bajar la voz y esta vez habló con un tono cuestionador y sospechoso, mirándolos a todos uno por uno especialmente cuando decía algo que refería a alguno de los participantes—ya les habrás contado, Daniel, de tu promoción, ¿no? Pues felicitaciones, y les digo a todos que eso nos conviene mucho a los que estamos en esta sala. Por tu parte, Alejo, cualquier decisión que tomes en cuanto a lo que publiques, el Ministerio de Cultura sabrá cómo promocionarte. Tu, Rodolfo, te beneficias increíblemente porque Daniel podrá asesorarse de que los colegios y las universidades usen los recursos y las clases que hay en tu biblioteca. Es más, hasta diría que podrías montar otra sede, pero pues tú decides eso. Y tú, mi Sonia, sé que tu amiga Victoria tiene expuestos sus telares en el museo, pues no mejor lugar para que el Comité de Educación reviva las idas a estos espacios de manifestación cultural. Lo que tu ayudes en promocionar y marketing, te aseguro que habrá oportunidades para divulgar tu trabajo. Y yo, a fin de cuentas me alegro infinitamente de tu cargo, Daniel, porque los promotores de la educación en esta ciudad necesitan personas como tú que les importa que haya oportunidades y recursos culturales asequibles para todos. —En ese momento Rodolfo se paró de su asiento y comenzó a caminar por la sala mientras compartía sus pensamientos acerca del discurso de Miguel entre otras cosas.
—Durante quince días hablamos de los cuentos de nuestro querido amigo Alejandro Montana. Durante quince días apoyamos mutuamente, lo que me sorprendió estando todos en desacuerdo constante, la iniciativa de nuestra amada compañera Sonia. Su organización sin ánimo de lucro sigue necesitando fondos pero sabemos que está en pie, pues con semejante mujer tan inteligente y comprometida, ¿qué más querrán? Sonia, salud por tus logros también. Durante quince días estuvimos al tanto de la promoción de nuestro fiel compañero Daniel. Miguel nos ha dado un resumen muy completo la verdad de lo beneficioso que es para todos este nuevo título de Daniel. ¡Excelente! También vale admirar el progreso obvio de la editorial de Miguel, pues es increíble ver la valiosa producción de tus publicaciones. En fin, me alegro mucho poder hacer de mi casa un sitio acogedor y amigable. Aquí hablamos y discutimos de muchas cosas. Aquí tomamos decisiones importantes así no se vea directamente. Todos venimos a estas tertulias como individuos para rescatar espacios que poco a poco se ven menos. Sonia y yo tenemos muchísimos años de amistad, al igual que con Miguel y Alejandro. Daniel decidió estar aquí por cuestiones reglamentarias y tal vez políticas, ¿o no Daniel?—Daniel lo miró con una sonrisa sarcástica pero al mismo tiempo verdadera—independientemente de eso, Daniel aporta mucho. El problema que he notado en los últimos quince días es el de la rutina. Los espero a las 4:23pm en punto todos los días, Remia cocina deliciosos aperitivos y terminamos tomándonos una botella de whisky entre todos. ¿Quién diría que esto es un problema, no? Todos escuchaban atentamente las palabras de Rodolfo. Esto no era una novedad. Pero esta vez algo había cambiado y ninguno de los miembros lo sabía…o por lo menos eso demostraban. Alejandro había estado pensando en su obra literaria y el proceso de cambiar su estilo al del teatro. Eso lo consternaba demasiado porque no entendía de fondo cómo sería el proceso del cambio y además cuestionaba la insistencia de Miguel, tal vez porque el autor sabía que Miguel lo podía ayudar pero Alejandro no lo quería aceptar como verdadero. Sonia escuchaba lo que Rodolfo decía y le intrigaba mucho esa parte del cambio; pensó en Daniel y en lo que éste había comenzado a decir antes de la llegada de Miguel. De todas formas, era Sonia quien mejor conocía a Rodolfo y el tono con el que hablaba la intranquilizaba. Ya había terminado sus lentejas y se dirigía a fumarse un cigarrillo cuando se dio cuenta que los había dejado en su abrigo. Sonia decidió buscarlos e interrumpió a Rodolfo—…Perdón mi Rudolf te interrumpo. Es que dejé los cigarrillos en mi chaqueta y no quería que pensaras que me aburrí de lo que dices. Sigue charlando y ya vengo. — En esas Alejandro también se excusó— ¡Ay! Yo también pido disculpas por la interrupción y de paso tomo un break. —Miguel se sirvió otro coñac en la sala y mirando a Rodolfo dijo—Amigo, yo creo que es el momento del break para todos. —Rodolfo no sintió rabia al ver que todos querían parar la charla; sintió una tensión alrededor pero prefirió quedarse callado. Levantó el sombrero e hizo señas para que todos se dirigieran al balcón a tomar aire fresco. Daniel por su parte estaba muy enredado consigo, pues sintió un leve arrepentimiento con lo que dijo y al mismo tiempo una tensión absoluta al escuchar a Rodolfo. Miguel y el dueño de la casa salieron al balcón con su trago, mientras Alejandro buscó el baño y Sonia su abrigo.
Remia había estado escuchando todo desde la cocina sin poner demasiada atención, solo que le intrigaba escuchar los distintos tonos de voz. Estaba sentada en la isla de la cocina, leyendo un artículo en el periódico. No quiso salir a recoger nada todavía o a ofrecerles a los participantes algún trago o algo, pues estaba cansada de cocinar toda la tarde. Su estado de ánimo, no obstante, estaba más alerta especialmente porque la presencia de Sonia la dejaba así. Pensando en la mano que le tocó la espalda y luego en el abrazo de Sonia, Remia suspiró fuertemente pensando en alguna fantasía con ella mientras tomaba un té caliente. En ese momento entró Sonia a la cocina. — ¡Remia! Hola linda. —Remia se asustó al no esperar que alguien entrara a la cocina. Su susto la llevo a regar el té caliente en su falda y pegar un brinco al piso bajándose de la silla. Sonia notó la escena con culpa y al mismo tiempo risa. — ¡Remia, que pena mi amor! No quise asustarte. Veo que no muchas personas entran aquí, ¿no? Ven y te ayudo a limpiar. —Remia no sabía si decirle que sí ayudara o que mejor no. Sentía unos nervios muy fuertes pero sabía que su trabajo era importante también. —No, Sonia deja por favor yo limpio. Es mi trabajo. No esperaba que alguien entrara a la cocina. Usualmente solo Rodolfo entra durante las charlas para pedirme algo. —Sonia percibió los nervios de Remia por la forma en la que hablaba rápido y porque no la miró a los ojos en todo ese tiempo. Pensó Sonia que tal vez era por su forma de ser, aunque había notado desde antes cómo se ponía cuando la abrazaba. Remia estaba limpiando el piso con un limpión mientras Sonia recogía la taza del té. Al ver a Remia así, Sonia le extendió la mano para levantarla lo que Remia hizo con mucho temor. Sonia le quitó el limpión de la mano y la miró a los ojos diciéndole—Remia, estas temblando. ¿Qué pasa?—Sonia estaba ahora consternada pero a la vez confundida. Remia por su parte quitó sus manos de las manos de Sonia y salió corriendo hacia la biblioteca que quedaba por detrás de la cocina. Sonia decidió seguirla para entender qué pasaba con Remia y entender por qué le importaba tanto lo que Remia sintiera. Mientras tanto, Miguel y Rodolfo discutían sobre política. Alejandro había estado en el cuarto al lado de la biblioteca viendo fotografías viejas que Rodolfo había tomado muchos años antes. Se asombraba de ver lo talentoso que era Rodolfo, pues esta era su arte y su pasión. Desafortunadamente no había seguido esta labor, pues tras el accidente mortal del tren donde iba su hija a visitarlo con sus fotografías, Rodolfo sintió haber perdido lo que más adoraba en su vida: la fotografía y su hija. Mientras veía la última foto que tomó Rodolfo, Alejandro escuchó unas voces que venían de la biblioteca.