Los enmascarados: hombres cuya afición es vestirse como si fueran enormes muñecas inflables. Heterosexuales con maquillaje y con una pasión algo peculiar están causando sensación en todo el mundo. Como parte de su vestuario utilizan senos falsos de gran tamaño, caderas, nalgas y hasta vaginas falsas. Alrededor del mundo esta práctica se hace cada vez más recurrente. Inexpresivas y desmesuradas, con kilos de maquillaje, pestañas falsas y pelucas, llevan la piel enfundada en goma, como si se tratara de una experiencia con una muñeca en la vida real.
El rostro sólo tiene pequeños orificios para poder respirar, hablar, comer y ver. Sus vidas son secretas, anónimas, desconocidas. La máscara los protege de su extraño pasatiempo pero viven inmersos en una fantasía. Ni fetiche, ni transgénero, simplemente buscan jugar y ser vistos por los que nunca antes lo hicieron, criticar la sociedad, mostrarse de otra manera, hacer arte.
El fotógrafo alemán Peter Czernich, creador de la revista sobre fetichismo Marquis asegura que se trata de una manifestación en la que los participantes visten enfundados en látex, con rasgos femeninos extremadamente exagerados, labial y pestañas extralargas, con la misma actitud de un juguete sexual: sumisas y listas para que otros las toquen.
La apariencia completa puede costar alrededor de 600 euros, en la que se incluye un receptáculo para poner los testículos y lograr que orinen como si fueran mujeres. Las rubber doll o muñecas de goma se han convertido en todo un fenómeno. El artista conceptual Pandemonia Panacea utiliza esta moda peculiar para hacer su arte.
Nadie sabe su verdadera identidad y existe entre la realidad y el mito. Desde 2007 ha captado la atención de todo el mundo, sobre todo del arte y la moda. Hace una reflexión crítica a través de la fama, el glamour y la feminidad; se convirtió en una manifestación y llamado ante la desmesura de la comercialización del deseo a través de los medios de comunicación. A través de su imagen podemos ver los ideales que ahora poseen las mujeres en un mundo más superficial y hasta cierto punto, plástico.
Su arte es diferente a lo que otros han hecho, convirtiéndolo en una celebridad, con la exploración de arquetipos que fluctúan entre la mitología pop y la realidad. El público es quien la hace, asegura, y ha logrado sobrevivir y darse a conocer en todo el mundo con esta propuesta: ¿Qué tan plástica es la belleza femenina? Según Pandemonia, la belleza no envejece, ni cambia ni se transforma; yace intacta ante el asombro de los demás, o al menos así podría definirse el ideal de la belleza femenina. Los rostros familiares de la publicidad, los periódicos y la televisión son su máxima inspiración, pues ellos mitifican la belleza, logrando que hasta las propias mujeres crean los míticos estereotipos sobre el cuerpo.
Pandemonia cruza disciplinas y navega entre la escultura, el arte digital, la fotografía y el performance, pero no sólo cruza disciplinas sino que también revira al pasado, mostrándonos los primeros momentos del arte pop con esa forma peculiar que su traje posee y nos traslada inmediatamente a la actualidad, donde los límites del mismo arte se han roto, uniéndose perpetuamente a la moda y lo efímero del nuevo orden artístico.
Pandemonia es un artista post-pop que siempre está acompañada de su perrito inflable. Cada vez más compañías y marcas quieren tenerla a su lado, siempre en tacones y con una cara glamourosa. Participa en galerías de arte, exposiciones y desfiles de moda. Con ella arte y exhibicionismo se vuelven uno mismo, el recurso sexual ahora también está presente en las más sofisticadas galerías y el sexo se convierte en un ingrediente que, así como a ella, seguro siempre traerá buenos resultados.
Así, las rubber dolls no son sólo una moda, con el trabajo de Pandemonia se han convertido en una crítica a la sociedad, un empoderamiento a las mujeres y una de las pocas voces que se alzan en contra de los estereotipos de los medios de comunicación, que cada vez con más frecuencua buscan mujeres perfectas, plásticas y con volúmenes exagerados.
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Referencia:
El País