El papel de la mujer en la historia del arte no es tan significativo como el de los hombres, quienes a lo largo de los años han sido los creadores de piezas impresionantes que nos permiten interpretar la evolución del arte. En esta evolución artística, el papel de la mujer ha sido el de musa. A través de sus retratos, permite visualizar los motivos de cada época y la figura de la mujer en un contexto diferente: diosa, amante, esposa, encarnación de peligros u objeto sexual. Todo eso significa ser mujer en una sociedad regida por la figura masculina. Pues la figura femenina, es vista como objeto o como acompañamiento de las interpretaciones.
La académica de la Universidad Complutense de Madrid, Ma. Ángeles López Fernández asegura que la mujer no es vista como un igual en el retrato sujeto-sujeto, sino más bien a través de una relación sujeto-objeto, en la que la mujer “ha sido tratada en la historia del arte no como individualidad independiente de sus otros componentes del género, sino como representante de ese género, como muestra de serie”.
En la antigüedad, las sociedades representaron a la mujer como símbolo de la fertilidad que les proporcionaría no sólo descendencia, sino también la riqueza de la tierra.
En la época griega, los filósofos y artistas utilizaban a la mujer como inspiración. Sin embargo, ellas no podían acceder a la educación, pues no había escuelas especiales para mujeres y mucho menos, instrucciones especiales que involucraran el conocimiento de artes o letras. Simplemente eran parte del hogar. No debían acceder a otra educación que se saliera de la casa y su mantenimiento. La figura femenina en la Antigua Grecia era pensada para lograr retratar el desnudo perfecto, el cuerpo ideal al natural, sin rigidez; se hacía a través de esculturas de mármol que mostraban su belleza sin ninguna reserva.
Cuando llegó la época medieval, todo cambió. La mujer se transformó en la madre del creador, dadora de vida, divinidad, sin ninguna corporeidad perfecta, sino más bien una divinidad representada a través de símbolos que permitieran transmitir que sólo era una imagen y la perfección de la virgen era la que no estaba en la tierra sino en el paraíso. Tenía un carácter bondadoso y comprensivo. Y era símbolo de moral.
Los retratos de la realeza no se hicieron esperar, y, poco a poco, la mujer adaptó su figura divina a la de acompañante perfecta. Aquella que se consideraba la mujer ideal, la pareja perfecta, el ama de casa que cualquier rey, conde o mercader quisiera poseer.
El desnudo femenino también creció en el Renacimiento, en el que la figura de la mujer tenía un carácter erótico.
El marcado estereotipo de la figura femenina, poco a poco, cambió e hizo que la mujer se convirtiera en símbolo de las representaciones más atroces a través de mitos como el de Salomé, la mujer que pidió la cabeza de Juan Bautista sin compasión, o la historia de Judith, quien se enfrentó al temible invasor Holeofernes, perteneciente al ejército babilónico, y cortó su cabeza después de seducirlo y embriagarlo una noche. La figura divina y servil de la mujer se transformó en la de aquella que menguaba la voluntad de los hombres y hacía que cedieran ante sus encantos.
Durante las vanguardias, la mujer tuvo el estigma cada vez mayor de ser parte de un deseo sexual casi nunca permitido, casi nunca puro. Su figura se relaciona con mayor intensidad al erotismo y la sexualidad. Las obras se convierten en representaciones sugerentes, lo que se relacionaba también con su nueva libertad sexual y participación social. En esta época, los artistas se inspiraban en prostitutas y mujeres de burdeles para pintar hermosos retratos en los que se podía observar un misticismo oculto detrás de la aparente bondad de quien aparecía en el retrato.
En la cultura de los medios de comunicación masiva, la imagen de la mujer se ha transformado debido a los medios de información. Así, ella es parte esencial en el proceso de consumo de productos y se le ha dado una connotación sexual a su representación; en otras ocasiones, también buscan representar un papel aspiracional o simplemente un modelo de conducta y comportamiento, con el que las mujeres promueven el consumo de ciertos productos. Este patrón no parece disminuir ni desaparecer, puesto que las mujeres se convierten en un gran gancho, tanto para hombres y mujeres en cualquier marca.