La pantalla en negro durante casi dos minutos. Gotas de lluvia que caen por los viejos tejados. La noche fría digna de una temporada invernal. Un paisaje de desconcierto en medio de la soledad. La música heavy de fondo de esas bandas nórdicas que despiden notas pesadas. Inicia Nymphomaniac, la más reciente película del director danés, Lars Von Trier.
Joe, una mujer que se ha autoproclamado como ninfómana, yace tirada en un callejón severamente golpeada. Un hombre solitario llamado Seligman la encuentra y cuida de ella en su casa donde la hospeda por un tiempo para que se recupere. Movido por el morbo – el mismo que nos empujó a nosotros, los espectadores, a buscar los avances de la película en forma de cortos y carteles sugerentes con el reparto de la película antes de su estreno-, de saber cómo una mujer como ella fue a parar olvidada en la calle; Seligman interroga a Joe sobre su pasado mientras le cura las heridas, revelándose una historia llena de conflictos y turbias relaciones durante la adolescencia y la adultez de Joe.
El morbo fue lo que alimentó mis expectativas por ver la culminación de La Trilogía de la Depresión (Inició con Anticristo, 2009 seguida por Melancolía, 2011). Nymphomaniac realizó un viaje desde las declaraciones que desataron la controversia en Cannes, hasta las cucharadas de prueba que nos dio su director con los ocho capítulos que contendría la primera parte; pasando por el estreno en Dinamarca que se realizó el día de Navidad, para finalmente aterrizar en Quintana Roo, donde se llevó a cabo el estreno en México y Latinoamérica. Ante tantas expectativas y el gusto por el cine de Trier, uno espera la cumbre de su ingenio transgresor siempre lleno de retorcido humor negro, y cuando uno espera tanto, es muy difícil que el resultado sea el esperado.
Joe (Charlotte Gainsbourg) es la narradora de una historia que raya en el límite de los terrenos explorados en el sexo. Es la encargada de explicar a Seligman todo un viaje desde su niñez, donde descubrió su cuerpo y el placer infinito que podía explotar de él. Seligman, un viejo solitario con amplios conocimientos en pesca y música, la interrumpe varias veces para aconsejarle utilizar esos dos temas y relacionarlos con su impulso de tener sexo con hasta 10 hombres en un día.
Durante ocho capítulos, Joe describe por medios ingeniosos y casi poéticos las aventuras del placer por las que vivió: el despertar sexual, el fracaso en el enamoramiento y el arrepentimiento constante por haber usado a su conveniencia a muchas personas, a cambio de su placer insaciable. Una charla que se mueve a tientas (la cual, en mí divagación me recuerda a Luna amarga de Roman Polanski) entre una mujer incapaz de entender lo que pasa por dentro, y un escucha, que bien podríamos ser todos reflejados.
El factor de provocación – al menos en la primera entrega de Nymphomaniac -, no está en las secuencias de sexo explícito, sino en las ideas que el diálogo entre Joe y Seligman emplean. Junto con el guión (ácido como toda la filmografía del director) se juega con una serie de recursos que ayudan a la narrativa: los cambios de episodios, fotografías fijas, voz en off de la protagonista y las analogías con Bach; una mezcla de texturas y el blanco y negro que acentúa el momento donde la estabilidad se pierde por completo. Todos estos factores convierten a Nymphomaniac en una película digna de su director, pero que no termina por cerrar las expectativas que había formado con sus anteriores trabajos.
Lars Von Trier se ha caracterizado por realizar un cine crítico, provocador, contestatario y en cierto modo difícil; retratando aspectos trágicos de la vida, poniendo en tela de juicio la bondad del hombre, mezclando a sus personajes aparentemente “buenos” con deseos retorcidos y, por si fuera poco, cuestionando la realidad convencional en la que vivimos.
Trier se ha convertido en uno de los directores más mencionados en la actualidad; desde décadas pasadas ha puesto el dedo en la llaga en temas que la sociedad busca esconder. El hecho de que Nymphomaniac haya representado una auténtica campaña comercial, sólo es un capricho más de su director, quien a final de cuentas se puede jactar de hacer el cine que él mismo quiere.
Me falta ver el punto culminante de una de las películas más esperadas de los últimos años – planeada para que durara cinco horas, pero terminó por recortarse a cuatro y dividirse en dos partes-, esperando que la segunda parte mejore mis expectativas, nos vemos la próxima semana en la reseña de Nymphomaniac Vol.II