Como si se tratara de un fatal designio, el tiempo sigue su curso sin reparar en que cada segundo se convierte en una loza que, con el paso de los años, resulta imposible de sobrellevar. Detrás de una sonrisa forzada y un semblante cansado,el gesto asoma un resquicio de voluntad, como si la vejez se tratara sólo de un estado mental.
Una duda frunce el ceño durante un segundo y la nostalgia se apodera de la mente, que de inmediato se recompone para dejar de lado el anhelo de un tiempo que jamás volverá. ¿Qué secreto guarda consigo la juventud, que inspira los más profundos anhelos y desata un mar de furia que rompe violentamente a cada instante?
La piel tersa y brillante, un espíritu indomable, un par de caderas afiladas, senos firmes y una voluntad desenfrenada: todo parece estar dispuesto para el sexo. La desnudez, tan natural como disruptiva, se desliza suavemente al borde de un abismo entre la ingenuidad y el deseo, entre la excitación y el desenfreno.
Una calma tensa marca el inicio de un trance erótico sublime, que con suerte, se prolonga durante cinco, diez o quince años, pero nunca con la fuerza de la primera vez. ¿Quién no se ha enamorado de una voluntad atropellada y un juicio torpe, del egoísmo y la arrogancia que guían irremediablemente hacia el encanto de cualquier adolescente? Hace falta perder el rumbo en una sonrisa, un cuerpo arqueado a voluntad de quien lo posee o en una clavícula desnuda para descubrir en primera persona el encanto que la juventud lleva consigo.
La rebeldía es el motor de la juventud. Es una actitud que se desdobla hacia todas partes y se expresa en un sinfín de manifestaciones frente al orden establecido: el control del cuerpo, el rechazo de toda moral y la construcción de un horizonte que rompa con el status quo de la actualidad, todas son acciones que se levantan con violencia sobre los vestigios de una época pasada impulsados por una vorágine de emociones que no teme a romper en llanto, estallar de ira, entregarse a un orgasmo o dejarse llevar con pasión desmedida sobre lo que más le inspira.
Desde un punto de vista natural, la juventud también parece encontrar en la rebeldía un principio tan poderoso como creativo. Al mismo tiempo encarna una actitud que pretende destruir las bases sobre las que se levanta lo más reacio al cambio de la sociedad; también lleva consigo la semilla que habrá de germinar en un proceso distinto: se trata de una actitud necesaria para el ciclo de la vida misma, que se impone a pesar del paso implacable del tiempo.
Lejos de los anhelos nostálgicos de juventud, se trata de una etapa de cambio, contradicción y ruptura; una actitud que abre paso al arte, a las ciencias, a la creación literaria y a los estallidos sociales que prometen escapar de la masa gris y cronométrica, del determinismo, de los valores planteados con anterioridad con la torpe promesa de que nada había que cambiar en un mundo que marchaba hacia el orden, el progreso y la felicidad.
Ser joven es tener la posibilidad de transformar el mundo. No en un sentido quijotesco, mucho menos desde una perspectiva de cambio a través de sonrisas, buenas intenciones o el emprendimiento de un negocio, sino con hechos apenas más relevantes y necesarios: el reconocimiento de la diversidad como principio deseable hasta biológicamente, el fin de una obtusa moral que niega al sexo y promete juntar acciones en esta vida para descansar en una que no existe, la desigualdad que se legitima y reproduce día a día, y sobre todo, la conciencia para apropiarse de la realidad y del cuerpo como las únicas vías para cambiar con la misma ironía, frescura, pasión y desvergüenza que caracteriza a cada adolescente.
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