¿Dónde está el pasado? No es una pregunta tramposa ni metafórica, es literal. Si reparamos en ello, no hay manera de señalarlo con un dedo, se ha esfumado. Del futuro ni siquiera la memoria es testigo; aún no existe.
Estamos acorralados en el presente, esto es lo único de lo que tenemos fehaciente evidencia. Esta intuición sobre el tiempo, materia de discusión entre filósofos y de creación para los artistas, encuentra también refugio en la poesía.
La intuición de que el momento presente es nuestro único recurso, exalta su valor. La incertidumbre sobre una vida posterior a ésta, llama a aprovechar la actual, exprimirla hasta agotarla. Esto estuvo presente en la obra de John Wilmot, segundo Conde de Rochester a quien la historia ha situado como “libertino”.
“Después de la muerte, nada; y nada es la muerte”, recuerda este poeta.
La procuración de placeres, la urgencia de satisfacción de los “bajos instintos” y, por su puesto, sus escritos, le han valido comparaciones con El Marqués de Sade. De un modo un tanto injusto, la obra de Wilmot ha sido situada a la sombra del escritor francés.
Aquí te presentamos algunos de sus versos cargados de erotismo, que no arriesgan ni un ápice de inteligencia, de cuestionamientos sobre el amor e, incluso, sentido del humor.
“El gozo imperfecto” es una buena muestra de ello, en él describe los pensamientos de un hombre tras eyacular precozmente en el acto amoroso. Aquí algunos fragmentos:
Desnuda yacía en mis brazos anhelantes;
yo estaba lleno de amor, ella rebosante de encantos,
ambos inspirados por ávido fuego,
derritiéndonos en caricias, ardiendo de deseo
con brazos, piernas, labios estrechamente ligados;
ella me aprieta contra el pecho y me succiona con el rostro;
su ágil lengua, rayo menor del amor, jugaba
con mi boca, y a mis pensamientos impartía
rápidas órdenes para que yo me dispusiera
a arrojar abajo la disolvente centella.
mi alma palpitante, impulsada por el filoso beso,
cuelga suspendida sobre balsámicos abismos de júbilo,
pero mientras su atareada mano guía esa parte
que debía llevar mi alma hasta su corazón,
en líquido embeleso me disuelvo,
me derrito en esperma, la derrocho en cada poro.
El toque de sus partes lo habían hecho:
sus manos, sus pies, aun su rostro era una vulva.
Sonriente, ella murmuraba un amable reproche
y se limpia del cuerpo mi pegajosa dicha,
a la vez que recorriendo con mil besos
mi pecho jadeante, pregunta si no hay más.
“¿Sólo este tributo al amor y al embeleso?
¿Y no saldaremos nuestra deuda con el placer?”
Y continúa:
Pero yo, hombre consternado y perdido,
procuro en vano mostrar mi afán de obedecer.
Suspiro, ay, y beso, mas copular no puedo.
Ávidos deseos frustran mi primer intento,
la consiguiente vergüenza impide nuevos triunfos,
y la furia al fin confirma mi impotencia.
Aún su bella mano, que podría calentar
la escarchada vejez, e inflamar a fríos ermitaños,
aplicada a mi brasa extinguida no enciende
más fuego que si acercáramos llama a las cenizas.
Trémulo, confuso, angustiado, flojo, seco,
yazgo como un guiñapo ansioso, débil, inmóvil.
En otro poema, John Wilmot advierte la futilidad del amor:
Entonces dame la salud, la riqueza, la alegría, y el vino.
Y, si el amor entrometido aparece,
Tengo un dulce, suave y tierno paje
Que sabe hacerlo mejor que cuarenta mozas.
Como lo advertimos antes, la intuición del momento presente perfila la obra de este autor:
Entonces no me hables de votos,
Corazones falsos o juramentos rotos;
Si, por milagro, contigo puedo estar
Estos instantes fugaces, pero ciertos,
Eso es todo lo que el Cielo nos da.
La manera abusiva en que bebía y sus constantes fiestas donde los encuentros sexuales eran el principal ingrediente, le costaron la prisión. Al ser liberado, contrajo matrimonio intentando disminuir las presiones que sobre él recaían por su desenfrenada vida.
A sus 33 años, presuntamente víctima de sífilis y alcoholismo, este poeta perdió la vida, dejando detrás una obra de gran valor a la que vale la pena acercarse.