“Te fijas, Luisita, este muchacho ya se enamoró de la señorita. Mira cómo se miran, ¿ves? Ya la quiere acariciar, ya la acaricia. Ahora le va a pedir matrimonio y al rato seguro la va a estar abandonando”.
Ángeles Mastretta, “Mujeres de ojos grandes”
Empiezas una relación, llevan saliendo corto tiempo y todo va bien hasta que de repente, un día, él o ella aprovechan el momento “romántico”, para dejar ir una frase como “deberíamos vivir juntos”. Más allá del desconcierto que esta sentencia pueda provocar en quien la recibe, puede convertirse en una que condene a muerte ese joven amorío. Una frase dicha en mal momento, apresurada o más bien desesperada, puede hacer que tu pareja salga corriendo, más que sentirse identificado o emocionado.
Si no quieres arruinar tu relación, lo mejor que puedes hacer es disfrutar y vivir el momento, hacer planes o proyectos con el otro no está mal; lo malo, está en que te adelantes sin que esos proyectos como vivir juntos, conocer a su familia, tener hijos, decidir casarse o unirse de alguna manera, nazcan de forma natural de esa sincronía y el cariño que ambos se tienen.
Es mejor esperar a que la fruta madure y endulce por sí sola a comerla verde. No es buena opción maquinar historias en la cabeza.
Lo mejor que puedes hacer es no tener miedo a tener una relación seria pero no adelantes circunstancias. Esas ganas de verlo o verla por más tiempo o esa imposibilidad de dormir con él o ella todos los días, pueden ser tan tortuosa como gozosa si lo conviertes en el aliciente seguir conociéndolo y disfrutando de esa etapa, lo demás sólo tiempo lo dirá.
Estas preguntas, hechas en el momento preciso, pueden significar el paso hacia otra fase de su relación y un maravilloso sueño. Sin embargo, si la impaciencia te devora, estas interrogantes, más que hacer sentir a tu compañero (a) identificado contigo o cómodo, lo harán querer salir huyendo.
¿Te presento a mis papás?
Un día te sugiere que habrá una reunión familiar a la cual le gustaría que asistieras para que de paso “te presente con sus papás” y además te aclara que “no a todas sus novias las presenta”. Una pregunta que a los dos, tres… o seis meses es incómoda además de ser un esquema casi medieval. La cara de perplejidad de quien recibe tan cordial invitación será la sentencia de muerte de quien la hizo, pues reflejará que en un corto tiempo se lo está tomando demasiado en serio.
¿Qué somos?
Llevan unos meses saliendo cómoda y relajadamente, pero de repente, un día llega y te pregunta con todo el tono existencial: ¿Qué somos?, esta pregunta no sólo exasperará a quien la escuche, más allá de abrir un canal de comunicación pondrá en entredicho todo lo que han construido. La respuesta a esta pregunta es: ¡sólo fluye!
¿Me amas?
Llevan unos cuantos meses de salir y de repente un día, en la cama, se le ocurre mirarte y en tono meloso decirte un: “Te amo”, no conforme con tan atrevida sentencia, te pregunta ¿tú, me amas? Esta cuestión dejará congelado a quien la recibe, definitivamente esta intensa pregunta hará que la balanza se desequilibre y no necesariamente a favor de quien hizo tan osada pregunta.
¿Y si vivimos juntos?
Los últimos meses han oscilado entre quedarte en su casa o en la tuya, de pronto se le ocurre sugerirte que vivan juntos y no sólo eso, sino algo así como: “¿y si me mudo a tu casa?” argumentando que “al fin tienes espacio”. Tú, como gato te erizas defendiendo tu territorio. En efecto, vivir con él o ella puede ser una experiencia maravillosa, pero puedes echarlo todo a perder si adelantas el paso o lo sugieres antes de tiempo. Es una decisión importante y por ello su relación en independencia también debe ser bien valorada.
¿Has pensado en tener hijos?
En alguna plática casual sugiere la posibilidad de tener hijos “más adelante”. Y te pregunta sugestivamente si has pensado en tener hijos y a qué edad o en qué tiempo. A quien lo escucha le cae como bandeja de agua fría. Es evidente que esta pregunta puede ser una presión para quien la recibe. Si bien esta y otras preguntas nos las hacemos todos en una relación a nosotros mismos, el decirlas a alguien más puede ejercer una presión innecesaria en la relación.
¿Te quieres casar conmigo?
Esa pregunta definitoria, para muchos la sentencia de muerte de una relación cuando no llega en el momento adecuado. Como en “Arráncame la vida”, un ofrecimiento de matrimonio cuando aún no se conocen, puede derivar en un infierno para ambos.
Recuerda el diálogo de Andrés Ascencio y Catalina:
“—¿Están tus papás? —preguntó. Si estaban, era domingo. (…)
—Diles que vengo por ustedes para que nos vayamos a casar.
—¿Quiénes? —pregunté.
—Yo y tú —dijo. Pero hay que llevar a los demás.
—Ni siquiera me has preguntado si me quiero casar contigo —dije. ¿Quién te crees?
—¿Cómo que quién me creo? Pues me creo yo, Andrés Ascencio. No proteste y súbase alcoche. Entró a la casa, cruzó tres palabras con mi papá y salió con toda la familia detrás.”
Una relación no puede adelantarse ni apresurarse, si sabes leer bien la situación y disfrutar del ritmo al cual se están conociendo, lo peor que puedes hacer es poner tus proyecciones sobre el otro y querer que las cosas caminen como TÚ las sueñas o las quieres sin esperar. Por otra parte, si eres quien recibe una de estas incómodas preguntas y percibes que no fue el momento adecuado, no te sientas presionado a tomar una decisión o decir algo de lo cual te puedas arrepentir. Es buen momento para revalorar a la persona y su relación.
Ten cuidado de que no te manipulen a través de la emoción y si te ha pasado esta circunstancia, puedes hacerte estas 15 preguntas para conectarte emocionalmente con tu pareja.
***
Te puede interesar:
Deja de mentirte, distingue entre el amor y la dependencia emocional
El diccionario de las emociones oscuras