¡Yo salvé Latín!
“Rushmore” (1998)
Dentro de las cintas de Wes Anderson podemos encontrar distintas lecciones de vida. Desde aprender a comunicarnos, perdonar y conocer más sobre nuestro entorno, pero a veces aparecen cosas pequeñas que suelen llamarnos la atención por el sentido casi poético que toman dentro del contexto de la película.
En su segundo filme, “Rushmore”, sigue a un joven estudiante de preparatoria con ideas muy peculiares llamado Max. Lo vemos alardear a lo largo de la historia sobre cómo logró hacer que la materia de Latín se convirtiera en una obligatoria para el plan de estudios de su nueva escuela. Aunque al final se quita la clase, parece ser aún de gran importancia para él, porque sabe que es una lengua que no debe morir.
Actualmente es raro que conozcamos a alguien que conozca el idioma latín, pero además de ser la madre de un gran número de lenguas europeas, es una que aún tiene impacto en el español. Podemos encontrar algunas frases en escudos de distintas instituciones o por lo general las vemos junto a los términos científicos, que siguen utilizándolo como el principal para definir nuevas especies.
Sin embargo, su impacto en nuestro vocabulario sexual también es alto.
Cabe destacar que durante la época romana este tipo de lenguaje que también puede sonar soez y vulgar era de lo más común. En distintas ciudades de la Antigua Roma era normal encontrar distintas obras que trataban temas que eventualmente se convirtieron en tabú, como la homosexualidad, la prostitución y distintas actividades sexuales, por esto no es raro aprender sobre su uso del lenguaje “sucio”.
El uso de lenguaje soez no sólo servía para expresar distintos sentimientos (como ahora lo usamos), sino que también fue un recurso que utilizaron distintos escritores de aquél entonces. Tal es el caso del siguiente poema de Catulo, titulado Carmen XVI:
“Paedicabo ego vos et irrumabo
Aureli pathice et cinaede Furi,
qui me ex versiculis meis putastis,
quod sunt molliculi, parum pudicum.
Nam castum esse decet pium poetam
ipsum, versiculos nihil necesse est,
qui tum denique habent salem ac leporem,
si sunt molliculi ac parum pudici
et quod pruriat incitare possunt,
non dico pueris, sed his pilosis,
qui duros nequeunt movere lumbos.
Vos quod milia multa basiorum
legitis, male me marem putatis?
Paedicabo ego vos et irrumabo”.
Este trabajo ha sido traducido de distintas formas a lo largo de la historia, adecuándose a cierto tipo de métricas y estilos, pero la más interesante (y probablemente más fiel) es la que realizaron A. Cavallazzi y A. Pardo en 2009 como una traducción libre:
Yo me los cojo y me la maman,
el puto de Aurelio muerde almohadas y el pinche mariquita del Furio,
porque pensaron que mis versos
son maricones y degenerados.
Porque dicen que un poeta chingón es decente,
¡pero que no mamen!, sus versos no tienen que ser así;
aunque eso sí, deben tener el picor del chilito,
si son maricones y degenerados,
es porque te hacen cosquillitas por ahí,
no a los chamacos, sino a los ruquetes ancianos,
mugres peludos que ya ni la mueven.
¿Ustedes, que por lo de los muchos besos
pensaron que era puto?
Pues yo me los cojo y me la maman.
Esta traducción contiene nuestros términos soeces que utilizamos todos los días. El poema toma un giro casi moderno al notar que nos expresamos de la misma forma que hace 1600 años. La traducción trata de mantener la fidelidad aunada al lenguaje que utilizamos actualmente. Por ejemplo, el verbo paedicabo, que significa “penetrar por el ano”, los autores lo mantienen como “coger”, mientras que irrumabo, que sería “chupar”, lo adaptan a “mamar”, pues es una palabra que se ha convertido en soez durante los últimos años.
Muchas de las palabras que utilizamos actualmente en un contexto sexual se derivan del latín, por lo que podemos agradecerle a los antiguos romanos o griegos por términos como “fornicar”, ya que proviene de la palabra “fornicatio”, que usaba la gente educada, o “futuere”, que empleaban los de clase social más baja. También los nombres de los órganos sexuales provienen de “penis” y “vagina”, que no han sufrido gran cambio.
Curiosamente la palabra “verpa”, que viene del latín vulgar, se refería al pene del hombre, actualmente usamos “verga”, que puede ir relacionado a pesar de que originalmente se usaba para una cosa absolutamente diferente. Asimismo, la palabra “testiculus” no sufrió mucho cambio. En el vulgar se les llamaban “colei” o “coleones”, que podemos traducir como “cojones”.
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Sin duda, lo que nos demuestra este análisis es que el lenguaje no está tan perdido como lo pensábamos, aunque usemos en exceso el soez con la gente a nuestro alrededor, la gente que vivía en la Antigua Roma, educada o no, hablaba de la misma forma para poder expresar con precisión sus sentimientos. Además, hemos visto cómo nuestras palabras, aunque a veces parezcan ajenas al latín, están extremadamente relacionadas, por lo que estamos lejos de abandonar la riqueza que le dio al español y lo podemos notar si tan sólo nos detenemos a comparar por un momento.