Una de las técnicas más revolucionarias de la historia del arte es sin duda el collage, definida por el fauvista Henri Matisse como el arte de dibujar con tijeras, la cual consiste en la superposición de todo tipo de materiales para crear composiciones fuera de lo común en un acto estético que desafía los límites de lo posible. Su origen se remonta a una herencia del cubismo, movimiento que nos incitó a adoptar nuevas perspectivas para analizar los objetos y la cotidianidad.
De Braque a Picasso, muchos fueron los artistas que se dejaron seducir por este hallazgo de libertad pictórica que les permitió explorar la realidad de maneras distintas con posibilidades de representación casi infinitas. Los dadaístas continuaron con este legado, albergando a los mejores exponentes de esta técnica como Schwitters y Hans Arp. A ellos los siguió el nacimiento del collage fotográfico utilizado por Man Ray y el surrealismo de Magritte, quienes le dieron su propia esencia a esta técnica. Miró, Matisse, Juan Gris, entre otros artistas fueron los responsables de popularizar el collage como una nueva forma de proceso artístico convirtiéndose en un estandarte plástico del pensamiento vanguardista que representó la ruptura con la mirada clásica que le antecedió.
Desde entonces, el collage nos seduce y enamora porque se identifica con nuestra naturaleza humana, imperfecta y guiada por el azar al ser un lenguaje gráfico que comparte con nuestra identidad el hecho de estar compuesta por fragmentos en combinaciones y encuentros poco probables. Un collage, como un ser humano, se construye al ensamblar las piezas del rompecabezas que narran su historia a través de elementos aleatorios, montajes y yuxtaposiciones entrelazadas por el tiempo, formando seres contrastantes e híbridos cuyos actos no responden a ningún orden puramente racional. Libres, con un espíritu en transformación que se construye y deconstruye con el paso del tiempo, con los amores que matan y con las experiencias que nos desentierran desde la raíz. Por ello, esta técnica nos sumerge en el proceso creativo de dejarse llevar, soltar el control y confiar en que las piezas cohabiten y se acomoden en el inevitable caos.
Como una nueva manera de enfrentarse al desconcierto del mundo, lejos del aparente orden que nos obsesiona, Giovanna Tommasi decidió convertirse en habitante de un mundo de recortes creado por ella misma al recrear espacios oníricos e improbables.
Esta artista de collage surrealista explora una estética donde la imagen femenina se funde entre los recortes de rostros, manos, diamantes y animales para crear escenas y paisajes cargados de nostalgia por otros tiempos. En sus composiciones predominan los detalles sutiles en los escenarios que acompañan a sus personajes fantásticos en instantes casi cinematográficos que relatan una pequeña pero compleja historia.
Ella tiene claro en su producción que todo es más apegado a lo que sentimos en realidad cuando aprovechamos las desproporciones y los accidentes. Recorta para rescatar personajes olvidados en páginas de revistas y libros viejos, un pasatiempo lleno de belleza para darle una nueva vida a lo que parecía perdido en el olvido sin remedio, y disfruta mezclar elementos de imágenes que fueron creadas para diferentes fines pero con las que obtiene un resultado casi mágico, producto de la casualidad y factible a múltiples interpretaciones.
Este mes disfruta de sus piezas cargadas de nostalgia y nuevos inicios, ciclos que se reconstruyen dando origen a un universo completamente distinto.
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Día 30
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Descubre todo este mes las piezas del universo creado por Giovanna Tommasi en nuestra cuenta de Instagram.
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Conoce más de su obra en Instagram y Facebook, y sigue descubriendo la historia del collage con los relatos del Cabaret Voltaire, cuna del dadaísmo y refugio de los máximos representantes de esta técnica que ha cambiado a la par de los paradigmas culturales, como lo demuestran los 10 artistas del collage que disfrutan el lado salvaje de lo femenino.