Está recostada sobre su costado derecho, observando directamente a los hombres que han posado su vista en su cabello, ojos, labios, cuello, sugerentes senos y caderas hasta llegar a sus pies enfundados en unas zapatillas a juego con su vestimenta. Sus piernas son larguísimas y torneadas, prototipo de la belleza que Occidente ha impuesto como la perfección femenina. A juzgar por el uniforme que porta sobre su esbelto y bien formado cuerpo es empleada quizá de un hotel de lujo o en una mansión lujosa. En su muñeca derecha porta una pulsera de oro que nos hace replantear las palabras escritas anteriormente.
Tanto lujo no puede ser propio de una chica que quizá tardaría un año en juntar el dinero suficiente para comprarse ese capricho. Existen dos opciones: lo más probable es que se trate de la amante de un excéntrico millonario o que sea la esposa de éste, quien se ha enfundado ese traje de servicio doméstico para llevar a cabo un juego sexual a petición de su marido. Como todo lo femenino, es un misterio que quizá jamás se aclare. Muy cerca del tacón derecho de esta hermosa mujer se lee la firma de un tal Vargas, estilizada y bonita como la dama que ha tenido el acierto de pintar.
Esta chica Pin-up es una de las tantas que Alberto Vargas llevó a cabo para hacer un homenaje a la belleza escultural femenina y saciar los instintos de cientos de hombres entregados a su contemplación. En su mano, Vargas tenía el pulso y la delicadeza suficiente para retratar la gracia femenina en todas las posturas y formas que se pudieran imaginar: sentadas, recostadas, de pie, con una pierna estirada, el cuello echado hacia atrás. Sonriendo, fumando, pero con una premisa inequívoca en cada una: mostrar sus encantos de manera aparentemente inocente o en una manera abiertamente erótica.
Alberto Vargas fue hijo de Max Vargas I, un reputado fotógrafo del cual heredó el ojo educado para la imagen y el amor por lo visual. Con su padre, a quien asistió en las sesiones de fotografía en su taller, aprendió las técnicas del retoque de negativos y el uso del aerógrafo. Nacido en Arequipa, Perú, el 9 de febrero de 1896, fue hasta 1911 que su padre lo envió a Europa para estudiar y ser aprendiz de un fotógrafo asentado en Londres. Durante este periodo, Vargas visitaba asiduamente los museos de Inglaterra y otros países, empapando su vista y su imaginación con las últimas tendencias que reinaban en aquel momento al Viejo Continente.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, su padre lo mandó traer de vuelta a Perú. Antes de regresar a casa hizo una parada “momentánea” en Nueva York que cambiaría su destino como hombre y artista. Quedó fascinado por el tipo de mujer cosmopolita y sensual que se encontró en la ciudad, contrario al tipo de mujeres a las que estaba acostumbrado en Inglaterra, más sobrias y recatas en su manera de vestir y conducirse. Decidió que era tiempo de probar suerte como artista freelance y ganarse la vida haciendo lo que siempre había querido llevar a cabo.
Encontró espacio en la publicación Ziegfeld’s Follies, una serie de revistas musicales en cuyas portadas aparecían las actrices y cantantes más reconocidas de aquel entonces. Vargas llevaba a cabo las ilustraciones de las portadas con un gran sentido de la estética y siempre resaltando las virtudes de cada una de las modelos; en sus manos lucían frescas, desinhibidas y divertidas. Sin embargo, Vargas aún no lograba con estas ilustraciones explotar el estilo que en unos años lo harían mundialmente famoso. Al mismo tiempo hacía trabajos como ilustrador de carteles de películas y obras de teatro. En este época, 1917, conoció a Anna Mae Clift, una joven rubia y bien parecía que laboraba para la revista Greenwich Village Follies y le servía de modelo en algunas sesiones. Vargas se enamoró al instante de la que se convertiría en su esposa en 1930.
Cuando la Gran Depresión comenzó a azotar a la ciudad de Nueva York, el matrimonio decidió tomar sus maletas, pinceles y mudarse a la costa Oeste en la cual un negocio florecía y prometía darles grandes ganancias: la industria cinematográfica. Vargas no tardó en colocarse como ilustrador freelance para estudios como 20th Century Fox y Warner Brothers. El cartel que realizó para la cinta El pecado de Nora Moran, mostrando a la actriz Zita Johann en una pose sugerente y semidesnuda fue el nacimiento oficial de sus Pin-up girls. Sin embargo, su participación en una protesta y huelga en contra de la falta de salarios justos para empleados de la industria del cine desembocó en un veto que lo obligó a volver a la ciudad de los rascacielos.
Este mal paso, sin embargo, no duró demasiado para fortuna de Vargas y su esposa. La revista Esquire estaba en búsqueda de un dibujante que supliera a George Petty. Vargas se vio entusiasmado por ser su suplente y lo consiguió. De inmediato, el público quedó fascinado por las ilustraciones del artista peruano, en especial los soldados de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, quienes encontraron en las Pin-up de la nueva adquisición de Esquire un buen motivo para usarlo como adorno de sus casilleros y aviones. Sus obras rápidamente se ganaron el mote de “Varga Girls”.
Por desgracia, problemas legales hicieron que la relación entre la revista y el artista no se extendiera y Vargas quedó a la deriva, rompiendo la relación con Esquire de manera desagradable. En 1953, una naciente revista para caballeros llamada Playboy le dio la oportunidad de regresar para demostrar su talento entre las páginas. Cuando el dueño y director de la revista Hugh Hefner (quien también había trabajado en Esquire) y el director de arte Reid Austin vieron una serie inédita de Pin-up girls en el estudio de Vargas quedaron fascinados con su obra y le ofrecieron trabajar para la publicación.
A pesar de que Vargas conocía al dedillo el cuerpo femenino y resaltaba hasta los más mínimos detalles como el color de uñas o los accesorios que usaban, su moral siempre estuvo a prueba de todo. Era totalmente fiel a su esposa y siempre se negó a mostrar el vello púbico de las mujeres a quienes fotografiaba y después pintaba, pues argüía que sería una falta de respeto para ellas.
Durante varios años, las Pin-up de Vargas engalanaron las páginas de la revista, convirtiéndose en una parte fundamental de la cultura pop de los Estados Unidos y centro importante de las charlas entre jóvenes universitarios. Playboy publicó en total 152 pinturas del maestro peruano. Para su desgracia, la muerte de Anna Mae Clift, tras una terrible caída de la cual jamás llegó a recuperarse, mermó su talento y salud, provocando que Vargas pintar cada vez menos. En la actualidad, se pueden encontrar en libros, calendarios, camisetas, carteles, tarjetas de colección, tatuajes.
Siempre trabajó con óleo, pastel o tinta, teniendo una marcada preferencia por la acuarela y el aerógrafo. Muchos críticos de arte mencionan que su manejo de sombras es equiparable al de grandes artistas como Rembrandt o Vermeer y consideran su arte superior al de pintores de la talla de Ingres, Degas y Toulouse-Lautrec. Una enorme clase y buen gusto dominan a sus modelos y sus curvas, pues a pesar de que poseen una carga erótica fuerte son al mismo tiempo pinturas que jamás aluden a lo vulgar. Cumplieron los deseos de miles de hombres sin poner a la mujer como un vulgar objeto sexual.