Si hay algo que puede distinguir a la arquitectura de entre el resto de las artes, es su presencia; podemos admirar las tomas de una película, la habilidad que el ilustrador ha demostrado en el cuadro, el virtuosismo tras las notas de una canción y sabemos que para alcanzar cualquiera de estos momentos se requiere mérito, dedicación y talento de parte del artista. Pero todas estas experiencias son experimentadas desde afuera, como mero espectador de una función para nuestros sentidos.
La arquitectura es un arte que integra a la vida misma; no sólo podemos gozar de ella a partir de la distancia, somos capaces de vivir dentro de la obra. Toda construcción que aspire a la belleza debe poseer la cualidad de ser habitada, eso lo vuelve más que una escultura, lo convierte en espacio y la hace establecer un vínculo con el residente. Los humanos somos tan aficionados al arte, que creamos una forma de ejecutarlo en la que podemos vivir en la pieza y que, a la vez, nos sirve de soporte, refugio e inspiración.
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La idea del patrimonio está basada en eso, en la relación que existe entre los edificios y el ciudadano, cómo se alimentan mutuamente y existen sólo por la injerencia del otro; por eso, a través de las construcciones de carácter histórico podemos conocer una cultura, entender el periodo del que procede, vislumbrar la evolución entre lo que estamos viendo y el mundo actual. Permiten que una sociedad se entienda a sí misma y ayudan a formar una identidad; Notre Dame es eso para los parisinos y un escaparate de impresiones para los viajeros. Cuando su aguja se convirtió en una enorme columna de fuego, nos recordó la fragilidad del pasado, la sencillez con la que puede ser afectado, e hizo mucho más reconocible su principal característica: la de ser irremplazable.
La arquitectura de la Catedral de Notre Dame tardó 182 años en construirse, pero sólo algunas horas para que parte de su cuerpo cediera ante el incendio. El proyecto inició cuando el obispo Maurice de Sully colocó la primera piedra en el emplazamiento, en el que antes había existido un templo dedicado al dios Júpiter. Estos primeros esfuerzos culminaron en un sorprendente edificio, cuyas torres alcanzarían los 69 metros; las mismas que Víctor Hugo calificó como “un conjunto maravilloso y armónico”.
La catedral recoge las principales características del estilo gótico; es obvia la verticalidad del edificio, resultado de los intereses espirituales por alcanzar a Dios y la superación de la clase social religiosa. Según los recién adquiridos conocimientos estructurales en la época, este estilo deseaba alejarse de los gruesos muros que eran comunes entre las construcciones previas; en lugar de ellos, hace uso de arcos para componer el tejado de crucerías que soporta las bóvedas. La presión de las nervaduras sobre los costados hizo necesario añadir una serie de ménsulas, que agregan apoyo y completan la visión de un edificio rico en elementos; este nuevo sistema permitió que el muro perdiera su función de soporte, para dar paso a las enormes aberturas de vidriería que decorarían la catedral.
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Su planta en forma alargada cuenta con cinco naves y un coro con forma semicircular; y durante el siglo XIX se llevó a cabo la decoración escultórica del edificio, con lo que se incorporaron sus conocidas gárgolas. Su imagen se ha convertido en una suerte de símbolo dentro de la cultura popular, pues Víctor Hugo escribió su novela “Nuestra Señora de París” en 1831 para salvar la iglesia de la demolición y desde entonces, permanece en el imaginario global a un nivel que es difícil de borrar.
París es lugar de encuentro para las mentes creativas desde sus más distantes momentos, el siglo XX no hizo más que acrecentar su fama de ciudad bohemia para convertirla en el deseo de turistas, fotógrafos, directores, escritores, etc. Igual que sucede en otros sitios multi abordados, como Nueva York, esta ciudad existe no sólo en las vidas de quienes la habitan, también en la mente de los que desean recorrer sus bulevares o en la memoria de quienes ya lo han hecho.
En un extraño sentido, hay un París distinto en la imaginación de cada persona y una constante en todos es esa increíble pieza arquitectónica: su catedral. Pero también su historia es ejemplo de que no está exenta del riesgo que corren todos los edificios patrimoniales, esa vulnerabilidad con la que pueden dejar de ocupar el mundo real y existir solo en sueños, crónicas o antiguas fotografías.
Víctor Hugo también dijo que: “los grandes edificios como las grandes montañas son obra de los siglos”; sin embargo, él sabía de primera mano que lo que construye el hombre es, muchas veces, destruido por sí mismo a través de su negligencia; ya sea producto de su desinterés por sí mismo o en un intento de borrar sus huellas y ocultar su pasado.
Hoy hay una enorme cicatriz en París, donde antes hubo una increíble iglesia que pretendía llegar al cielo.
Ver: Datos que debes conocer sobre la catedral de Notre Dame
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