Pinceladas que valen oro
Una niña que está en una mesa de mi lado derecho se levanta y se acerca, es la segunda vez que lo hace. La señora de enfrente, antes disimulada, ahora se para por completo de su asiento y se asoma. Me hace una señal con la mano en aprobación y me sonríe. Le devuelvo el gesto y trato de no moverme demasiado. No sé qué hacer con las manos, las tengo bajo las piernas, las subo, cruzo los brazos, los descruzo… No puedo ocultar ese leve nerviosismo que se refleja en ojos y boca.
Después de viajar durante tres años sin dinero y visitar 35 países, Sergey Balovin llega a la Ciudad de México. Es la primera ciudad de Latinoamérica que conoce. Hemos acordado vernos en una cafetería de La Roma. Lleva unos jeans, Converse, y lo que identifico como su sello personal: camisa a rayas y sombrero. Estamos sentados junto a la ventana. La música suena. Sergey está frente a mí. Sostiene un pincel que baila sobre el papel. Cruza las piernas y usa la pantorrilla como soporte.
Ciudad de México.
Pinta desde hace 25 años. Todo comenzó en el kínder en un intento fallido por dibujar pájaros. Cuando llegó a casa, su mamá los vio y lo felicitó. Él no le dijo que los dibujos en realidad los había pintado su maestra, por lo que se sintió apenado y eso lo motivó a estudiar arte.
“Ella creyó en mí y eso me ayudo”.
Estudió en Vorónezh, Rusia, en donde también participó en diferentes exposiciones. Hoy no sólo puede dibujar aves, sino que se convirtió en una. Ahora vuela de un lugar a otro. Sus alas le han dado la vuelta al mundo en los últimos tres años, y su pincel ha dibujado más de 5,000 rostros.
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Ha viajado durante toda su vida, es algo que sus padres le inculcaron desde que era niño. Siete días en el tren Transiberiano, para cruzar su país de oeste a este, es el viaje más memorable de su infancia.
En 2010 se mudó a un departamento en Shanghái. Su vecina tenía un caballete y Sergey le pidió que se lo vendiera. Ella había visto antes su trabajo y le gustaban sus pinturas, entonces le propuso un intercambio.
Yiyuan, Shandong, China.
El experimento comenzó. Sergey publicó en internet su oferta: una pintura a cambio de algo necesario para vivir. Los regalos llegaron rápido. Los primeros consistían en cosas para la cocina. Y en unos cuantos meses su departamento estaba equipado.
Viste al artista (Dress the Artist) o Alimenta al artista (Feed the Artist) fueron eventos exitosos a los cuales acudió mucha gente para dar regalos de acuerdo al tema. También organizó encuentros en los que se regalaban libros para niños, los cuales eran donados a escuelas públicas en China.
Así surgió In Kind Exchange, un proyecto que desde 2011 ha recorrido países que son solicitados por la gente.
Llegar a América no fue fácil. Es mucho más sencillo en Europa, donde las distancias son más cortas y es más simple moverse de una ciudad a otra. Para visitar el continente americano consiguió dos patrocinios, algo que normalmente no hace y no le gusta mucho, pero en este caso era necesario. Así pudo llegar a Estados Unidos y luego a México.
A lo largo de tres años, ha recibido todo tipo de regalos. Creó su lista de deseos, en la que enlistaba diversas cosas que podían serle útiles.
Tambov, Rusia.
“Había anotado en mi lista: tambores, pero yo me refería a los pequeños. Alguien llegó a mi departamento y me pidió que si podía bajar para ayudarlo a subir el regalo. Cuando bajé, vi y me habían traído una batería. Sigue en mi departamento en Shanghái y mis amigos la tocan cuando me visitan”.
Otro de los regalos que recibió fue una licencia para conducir vencida. “Le pregunté: de qué manera crees que esto me puede servir. Y dijo: no sé, a mi ya no me sirve. Igual le hice su retrato y se lo llevó”.
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A sus 29 años sus ojos han visto mucho más de lo que muchos otros alguna vez verán en toda una vida.
Ahora el proyecto está casi por concluir. Después de visitar ciudades en Latinoamérica como Buenos Aires y Santiago, regresará a Rusia y a China. Planea hacer una exhibición sobre su experiencia. La primera será en Shanghái. Y luego a ver qué pasa, quizás hasta escriba un libro.
“Hasta ahora me gusta ir así, pero está cambiando todo el tiempo”.
Trivandrum, India.
La luz entra por la ventana, parece que será un lindo día sin lluvia por la tarde. He logrado calmar las manos y dejarlas quietas a mi lado. Sergey cambia de pincel y toma uno más grueso, hace algunas pinceladas que sólo son visibles en mi imaginación. Levanta los ojos, me mira y una vez más los regresa al papel. Ha dejado de sonar la música. Toma ahora un pincel más delgado, hace un trazo y desprende la hoja. Extiende el brazo y me lo entrega. Lo sostengo con las dos manos por debajo, con miedo a ponerle los dedos encima y mancharlo. Ahí estoy en papel. Y le sonrío como quien se mira en un espejo: tan clara y diferente al mismo tiempo.
Me gusta pensar que ahora soy parte del proyecto. No sólo intercambiamos cosas, intercambiamos experiencias. Su historia ahora es nuestra y las nuestras ahora son suyas.
Una vez más la niña se acerca con curiosidad. Sergey la mira.
– ¿Quieres uno?
Se da media vuelta y saca de su mochila una hoja nueva…
***
Fotografías cortesía del artista.
MarianaTiquet
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