“¿Por qué me arrancas a mi mismo? ¡Ay, me arrepiento! No tiene tanto valor una flauta. Al que gritaba le fue arrancada la piel por la superficie de sus miembros , y nada era sino una herida; por todas partes mana la sangre y los tendones sin protección quedan al descubierto y las estremecidas venas laten sin piel alguna; se podrían contar las viseras palpitantes y las entrañas que se transparentaban en su pecho…”
-Metamorfosis (Ovidio)
El hombre ha encontrado medios para justificar una sed de sangre incontrolable, latente y recurrente en la vida. Desde tiempos remotos, el placer injustificado y negado -pero nunca eliminado- ante el dolor y el sufrimiento ajeno han causado en nosotros una fascinación incesante. La vida en el pasado suena bastante cruel, pero basta recordar históricamente el comportamiento humano para encontrar ese rastro sangriento que mancha las páginas de la historia.
El hombre ha encontrado en lo sobrenatural una fuerza incontenible que no es capaz de enfrentar sino con violencia. Con el pasar de los años ha adoptado ciertos idearios para justificar su enfrentamiento a lo desconocido. Así funcionó durante mucho tiempo el tratamiento contra las brujas, presentes desde tiempos del Código de Hammurabi e incluso en la Biblia.
“El hombre o la mujer que sea nigromante o adivino, morirá sin remisión. Serán lapidados y su sangre caerá sobre ellos”.
Lévitico 20, 22
A pesar de que el imaginario colectivo sobre los brujos comenzó siendo equitativo al hablar de sexos, pronto una machista iglesia católica buscó dar exclusividad a la mujer cuando se trataba de tratos con el diablo. Aunque se cree que la Edad Media representó el punto critico de la razón humana, la gran cacería de brujas proviene de años en los que la modernidad se encontraba en proceso de instauración.
“No hay que extrañarse si entre quienes están infectados por la herejía de las brujas hay más mujeres que hombres (…) ¡Bendito sea el altísimo que hasta ahora ha preservado al sexo masculino de tan grande delito”.
El Martillo de las Brujas (1486)
La cacería de brujas, la tortura a los herejes y los asesinatos de enemigos eran una forma de mantener una buena relación con Dios, pero también se calmaba el ansía de sangre y sufrimiento que el hombre busca tanto. En palabras de Schieller: “es un fenómeno general en nuestra naturaleza que lo que es triste, terrible y hasta horrendo nos atrae con una fascinación irresistible; que las escenas de dolor y de terror nos repelen y nos atraen con la misma fuerza.” Del arte trágico (1792).
Pero el intenso clamor del hombre por el dolor y el sufrimiento no surgen solo del odio, el rencor y la maldad; también nacen del amor. Según el libro Historia de la Fealdad a cargo de Umberto Eco, la tradición de contener en las iglesias restos de “santos” -pues muchas veces no se sabía si se trataba de restos del cuerpo real o copias de éste- hacia a la gente extremadamente feliz. Creer en el acercamiento a Dios gracias a que se poseía un dedo, la laringe o algún órgano diseccionado y disecado de alguna persona no era motivo de preocupación sino de celebración.
Regresando a lo macabro y oscuro del corazón humano, es ahí donde las pesadillas acechan y el lugar del que nace nuestro máxima búsqueda por la locura externa. Durante el transcurso de la historia del arte se han encontrado testimonios que dan razón a las palabras antes mencionadas por Schiller. Desde las sangrientas obras barrocas de Caravaggio en las que podemos encontrar un tratado perfecto de la anatomía humana siendo diseccionada o mutilada –incluso más perturbador resulta saber que Caravaggio se representó en su obra de David con la cabeza de Goliath cómo la cabeza desmembrada- hasta las notas del Marqués de Sade en sus infames obras:
“¿Acaso nuestro lugares públicos no se llenan de gente cada vez que se asesina a alguien conforme la ley? Y lo que llama la atención es que el público está compuesto mayoritariamente de mujeres: éstas se sienten más atraídas por la crueldad que nosotros porque tienen un espíritu más sensible. Eso es lo que los tontos no comprenden”.
El sadismo recibe su nombre del escritor y filósofo francés antes mencionado, pero los actos descritos por el son sólo una parte de la capacidad del ser humano por producir dolor. El abuso del indefenso es algo común en la historia y la historia del arte. Desde los empalamientos del conde Drácula, los asesinatos de niños indefensos por parte de uno de los compañeros de guerra de Juana de Arco, las historias de mutilación animal de Edgar Allan Poe o Fiodor Dostoievski; el imaginario ha buscado manifestar ese sentir y esa búsqueda por la sangre a través de distintas formas.
La critica del pasado no puede ser hipócrita. El hombre combate guerras sin sentido hoy, la pasividad generadas por las películas de terror, las cintas slasher, gore y otros géneros sangrientos o el uso de videojuegos, son esas nuevas anestesias que nos hacen sentir normales, pero quizás eso es lo que sentían las personas que antes acudían a ver caer la guillotina o sentir el calor del fuego que quemaba a las brujas. El arte y el imaginario ha avanzado con el tiempo y si ahora no tenemos que quemar brujas ni buscar a los demonios fuera, es porque hemos encontrado que ellos habitan en nuestro interior.
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Fuente:
Eco, Umberto. (2011) Historia de la Fealdad. Random House. Barcelona, España.