Desde épocas muy antiguas, la medicina, la religión, la filosofía y el arte han estudiado a los devotos del altar a Saturno; los hijos simbólicos de este Dios son discretos, sensibles, fríos, introspectivos y tienden a la intelectualidad, a la creación, a disfrutar de la soledad y la oscuridad; son mejor conocidos como “melancólicos”. A lo largo del tiempo, la melancolía ha sido considerada un pecado producido por el demonio, una perturbación emocional y también un rasgo de genialidad.
La pintura ha inmortalizado este enigmático temperamento desde diversas concepciones, una de ellas es la teológica, en especial con el paradigma cristiano que tiene como fundamento la culpa por el dolor de ser expulsados del Edén y perder el Paraíso, ganando el “pecado original”. Este pasaje melodramático se retrata magistralmente por el pincel de un artista mexicano del siglo XVII, llamado “La Tota Pulcra”; en él se plasma la ilusión rota de Adán por haber brillado en el paraíso y ahora estar condenado a los sufrimientos de la vida terrenal; de esta manera, se convirtió en el primer melancólico destinando a sus hijos a compartir dicha condición.
El cuadro presenta en un plano superior el jardín del Edén, luminoso, lleno de ángeles, que da paso a la imagen central e imponente de la Virgen María coronada. En la parte inferior se encuentra un Adán disminuido que sostiene la emblemática manzana con bilis negra, sustancia que representa la melancolía y aquello que lo maldice, acompañado por el demonio simbolizado como un ángel caído de características quiméricas.
El cristianismo presenta a Jesús como redentor de los pecados porque se sacrifica por la salvación de los hombres; su existencia en las escrituras bíblicas ha inspirado un sinnúmero de obras como: “Rey de burlas”, del artista Cristóbal Villalpando, perteneciente al periodo virreinal; simboliza su captura, las flagelaciones que sufrió y en su estado meditativo asume su destino. Villalpando lo retrata en la clásica postura melancólica, con la cabeza apoyada sobre las manos —uno de los elementos más constantes para plasmar dicho temperamento-, acompañado por los emblemas de la pasión.
Para esta religión, la culpa permea la existencia humana; por ejemplo, Freud dedicó diversos textos a estudiar el tema, menciona que en la melancolía existe un momento de extremo desapego del mundo, pero a la vez quien la padece tiene un odio a sí mismo que le genera culpa, lo hace sentirse merecedor de un castigo. En su ensayo “Tótem y tabú” plantea la idea de un padre totémico, creador de las prohibiciones tiránicas de la vida, quien es asesinado por el clan de hermanos que comen su cuerpo, y de esta manera queda instaurado en ellos “la culpa”.
En la cosmogonía católica está plasmado claramente con la restauración de la alianza divina a través del sacrificio del hijo de Dios; durante el siglo XVII fue tema recurrente en distintos óleos, como el de Nicolás Enriquez titulado “La flagelación”, en el que se muestra a Cristo caído con los huesos de la espalda al descubierto por los azotes a los que fue sometido a manos de hombres llenos de odio; la composición del cuadro se abre justo en el punto en el que el espectador se encuentra parado, lo hace cómplice y le da una sensación de participación en el asesinato.
En el cuadro “Cristo consolado por los ángeles”, del mismo periodo, elaborado por Juan Carlos Patricio Morlete, se retrata a Cristo lacerado, cuya piel y sangre se muestran esparcidos por el suelo, que son recogidas por ángeles en cálices y charolas; esto representa la eucaristía de la comunión que se realiza durante las misas. En esta obra también ejemplifica el planteamiento de Sigmund Freud, pues al comer la carne y beber la sangre simbólica del hijo de Dios, se interpreta que ingieres la culpa y, por ende, los hombres tienen que realizar penitencias cargando cruces simbólicas como el dolor, la tristeza o las traiciones para su expiación.
El escritor Fernando Rodríguez de la Flor, menciona que el cristianismo se unió perfectamente con las situaciones históricas en el mundo hispánico para insertar en la consciencia colectiva un sentir melancólico, un vivir para sufrir.
Toda esta cosmovisión queda capturada en el primer núcleo temático de la nueva exposición temporal “Melancolía”, en el Museo Nacional de Arte, en la cual el curador Abraham Villavicencio tiene como base textos teológicos, filosóficos y psicoanalíticos con los que entreteje más de 130 obras realizadas por artistas mexicanos, desde el virreinato y hasta la época moderna, para representar cómo las pasiones humanas movidas por un temperamento han quedado plasmadas en el arte a través de diferentes concepciones.
El circuito se divide en cuatro núcleos: “la pérdida del paraíso”, formas en que el cristianismo representó la amargura tras la exposición de Adán y Eva del Edén; “La pérdida del alma”, que reflexiona sobre la muerte, el desamor y el suicidio; “La sombra de la muerte”, presenta el engañoso mundo que presencia un melancólico; y en “Los hijos de Saturno” se aborda la idea renacentista de estos seres impregnados de sabiduría.
Con este discurso curatorial se busca que el visitante, al recorrer la exposición, se conmueva y se identifique con un lado oscuro, lúgubre y triste para que lo confronte con el miedo a sus afectos internos, y se dé la oportunidad de escuchar esas voces que se suelen acallar debido a las creencias personales, pero que pueden servir de motor para la creatividad y el ingenio. En palabras de Villavicencio: “la melancolía es un nudo de emociones que nos lleva de lo más profundo del abismo, a lo más claro de sí mismo”.
**
Si quieres ver la exposición de “Melancolía”, visita el Museo Nacional de Arte MUNAL hasta el 9 de julio, ya que reúne arte virreinal, moderno y actual en torno a la representación de este sentimiento en el arte, dedicada a todos los melancólicos que encontraron en el dolor una fortaleza para crear.