Comunmente, el artista es reconocido como creador último de su obra, pues él es el agente directo en el proceso creativo (desde la conceptualización hasta la ejecución o materialización). ¿Pero qué ocurriría si “crear” su obra se reservara a solamente escribir las reglas de creación para que otra persona o sistema las llevara acabo? En este caso, el artista permanecería distante, como creador del proceso y del potencial de una obra que está contenida implícitamente en una serie de instrucciones.
Las computadoras tienen una estrecha relación con este tipo de arte, conocido como arte generativo. Desde las palabras de Philip Galanter, teórico y curador de esta disciplina, el arte generativo se define como cualquier práctica artística en la que el artista use un sistema, como un conjunto de reglas escritas en lenguaje natural, una máquina, una computadora o cualquier procedimiento análogo, que pueda ser puesto en marcha de manera autónoma al artista, contribuyendo al resultado en una obra de arte completa.
Estos sistemas autónomos generalmente aportan componentes aleatorios y matemáticos al proceso artístico. La idea de autonomía está inspirada en la interacción de procesos o algoritmos que generan complejidad y propiedades emergentes. Con este último término me refiero a comportamientos y características que formalmente no se encuentran en la definición de las reglas del sistema, sino que surgen como producto de su interacción. Un ejemplo relevante de propiedad emergente es el debate que ha surgido en los últimos años entre neurocientíficos y filósofos acerca del origen de la consciencia, pues se especula que ésta surgió a partir de la interacción entre las redes neuronales del cerebro humano.
La complejidad en el arte generativo se remite al tramado de procesos y su interdependencia que, en conjunto, da como resultado una obra que exhibe propiedades y comportamientos no evidentes a partir de la suma de las partes individuales. Por lo tanto, no podríamos determinar el resultado de una obra de este tipo con tan sólo leer sus instrucciones.
En este tipo de arte, el elemento de autonomía es fundamental, por ejemplo, la obra de Jackson Pollock exhibe cualidades aleatorias y complejas debido a la forma en que pinta: alejándose de una composición consciente, pero su técnica de pintura no exhibe propiamente algún comportamiento autónomo, es él mismo quien interviene en su obra. Sin embargo, aunque es considerado parcialmente como artista generativo, hay una relación interesante entre sus pinturas con el concepto de complejidad y caos; el físico Richard Taylor mostró que su pintura, enérgica y caótica derramada sobre el lienzo, constituye estructuras fracturadas o irregulares con dimensiones fractales.
El arte generativo encuentra su expresión en distintas disciplinas como literatura, música, arquitectura y artes visuales. A continuación se muestran algunos ejemplos.
David Cope: Un reino de vida artificial.
Cada una de sus imágenes modela formas vivas a través de funciones matemáticas no lineales. La galería completa se encuentra aquí.
Angel Quintana: Modelado paramétrico de estructuras.
El artista mexicano implementa el diseño generativo en la producción de estructuras. La galería completa se encuentra aquí.
Tristan Tzara: La técnica de los recortes
Coja un periódico.
Coja unas tijeras.
Escoja en el periódico un artículo.
Recorte el artículo.
Recorte en seguida con cuidado cada una de las palabras que forman el articulo y métalas en una bolsa.
Agítela suavemente.
Ahora saque cada recorte uno tras otro.
Copie concienzudamente en el orden en que hayan salido de la bolsa.
El poema se parecerá a usted.
Y es usted un escritor infinitamente original y de una sensibilidad hechizante, aunque incomprendido del vulgo.
Además del pionero Dadaista, Tristan Tzara, la técnica fue utilizada por Julio Cortazar en su obra Rayuela.
Cornelius Cardew: El gran saber
El Gran Saber es una composición vocal generativa basada en el texto homónimo de Confucio. La ejecución de la obra se lleva a cabo siguiendo una serie de reglas mientras los participantes eligen la nota en la que cantan a partir de las que escuchan a su alrededor. El resultado que se obtiene es que a la mitad de la ejecución, aquello que parece un caos disonante (porque todos comienzan con una nota aleatoria a voluntad), converge hacia ciertas notas dotándo de esctructura a la obra. Las instrucciones son las siguientes: