“Vuelve al cabaret no me importa ya tu suerte,
ya no quiero más volverte a encontrar ni verte.
Vuelve ahí, cabaretera. Vuelve a ser lo que antes eras
en aquel triste rincón…”
La Internacional Sonora Santanera.
El auge que entre 1970 y 1980 tuvieron los centros nocturnos en México abrió una puerta hacia un mundo turbio y desconocido; a través del denominado “cine de ficheras” el público tuvo la oportunidad de conocer un terreno que pocos se habrían atrevido a explorar. Aunque, más que documentales, las películas de este subgénero se encaminaban más a la comedia erótica, gracias a ellas conocimos a las bailarinas que gobernaban las marquesinas de los cabarets, mismas que enseguida fueron reconocidas como vedettes a causa de sus múltiples talentos.
Olga Breeskin, Lyn May, Rossy Mendoza, Wanda Seux y Princesa Yamal fueron nombres que en seguida se volvieron populares a través de estas producciones; por este motivo, aunque lo desearan, ninguna persona podía desvincularse de ese contexto lleno de plumas, maquillaje, lentejuelas y música. Sin embargo, al ser la belleza su atractivo principal, cuando la edad comenzó a pasarles factura, su fama se fue deteriorando hasta que, como si hubiesen sido material de utilería, la gente las condenó al olvido. O al menos eso fue lo que algunas de ellas pensaron.
Con el fin de sacarlas del olvido y, más aun, para mostrar cómo fue su vida tras bambalinas, la directora María José Cuevas contactó a las vedettes para que por fin dijeran frente a las cámaras todo lo que siempre habían sentido con respecto a la su labor en los centros nocturnos. Bajo el título de “Bellas de Noche”, el documental producido por la cineasta fue un éxito gracias a la sinceridad con la que cada una de estas mujeres se expresó acerca de su pasado.
Obviamente, Cuevas no ha sido la única alrededor de mundo que se ha preocupado por plasmar en su obra el verdadero rostro de esta gente que, debido a su trabajo, tiene que vivir constantemente en el underground de las ciudades; el fotógrafo ucraniano Sergey Melnitchenko, quien actualmente vive en China, se ha dado a la tarea de documentar cómo es la vida de las chicas que, al igual que él, trabajan como bailarinas en un club chino sin nombre.
Las fotografías que conforman la serie “Behind the scenes” son el medio que Melnitchenko utiliza para crear un diálogo con su espectador, donde el artista poco a poco va demostrando que hay incluso más vida afuera del escenario.
Sobre el templete, los espectadores observan un acto lleno de erotismo en el que las luces y el baile se conjugan en un ambiente propicio para el deseo, sin embargo; las cosas detrás del espectáculo están dotadas de un recurso que jamás estará presente en la pista del club: la realidad. A través de su lente, el fotógrafo da fe de que todo lo que ocurre bajo los reflectores y las lámparas neón es sólo un montaje que desaparece en cuanto las artistas de despojan de su papel.
«No hay ninguna mentira; no es una escena, es su vida cotidiana, nuestra vida o más bien la mía»
Cada una de las fotos está pensada para romper con los prejuicios relacionados con estas artistas quienes se ganan la vida a través del monstruoso morbo que gobierna el mundo. Lo que Sergey Melnitchenko trata de evidenciar con sus tomas es la manera en la que la mente del público es capaz de deformar la imagen de una persona, al grado de convertirla en una provocadora figura que atrapa el alma de sus observadores a través de la belleza, tal y como lo harían las fantásticas sirenas.
“Behind the scenes” es a la vez una manera de evidenciar la hipocresía de la gente que, cediendo ante el morbo, se olvida de la humanidad de las artistas que observa sobre el escenario. Es decir que, durante el espectáculo, son elevadas a un grado casi divino para que, al bajar el telón, regresen a ese ambiente de rechazo y marginalidad al que las han recluido debido a su trabajo.
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