Diego y Frida: por qué nos obsesionamos con las relaciones destructivas

Como si uno fuera el reflejo del otro, Diego Rivera y Frida Kahlo se pintaron entre sí durante 25 años. En las pupilas de óleo que la mexicana pintó en sus retratos se refleja su amor-odio hacia “El Sapo”, y en la expresión facial que el muralista creó al dibujar a Frida se revela la

Diego y Frida: por qué nos obsesionamos con las relaciones destructivas

Como si uno fuera el reflejo del otro, Diego Rivera y Frida Kahlo se pintaron entre sí durante 25 años. En las pupilas de óleo que la mexicana pintó en sus retratos se refleja su amor-odio hacia “El Sapo”, y en la expresión facial que el muralista creó al dibujar a Frida se revela la compleja relación que ambos construyeron.

Las pinturas de ambos guardan detalles sobre el intenso y tortuoso amorío al que tanto se aferraron. En el entrecejo del retrato a lápiz que Diego hizo de la surrealista se ocultan historias de finales tristes que pocos conocen. La paloma del maestro de frescos fue inspiración e infortunio al mismo tiempo; así como el comunista fue el sueño y dolor más grave de Kahlo. Recordemos que ella era una experta en penetrar sus propios dolores físicos para estamparlos en acuarelas y óleos, pero ni Frida ni Diego fueron artistas simples o literales. Los dos aseveraban la belleza a través del misterio de sus obras y lo mismo hacían con la tristeza, el rencor, la decepción y el desamor. 

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Diego y yo (1949), Frida Kahlo

Dos de los artistas más importantes del siglo XX cuentan, metafórica y tal vez inconscientemente, cómo el amor que los unió terminó por destrozarlos. El accidente que le deshizo la columna vertebral, pelvis, clavícula y las costillas a “Friducha” la postraron a una cama, pero las infidelidades de Diego la ataron al infierno. Nadie –ni siquiera ellos dos– ha podido comprender la magnitud de la adoración que los mantuvo juntos y mucho menos la intensidad del sufrimiento que definió su relación. Sin embargo, en sus obras sobre los eventos que mermaron su historia –el accidente de Frida en 1925, su desafortunado aborto, el divorcio que se consumó en el 39 y sus continuas cartas sobre reproches y recuerdos– no sólo se encuentran las pruebas de dos que se amaron, sino los testigos de las etapas que vivieron a lo largo de una relación devastadora con la que todos nos hemos obsesionado: Diego y Frida.

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Frida y Diego Rivera (1931), Frida Kahlo

Lo que debería ser el primer espejismo de un matrimonio ideal lleno de energía, esperanzas e ilusión es más bien una pista de las tensiones que ya separaban a la pareja de pintores. Entre las manos de ambos se abre un espacio que tal vez no signifique “aquí nos ves, a mí, a Frida Kahlo, con mi querido esposo”, como dice la cinta sobre ellos. Sus miradas no se cruzan como las de cualquier par que acaba de comprometerse; en cada esquina del lienzo vibran las complicaciones maritales que todos sabían alrededor de la relación de “el elefante y la paloma”, pero que nadie mencionaba al momento de calificar los cuadros en los que aparecían juntos.

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Frida y Diego (1929), Frida Kahlo

Los cuerpos y rostros de “Frida pata de palo” y su amante parecen, extrañamente, distanciarse a medida que observamos cada pieza. Aunque ella fue la que se pintó a su lado varias veces, siempre parecía llevar su mirada, frente o la dirección de sus hombros y pies en dirección opuesta a los de Rivera. Él, casi siempre, aparece con herramientas de trabajo (pincel y paleta) en las creaciones de Kahlo, mientras que la también escritora se dibujaba tensa e intentando contener una emoción. Dolor, enojo, confusión, tristeza, incertidumbre… nunca sabremos qué es lo que esconden las manos y cienes apretadas de Frida o sus ojos cristalinos, pero es obvio que en el momento en el que se pintaba a ella con el muralista su creatividad se enmarañaba con la agonía de saberse en una relación enfermiza de la que ninguno pudo deslindarse sinceramente.

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Diego en mis pensamientos (1943), Frida Kahlo

Los elementos de sus creaciones son fuertes y profundos símbolos de su mimetización tóxica como pareja. Por ejemplo, el rostro de Diego en la frente de Kahlo como un tercer ojo es el ingrediente que connota cómo el activista terminó convirtiéndose en el epicentro de los pensamientos y sentimientos de Frida, pero no de una forma sana. Además, ella se pintó con una Tehuana puesta, y tomando en cuenta que el cuadro lo terminó después de su divorcio, mucho han argumentado que se trata de un grito desesperado para recuperar a Rivera. A pesar de sus infidelidades la artista se pinta con él incrustado en su cabeza y el traje con el que amaba verla, casi como implorando su regreso.

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Autorretrato con collar de espinas (1940), Frida Kahlo

Por otro lado, la angustia y el sufrimiento claramente expresado en la mirada y las facciones de la mexicana han sido motivo de análisis constante, pero los personajes que la acompañan en algunas pinturas también son clave para entender la tortuosa relación a la que casi no sobrevive. En el caso de Autorretrato con collar de espinas, a pesar de que en el arte el mono simboliza el mal, lo pecaminoso y la lujuria, para Frida un mono doméstico significa entonces una limitante. Por ejemplo: el amor que no recibió de su marido, así como el hijo que nunca pudo tener.

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Desnudo de Frida Kahlo (1930), Diego Rivera

A diferencia de la mujer de la uniceja, Rivera plasmó a su amada pocas veces y de manera mucho más íntima (al menos así parece a simple vista). Frida aparece desnuda en uno de sus grabados en un supuesto momento de tranquilidad y con los brazos levantados libremente, pero también se percibe descubierta y vulnerable; tal y como es creíble que ella se sintiera en medio de una tempestuosa relación que ambos se empeñaron en volver más caótica cada día.

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Retrato de Frida Kahlo (1939), Diego Rivera

Frida y Diego son la obsesión de aquellos que adoramos de las relaciones destructivas, el caos pasional y la unión inverosímil. Con los colores que usó Diego para fondear de manera drástica y cambiante el único retrato de su esposa hecho en caballete pasa lo mismo: éstos se vuelven misteriosos, confusos y –por lo tanto– obsesionantes. A pesar de la mirada imponente y poderosa de su musa, detrás de ella aparece ese hipnótico contraste entre un color y otro; como Las dos Fridas, como el amor y el odio, así incomoda el retrato de Rivera.

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Dibujo de Frida Kahlo (1955), Diego Rivera

Prueba de que Frida, a pesar de cuánto lo amaba, nunca fue una prioridad para el comunista es el dibujo que él elaboró después de la muerte de Kahlo. Como un atisbo confuso y más simple de lo que esperaríamos, él la pinta con un sólo color y –más que con una expresión real– con la sonrisa tenue que pocas veces ella dejaba entrever.

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El abrazo de amor del universo, la tierra (México); Yo, Diego y el señor Xólotl (1949), Frida Kahlo

¿Por qué Diego y Frida? ¿Por qué fue tan destructiva su relación? ¿Por qué nos obsesionamos con su historia? Las respuestas varían de acuerdo al acercamiento que cada uno hemos tenido con la obra, vida profesional y anécdotas personales de este par. Lo que es cierto es que el matrimonio de Rivera y Kahlo se caracterizó por una mutación que aterroriza y encanta a quienes los admiramos. De hecho, la pintora plasmó esa transformación en El abrazo de amor del universo al trazarse como la compañera, amante, madre, hermana y protectora de su pareja. Es decir, ambos se convirtieron en el todo y la nada de cada uno, se abrieron y remendaron múltiples heridas, se llevaron al límite para después tomarse de las manos y buscar el equilibrio nuevamente. Los dos tocaron el cielo juntos y poco a poco se derritieron en el infierno. Esa obsesionante transición está escondida en cada detalle de sus obras, mismas que no sólo perpetuarán su trabajo, también volverán eternas sus almas destructivas.

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