«Yo no soy un terapeuta ni soy un líder espiritual, pero estos elementos se encuentran en el arte: es terapéutico, espiritual, social y político, todo. Tiene muchas capas. Si no lo hace, entonces olvídalo», dijo Marina Abramović, una de las figuras más importantes del arte contemporáneo.
Ante ello, valdría la pena preguntar: ¿todo el arte contemporáneo cumple con esas características?, ¿de verdad está encaminado a abarcar todos esos ámbitos humanos? Pocos lo saben y la razón es sencilla: nadie entiende qué es el arte contemporáneo. Es decir, no hay una definición única, universal y unánime sobre lo que es.
Sin embargo sí hay una manera de acercarse a él y es por medio de una definición negativa, esto es aproximándose desde lo que no es. Debido a que una de los mayores problemas al respecto se debe a la confusión de éste arte con el arte moderno, diferenciamos aquí cuatro aspectos básicos:
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Tiempo
No hay, ni puede haber, una delimitación unánime de cuándo comenzó el arte contemporáneo. Esto es porque decir que el arte es “contemporáneo” implica el tiempo en el que se enuncia. Es decir, el “arte contemporáneo” de 1890 era el arte que se hacía en 1890 y el “arte contemporáneo” en el 2030, será lo que se haga en ese año.
Sin embargo, de manera académica, el arte moderno se sitúa entre 1870 y 1960, aproximadamente. Mientras que el arte contemporáneo surge —tentativamente— en los 60’s y continúa hasta nuestros días.
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Sentido
Quizá, de manera rigurosa, el arte no tenga objetivo —al menos no utilitario— pero sí un sentido; un “para qué”. El arte moderno lo tenía. No único y universal, por supuesto —pues todas las vanguardias seguían un discurso distinto—, pero todas buscaban comunicar “algo” al receptor; ya fueran denuncias sobre sentimientos, posturas sobre el mundo, etcétera. En cambio, el arte contemporáneo puede prescindir de un sentido y presentarse sin un “para qué”.
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Estados de consciencia
El tema de la subjetividad está presente en todas las vanguardias. Sobre todo en el surrealismo; los aportes del psicoanálisis abrieron la puerta a la subjetividad humana, a la búsqueda de lo inconsciente y a la necesidad de expresarlo. En el arte contemporáneo, en cambio, los estados de consciencia no son el tema central. La expresión va mucho más allá del sujeto; sí, lo cuestiona, pero lo rebasa haciendo de sus temas un universo tan variado como el número de artistas que lo realizan.
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Libertad
Extravagantes, confusos, raros… pero sea como sea, las vanguardias tenían un manifiesto con el cual delimitarse. Los dadaístas con el de Tristan Tzara, el futurista con Filippo Tommaso Marinetti, el surrealista con André Breton. En cambio, el arte contemporáneo carece de discursos que lo definan. No hay lineamientos ni estilos comunes, no hay corrientes bien establecidas a partir de las cuales anclarse o disidir.
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Sí, el arte implica confusión, pérdida de sentido, descontextualización y extrañeza. Sin embargo, también es cierto que no podemos vivir sin él. Al final, éste no es un tratado kilométrico de teorías sobre el mundo, sino una práctica que apela a la sensibilidad y a la intuición. Serán los críticos y compradores quienes se ocupen de delimitarlo, ponerle nombres, fechas y características; los contempladores, en cambio, bien pueden dedicarse a disfrutarlo, vivirlo y amarlo.
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