Audífonos, maña y fuerza descomunal son los tres básicos de las mujeres cuando nos subimos al transporte público. Apenas se asoma el metro en el andén, debemos prepararnos mental y físicamente para lograr entrar en ese apretado, maloliente y peligroso espacio en el que compartiremos oxígeno con bebés llorones, cuerpos de diferentes densidades y hombres con la mano más larga que Mr. Fantástico. Cuando lo logramos empieza el verdadero calvario…
De pronto se sienten un par de dedos inquietos recorrer la espalda y sin más ya están apretujando una nalga. Es imposible mirar quién fue, no podemos ni siquiera intentar quitar la mano de ahí porque no hay espacio para bajar el brazo del tubo resbaladizo y tampoco podemos hablar o gritar puesto que mover a todo un convoy de personas resulta absurdo para las autoridades. Entonces, no nos queda más que soñar que nuestra pompi cobra vida y le arranca la mano al hombre cual Pennywise o que los senos se giran para darle un puñetazo en la boca a aquel ser asqueroso que se atreve a tocar sin permiso. Aunque la verdadera y única arma que tenemos en ese momento se llama PEDO.
Sin embargo, a veces nuestro papel como señoritas nos detiene ante semejante situación y en lugar de hacerlo para alejar aquella mano pesada de los glúteos, lo dejamos pasar… ¿Por qué?, sencillo: ellos siempre dirán que es culpa nuestra. Que somos unas comehombres insaciables, que nos encanta provocar y que nos vestimos de una u otra manera para causar erecciones en las personas que nos miran, pero no, querido. Si nos ponemos minifaldas es porque nos gustan y si nos comemos una paleta helada de forma “sugerente” es sólo porque así la disfrutamos más, no estamos tratando de seducirte. ¿Entiendes?
Si nos arreglamos y nos ponemos guapas es porque nos encanta ese murmullo que percibimos cada mañana en el espejo, el cual nos dice que somos hermosas y que estamos listas para dominar al mundo con o sin brillo labial. Créeme que no estamos pensando en vernos bien sólo para gustarle a un insensible chico que se pasea en el metro buscando senos y nalgas. Queremos vernos bien para demostrarnos a nosotras mismas lo bellas que somos con lonjitas y arrugas, con estrías y celulitis, con pestañas enormes o con labial rojo.
Si queremos bailar lo hacemos, si preferimos quedarnos encerradas mirando el techo con heavy metal de fondo, así nos verás. Nadie tiene que decirnos cómo comportarnos ni qué debemos decir, así que si nos ves haciendo twerk, cantando Carmina Burana o tomándonos selfies, déjanos ser. Si te gusta bien y si no, también. Esas son las enseñanzas de Cécile Dormeau, quien en cada una de sus ilustraciones trata de plasmar lo que todas sentimos. Eso mismo que tenemos que callar en el metro cuando nos tocan de más, los comentarios misóginos cuando nos ven menearnos sensualmente en medio de la pista y la falta de respeto de la que somos víctimas día a día.
Ella ilustra cada uno de sus pensamientos y sentimientos —que compartimos con ella— a través de sus propias impresiones, mismas que tienen un poco de humor, gracia y claro, corazones acongojados, así como enojos concentrados en medio del pecho y con la pluma en mano. A veces sus dibujos son sólo líneas oscuras y muy marcadas que con tonalidades claras y rasgos finos en los que los sentimientos son la principal característica, nos dice más que un simple mensaje escrito. De este modo, no importa qué tanto le llores a ese muchacho que no te correspondió o si tienes una fuerte conexión con alguien que no siente lo mismo, si te sientes mal, cúrate a tu estilo.
Ella tiene un sentido mucho más cómico frente a las situaciones extremas de la vida, mismo que se hace presente en cada una de las ilustraciones de la artista que representa los sueños más íntimos, las fantasías más locas y los sentimientos más intensos, los cuales todas tenemos, pero pocas nos atrevemos a decir y no por pudor o pena, sino porque es realmente muy difícil alzar la voz en frente de la sociedad que por tanto tiempo nos ha mantenido en el fondo. Dormeau ha hecho todo por reivindicar el papel de la mujer, así que pone a sus chicas en aquellos papeles que jamás se verían posibles en una sociedad machista: la sadomasoquista, la poderosa, la fuerte o la que se besa con desconocidos sin importar cómo termine su labial, o mejor dicho, en dónde.
Sigue el trabajo de Cecile Dormeau en sus redes sociales y déjate seducir por ti misma. Dale a tu ego un punto más y no permitas que te toquen en el transporte, que te digan cómo vestirte o cómo hablar. Sé tú misma, vive feliz, diviértete y brilla con luz propia. Choca tus senos al unísono, levanta la mirada, grita si es necesario, pero no te calles JAMÁS.
Quizás el mundo no esté preparado para vernos protestar o para escucharnos hablar; no obstante, podemos hacerlo, DEBEMOS HACERLO. Tirémonos un pedo en la abusiva mano de un acosador, besemos a otros, bailemos provocativamente frente al espejo, pintemos nuestros labios con todos intensos y adoremos nuestros rollos de piel, que al fin y al cabo, somos dueñas de nuestro cuerpo y entorno.