Poco a poco el mundo se transforma en un lugar inhóspito para los humanos. En un principio se pensó que la ciencia y la tecnología serían la salvación de nuestra especie, pero con el paso de los años el sueño se tornó más oscuro, al punto que ahora hay una necesidad inquebrantable entre los aparatos eléctricos y la vida cotidiana. Quién controla a quién. ¿Somos capaces de salir un día sin los teléfonos móviles y no sentir que algo nos falta? Si hoy ocurriera un desconecte global de Internet y todas los sistemas electrónicos, ¿podríamos sobrevivir a un mundo natural?
A principios del siglo XX, cuando el humano aún no tenía una necesidad tan arraigada por la tecnología, diferentes pensadores se pusieron a reflexionar sobre el tema. Los casos más célebres fueron los de George Orwell y su novela “1984”, así como Aldous Huxley con “Un mundo feliz”. Ambos escritores presentaron una sociedad descontrolada y oprimida debido al avance de las ciencias y las herramientas electrónicas. Ellos propusieron que en lugar de avanzar en el camino del bienestar, la situación tomaría un giro inesperado y todo se cubriría de una sombra siniestra que acabaría con los valores naturales y verdaderos de la humanidad.
Mientras todos pensaban en una utopía, Orwell y Huxley propusieron una distopía, que es una vuelta negativa a la tuerca. Si se creía que la tecnología iba a salvarnos, ellos dijeron que sería nuestra condena o, mejor dicho, nuestra extinción. En ese entonces sus novelas causaron una conmoción en la sociedad, pero con el paso de los años sólo se quedaron en libros clásicos que toda persona debe leer. Es evidente que se siguen leyendo, ¿pero quién se pone a reflexionar sobre la crítica que dejaron escrita?
En el mundo contemporáneo, donde la inflexión es más común que la reflexión, una joven finlandesa presenta unas ilustraciones que evocan las angustias que tenían los novelistas distópicos. El trabajo de Tiia Reijonen consiste en denunciar la inocencia perdida de los niños y jóvenes a causa de la imperante maquinaria de la tecnología que al día de hoy es más importante que la vida misma.
Quizá parezca que con el tiempo los avances tecnológicos ayuden a la formación de los seres, pero Tiia nos presente una distopía de la utopia. En lugar de volvernos seres libres, nos causan un daño irreversible, que va desde una alienación en el pensamiento hasta una mutilación física.
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Los niños y jóvenes son los más vulnerables a este daño distópico, pues ellos aún son seres tiernos y carentes de los errores del mundo adulto. Por eso en cada ilustración digital de Tiia Reijonen se muestra a un adolescente que está perdido en la incertidumbre de su vida, del no saber qué va a pasar con él en el futuro, porque ya no existe la palabra como tal, una proyección hacia adelante sólo se puede pensar en la decadencia.
Otra constante que aparece en su obra es la de un voyerismo sombrío que va desde afuera hacia la persona. La tendencia de la tecnología es hacer todo visible, incluso las cosas personales de un infante. Ahora la vida misma es un espectáculo observable y juzgable para todos. La inocencia se pierde, la felicidad se acaba y lo único que queda es un ser frustrado que se siente violado y transgredido.
La palabra inocencia tienen sus orígenes en una locución latina que designa lo “invisible” o “no visible”, en este caso del espíritu. Por naturaleza la infancia debe ser inocente o invisible a todos los malos tratos del mundo, pero la tecnología hizo una alteración de lo que debe ser resguardado. Estar a la vista de todos crea un desequilibrio en su crecimiento.
Las temáticas de las ilustraciones son el reflejo directo de Tiia Reijonen. Ella aún estudia Diseño Gráfico en Helsinki y es una persona que está al filo del abismo. Detrás de ella está toda la inocencia de la infancia y por delante la crueldad de un mundo globalizado y lleno de errores. Sus composiciones son una combinación entre lo que siente y lo que alcanza a percibir de los infantes que la rodean.
En esta imagen, en la que un niño mira a través de una tableta, se observa un ojo del que no se puede escapar. Parece una alegoría al Gran Hermano que presentó George Orwell en “1984”. En la novela aquel ente que omnipresente era un símbolo de opresión. En la historia una persona era sometida a él. Ahora es diferente, pues uno mismo elige ser observado o no. En este caso el niño agarra el dispositivo como si fuera un juego más, pero no alcanza a entender que está entregando su vida privada y su inocencia.
El trabajo de Tiia Reijonen retoma elementos de la tecnología y de la sociedad para presentar una alteración en el orden y el crecimiento de los niños y adolescentes. A pesar de no estar tan apegada a un desastre causado por las máquinas, deja ver los problemas de sobreexhibición y manipulación de los sentimientos. Las ilustraciones de Tiia están un paso atrás de las distopías de Orwell y Huxley, pero ya comienzan preparar el terreno para el desastre. Si queremos salvar el futuro, hay que hacer algo por los seres más pequeños de nuestra sociedad, porque ellos serán los que decidan el rumbo de lo que vendrá.
Puede que el proyecto de Tiia Reijonen resulte violento debido a que los protagonistas son pequeños niños que deberían estar jugando tranquilos y felices, pero gracias a su trabajo podemos entender que ellos son el futuro de la sociedad y si no los protegemos ahora, después será demasiado tarde.
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