Mediante el uso de redes sociales y los inefables comentarios del público suscriptor en éstas, ha adquirido notoriedad un nombre que para muchos se había mantenido en el anonimato hasta hace algún tiempo. Como siempre, el escándalo sin sentido ha propiciado una vez más el éxito de aquello que pretende criticar. Karla González Lutteroth hizo un avión de papel con la intención de mandar a volar sus estudios universitarios y seguir su camino de artista; el conflicto vino cuando la fotografía de su acto se hizo viral en Facebook y otros medios, mostrando que el material con que había fabricado su pieza de origami era el título profesional que su escuela le había emitido.
Egresada del Tecnológico de Monterrey, Lutteroth tomó su máximo certificado, lo dobló de manera que resultara en un típico juguete escolar e infantil, y le nombró “Sin título”. El motivo de su difusión obedeció a dos motores: la obra fue seleccionada en la edición 36 del Encuentro Nacional de Arte Joven en México y una oleada de personas sensacionalistas le han hecho objeto de innumerables críticas y juicios negativos.
Sí, efectivamente la institución que le brindó tal grado a Lutteroth es una de las más costosas en el país y su acción puede considerarse un tanto burlona o satírica, pero seamos sinceros, ¿vale la pena hablar hasta el cansancio de ello? ¿Posicionarle como un acto en extremo ofensivo? Porque nadie la está juzgando por su valor o discurso artístico, la están condenando por “tirar sus esfuerzos a la basura”, por “ofender” a una casa de estudios y por burlarse de un sistema educativo.
Y lo que muchos pierden de vista, sea esto una producción de arte o no, porque ya no estamos en el siglo XIX para seguir preguntándonos esas cosas, es que en el avión sin título de Lutteroth quedan de manifiesto tres reflexiones específicas:
a) Tener un título universitario no define nada a cabalidad en el país donde vivimos –ni siquiera siendo del “Tec” –. b) Su acción sólo demuestra la fragilidad de un papel que por sí sólo no es nada.
c) La educación que se resume en un avioncito de papel inocentemente arrojado en el salón de clases, no es más que la seriedad con que se toma dicha problemática en nuestro gobierno.
Por otra parte, recordando que el título le otorga el grado de Licenciada en Derecho, estos tres puntos anteriores adquieren cuerpo en uno de los pensamientos al parecer inmortales en nuestra sociedad: se sea rico o pobre, se tengan otras habilidades o no, si se quiere “tener éxito” en México, se deben estudiar leyes o ciencias médicas. La imposición absurda de la familia mexicana por seguir estos pasos, a la par de una idea ramplona que hace del artista una caricatura de Bob Ross, devienen en avioncitos criticados por el ojo común.
Además, este avión que planea suavemente por el aire nacional, no es el primero ni será el último; porque cuántos apuntes escolares habrán tenido ese fin en la historia, no sabemos, años atrás el mismo acto fue realizado con fines artísticos por el arquitecto Orlando Maldonado, sólo que en aquella ocasión veíamos un título (el suyo) emitido por la Universidad Autónoma de Nuevo León, y Lutteroth no será la última en descubrir que uno no es en la vida lo que dice un papel.
La crítica y el pesimismo del público sigue; les puede más el nombre de una universidad y la afrenta hacia ella que una realidad abandonada. Lutteroth suele sostener su producción en una búsqueda por los medios tangibles que sean necesarios, con tal de evidenciar la transformación de objetos terrenales en entes divinos o sobrevalorados, y viceversa. Sus exploraciones giran en torno a lo socialmente establecido y sus quiebres, tomando como centrales los conceptos de “éxito” y “fracaso” en interconexión con los signos del dinero, la salud, el miedo, la inestabilidad y la comodidad. Cierto es que la posición que tiene la artista frente a su obra es difícil, pues se le ha acusado de trabajar cómodamente como artista en el seno de una familia acomodada (la cual pudo pagar más de 600 mil pesos por una educación que desechó) y el gastado sermón que exige un retorno a la “perfección” técnica y al “genio”, porque lo bello, lo placentero y lo gustoso “siempre serán la columna vertebral de las artes”, pero esa nostalgia idealizada ya nada puede en nuestra época, ese pasado impecable ni siquiera existió.
Basta ya de soliloquios necios propios de 1970 y críticas simplistas resueltas por seguir creyendo que la crítica y el arte se han conocido en términos de pobreza. Mejor, agudizar la vista y analizar el porqué un título universitario acaba siendo un trozo de papel que surca sin rumbo en los aires quietos de México.
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