El cuerpo humano ha sido, desde siempre, una de las mayores preocupaciones de pensadores, estudioso e investigadores a lo largo de la historia. De él se ha dicho todo y tanto. Michel Foucault se refirió a él como un mapa de lenguajes cifrados del que se tiene conciencia únicamente cuando se desarrolla el razonamiento. Nietzsche, por su parte, ahondó en la relación entre alma y cuerpo, señaló a este último como la fuente de todas las ideas y los pensamientos. Paul Schilder fue quien, a diferencia del resto, estableció desde la psicología una definición un poco más globalizada y acuñó la noción de “la imagen corporal”.
En el arte la situación no es muy diferente, pero aún no ha logrado identificarse cómo fue que el cuerpo se convirtió en un objeto artístico. Las significaciones a su alrededor son variadas, no obstante, un rasgo constante al hablar del cuerpo humano es la dimensión simbólica que adquiere en el terreno de lo artístico. Desde las muestras de body art en el rostro de la francesa Orlan, pasando por Bob Flanagan quien saltó a la fama por perforar sus genitales, hasta llegar a la radicalidad de Rudolf Schwarzkogler (quien empleaba el dolor y la mutilación como conceptos presentes en sus actuaciones)el cuerpo humano ha sido el instrumento de provocación más lastimado y expuesto del que se tiene registro.
Por ese mismo deseo disruptivo, más allá de las perforaciones o los tatuajes, el artista austriaco Günter Brus se vale del cuerpo y sus productos como su sangre y su excremento durante sus exposiciones, para ofrecer al espectador un mensaje “tan directo como un instalador que ilustra la historia del arte con una llave inglesa”, según él mismo.
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Político e inconforme, desde sus inicios Günter Brus formó parte del movimiento llamado “Accionismo Vienés”. Un colectivo que encontró en la acción una “brutal oposición” a la “pasividad de las palabras” y surgió como una ruptura a la tradicional contemplación del arte. En esa búsqueda de transmitir una inquietud interna al mundo de lo externo, Brus junto a Otto Muehl, Rudolf Schwarzkogler y Hermann Nitsch, hallaron en el cuerpo humano la herramienta artística que estaban buscando. El Accionismo Vienés había surgido.
Los momentos más llamativos de esta tendencia artística se desarrollaron entre 1965 y 1970. Según los argumentos de este grupo, el artista —o en su caso el contraartista— únicamente puede acceder a una zona de libertad desde la abyección. Ese carácter asqueroso y repugnante que sólo el cuerpo puede brindar al abrir de forma literal y metafórica para oponerse contra todo lo establecido, resistir, perforar el pensamiento y vaciar la máscara de los cánones del mundo.
Inmerso en ese drama denominado existencia, Günter ha rasgado su carne con una cuchilla de afeitar porque, en su lógica, su cuerpo es la materia plástica y las heridas el pincel, la brocha o la herramienta que le permiten esparcir su propia sangre y excrementos como la pintura que se distribuye en el lienzo de un pintor. Sin embargo, cuando el cuerpo mutilado exige una lectura diferente a la que precisan los lienzos, el escándalo no se hace esperar.
Las reacciones a los performance de Brus son siempre las mismas. Hombres y mujeres que gritan, se sonrojan o alteran porque no entienden cuál es el mensaje o la semántica de un cuerpo ensangrentado frente a sus ojos. Simplemente desconocen o ignoran la carga simbólica del cuerpo humano con todo el contenido sexual, emocional y físico que contiene.
En 1968, durante el Festival Arte y Revolución ocurrido en la Universidad de Viena, Günter Brus llevó a cabo su actuación número 33. En ella, se desvistió con tranquilidad, una a una fue despojándose de sus ropas y enseguida se cortó el pecho y los muslos con una pequeña navaja de rasurar. Acto seguido, orinó en un vaso. Después bebió su orina, defecó y se untó el cuerpo con las heces sólo para terminar masturbándose, recostado en el suelo, mientras cantaba el himno austriaco. Hasta la fecha, es uno de sus actos más recordados.
En seguida vino la crítica. Los dedos acusadores como una condena para una actuación que, en palabras del propio Brus, pretendió ser “un ataque a la imagen pública del Estado a través de unas funciones orgánicas que significaban la degradación del gobierno y su aparato de poder”. Al final, ésta, como muchas otras de sus actuaciones, fueron prohibidas por las autoridades, además de las detenciones de quienes las llevaran a cabo y el exilio forzado para quien se aferrara a ellas. Günter Brus no desisitió.
Las acciones de este colectivo vienés, al igual que las actuaciones de otros artistas de Europa, Estados Unidos y Australia del momento como Chris Burden, Marina Abramovic, Gina Pane, Stuart Brisley o Stelarc pretendían hacer visible —a través de su propio cuerpo— lo invisible, mostrar aquello que estaba sumido en la oscura anatomía del dolor, la sexualidad y la carne para conseguir esa zona de libertad por la cual había que tolerar lo intolerable; lo lograron.
Walter Benjamin sostuvo alguna vez que el arte no trata de llamar la atención: “ningún poema está dedicado al lector, ningún cuadro a quien lo contempla, ni sinfonía alguna a quienes la escuchan…” Sin embargo, Günter Brus y compañía construyen un discurso en el que la expresión del cuerpo es potenciada por el silencio de quienes lo miran estupefactos, sin valor para contradecir lo evidente.
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Si deseas conocer más acerca del performance como una actividad artística, sin duda lo grotesco y lo terrible tienen lugar en el arte. Sin embargo, Brus no ha sido el único en incursionar en este mundo, las mujeres también han representado sus propias inquietudes; conócelas.