“No estoy obsesionado con hacer representaciones de la fealdad. Todo lo que he visto es bello”. Probablemente estas palabras resumen la poética que el pintor alemán Otto Dix trazó a lo largo de su vida y obra. Su trabajo retrata los contrastes sociales, los estragos de la guerra, los bares, el jazz, el rostro de los marginados, de los habitantes de la noche, la luz y oscuridad de las ciudades y la doble moral de una civilización en decadencia.
Las pinturas de Otto Dix son postales de la tragedia humana experimentada por el propio autor. El artista, criticado y admirado por sus creaciones, nació en 1891, en Untermhaus, un poblado cercano a Gera en Thuringia, Alemania. Perteneció a aquella generación nacida a finales del siglo XIX, quienes se convirtieron en soldados a principios del XX. Su interés por el arte comenzó a temprana edad: fue aprendiz de dibujo decorativo a los 15 años y, un lustro más tarde estudió en la Escuela de Arte y Oficios de Dresde. Interrumpió su formación, como muchos de sus contemporáneos, y se inscribió como voluntario en el ejército, quedando al frente durante cuatro años:
“Por eso tenía que ir a la guerra. Cuando uno es joven, sabe usted, le importa un carajo si al que tiene delante le parten la cabeza o no. Da exactamente lo mismo. Hay que salir. Aún no existe el miedo. Yo aprendí lo que era el miedo siendo joven”.
Comenzó como artillero pero al poco tiempo lo transfirieron a la unidad de suboficiales que controlaban metralletas destinadas a acabar con las vanguardias de los ejércitos enemigos, estuvo en el grupo británico en el que se encontraban otros creadores como C.S. Lewis y J.R.R. Tolkien, quienes, desde su propia disciplina artística, relataron estos traumáticos sucesos.
Durante su fatídica estancia en la guerra, Otto Dix llevó consigo un diario y un pequeño cuaderno en el que realizó una detallada y mórbida crónica de todo lo que presenció durante esa época. De ésta surgió una serie de grabados llamada Der Krieg (La Guerra), en la que se encuentran retratos de cadáveres de soldados y caballos, trincheras humeantes, heridos de todo tipo, prostitutas vestidas como burguesas en las ciudades ocupadas y una penetrante violencia que quedó marcada en la mirada de Dix y que logró plasmar en su peculiar obra.
La guerra terminó para él gracias a una herida que pudo causarle la muerte. Al recuperarse, regresó a casa y terminó sus estudios de arte. Ya no estaba en el campo de batalla pero sus pinturas seguían ahí, al frente, dentro de alguna zanja llena de sangre y pólvora. Volvió, como pudo, a la vida común y presentó su trabajo en la exposición: Expresionistas alemanes de Darmstadt y en el Novembergruppe de Berlín. En el plano personal, se casó con Martha Koch y tuvo tres hijos con ella.
Poco a poco Dix se fue haciendo de un nombre en el mundo artístico hasta que su obra llegó a manos de Karl Nierendorf, un vendedor de arte de gran influencia en Berlín. En 1924 publicó la serie de grabados La Guerra, que derrumbó la imagen heroica que se tenía de este conflicto armado y la sustituyó por una visión más realista y lacerante, llena de sufrimiento, sin lugar para la gloria. Tanto en aquel tiempo como en la actualidad, el arte de Dix escandaliza o incomoda a algunos, mientras que para otros fue y sigue siendo un retrato de la naturaleza humana.
El periodo entre 1927 y 1928 fue revitalizante para Dix: se convirtió en profesor en la Academia de Arte de Düsseldorf, la Kunstakademie Düsseldorf; participó en la Bienal de Venecia; nació su hijo Jan y llevó a cabo uno de sus trabajos más representativos: Metrópolis. En 1933, dejó su puesto cuando los nazis subieron al poder. Hitler tenía una perspectiva mucho más ortodoxa del arte y la obra de este peculiar pintor no tenía nada que ver con los ideales del apenas instaurado régimen.
Sus cuadros tuvieron un lugar en el agudo y simbólico ataque que fue la Exhibición de Arte Degenerado, organizada por Adolf Ziegler —pintor y político que se convirtió en una de las figuras más importantes del Tercer Reich en cuestiones culturales, y fue quien confiscó la mayor parte de obras de arte en aquel periodo—. En ésta se presentaron más de 650 obras que simbolizaban, según la maniquea curaduría de Ziegler, un insulto a los ideales alemanes, a las verdaderas técnicas artísticas, y la decadencia de la cultura de aquel país.
Viajó al campo, específicamente al lago Constanza, debido al acoso del nazismo y, al igual que sus días en el frente, pintó lo que sus ojos percibían: grandes paisajes sin connotación ideológica o algún tipo de violencia; era simple contemplación. Sus obras Trincheras y Mutilados fueron destruidas durante este periodo, junto a otros mil cuadros de otros pintores considerados como “artistas degenerados”.
La Segunda Guerra Mundial llegó y Dix tuvo que enfrentarse nuevamente al rostro del combate. Se unió a la milicia nacional llamada Volkssturm, conformada principalmente por jóvenes y viejos. Después fue capturado por los franceses en Colmar, mientras el Tercer Reich se dirigía súbitamente a su derrota definitiva. Regresó a su morada en la provincia alemana, ya con el nazismo sepultado, y recuperó poco a poco su estilo original, por el cual fue reconocido durante el resto de su vida, en Alemania y en el mundo entero.
El dolor y la tragedia, la guerra y un estado represivo, no pudieron acabar con la prolífica e inspiradora obra de Otto Dix, un hombre que se nutrió de la pesadumbre de un siglo oscuro —quizás uno de los más oscuros de la humanidad— y logró combinar en sus cuadros el color de la vida y la muerte, dando un ápice de luz a las trincheras que sirvieron de tumbas para muchos soldados olvidados; a los callejones que recorrían prostitutas, músicos, pobres y ricos, hombres y mujeres de todo tipo, todos envueltos en ese halo de extrañeza que siempre acompañó a Dix, como si siempre hubiese hecho un autorretrato con el rostro de los demás:
“Mi deseo es aproximarme lo más posible a nuestro presente, ser tremendamente actual, sin someterme a dogmas artísticos. […] A través de mis cuadros intento acceder a nuestro tiempo… Pintar es un intento de crear orden. El arte para mí es conjuro”.
La obra de Otto Dix tendrá su primera muestra individual en la capital mexicana a partir del 11 octubre en el Museo Nacional de Arte como parte de la programación alemana del Año Dual Alemania-México 2016-2017. Podrás conocer 174 de sus trabajos y, con ello, presenciar la obra de uno de los pintores alemanes más importantes de la historia.
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