El quehacer plástico de la artista mexicana María José de la Macorra se halla estrechamente relacionado con una estética sutil que alcanza gran potencia y monumentalidad a través de la observación intimista. El poder de sus obras proviene tanto de la precisión y complejidad de cada una de las partes que conforman a las complicadas obras compuestas por módulos autónomos conectados orgánicamente, como de las múltiples posibilidades de los materiales y la fuerza visual de una producción de innegable intertextualidad y conexiones subyacentes.
En virtud de ello, en la totalidad de sus objetos, esculturas, videos y fotografías resultan tan igualmente importantes las particularidades de cada entidad y su modo de conversación con el resto de la producción –anterior y actual—de la artista: operan, pues, como un cuerpo vivo. Es decir, de la Macorra permite que el espectador establezca diálogos entre los trabajos mostrados en múltiples exposiciones individuales y colectivas, a pesar de que la naturaleza de estos sea divergente en cuanto a soportes, interfaces, medios y procesos de elaboración, pues confluye en las estructuras eidéticas y los contenidos estéticos. Ello se debe a que cada una de las piezas que la artista emprende y elabora durante largos periodos, retoma y revisita su imaginario, afín con la vida y sus ciclos, el paisaje exterior que se ensambla fenomenológicamente con el individuo que lo experimenta derribando las fronteras entre interior y exterior, así como la relevancia de las formas para detonar la experiencia estética del observador.
La multiplicidad técnica de sus piezas se vincula directamente con la operación creativa: los medios y métodos utilizados tienen para de la Macorra una gran trascendencia personal, pues ha optado por ellos debido a su pertinencia plástica para abordar y contener ideas, o bien, como resultado de un vínculo emotivo y estético. Así, telas, cuentas, cerámica, materia orgánica, fotografías, metal, alambre y hule, por mencionar algunos ejemplos, constituyen una amalgama técnica que equilibra forma y contenido. Ello permite que el acercamiento sensible revele, desde la delicada prolijidad, una fuerza epistemológica que yace en la configuración material. Cada pieza es un activador sensible mientras, el conjunto de ellas, se convierte en una cadena de devenires engarzados como vértebras perladas, cuyas alteraciones e, incluso, desmaterializaciones debidas a la naturaleza de los medios son previstas de cara a formar parte de las múltiples posibilidades estéticas, discursivas y visuales que rigen a la producción.
Otra noción implícita en muchas de las obras de María José de la Macorra es la de la cartografía, evidenciada claramente por el empleo de mapas y topografías, trasladados plásticamente a superficies industriales que consiguen ser poetizadas mediante técnicas, fases, transcursos creativos, traducciones argumentativas y materiales impredeciblemente empleados. Dichos esquemas territoriales se identifican con intensas cumbres dentro de una trayectoria que jamás pierde de vista la importancia intrínseca y sigilosa del devenir temporal cotidiano, tanto en sus cambios como en sus trascendencias. Se trata de mapas de lo efímero, lo biológico y lo sensorial, cambiantes y silenciosos que se prolongan como constelaciones líquidas y cíclicas para acaecer en antologías de la vida que se transforma.
Puede, en este sentido, concebirse cada obra como un hexagrama chino, dotado de la fuerza expresiva primigenia de un ideograma, así como de la yuxtaposición de nociones filosóficas que explican la conformación del Universo a través de la unión dicotómica de identidades opuestas pero complementarias. En otras palabras, cada una de las obras de María José de la Macorra representa un elemento gramatical más que se añade al lenguaje que la artista ha ido inventando, retomando, afinando y revisando a lo largo de toda su trayectoria. El resultado es un idioma estético, plagado de referentes y citas, así formales como literarias, epistemológicas y biográficas, invariablemente enlazadas con la experiencia sensible y la conmoción accesible a través de la experiencia estética.
A pesar de la complejidad temporal y transitoria de las obras de María José de la Macorra, así como del vastísimo volumen de piezas, detalladas e interdiscursivas, el espectador se sorprende capturado por su discreción, circunspección y materialidad, así como por el ligero transcurrir de las superficies y soportes. Quizá, jugando a imaginar cómo de la Macorra juega a traspasar fronteras, pueda pensarse que sus obras son una especie de manifiesto de vida: fragmentos que pretenden entender sensorialmente el instante vital que se desarrolla en el interior y el exterior de quien mira. Visualidad que se perpetúa indefinidamente en ciclos fugaces del ser.
*Las fotografías son cortesía de María José de la Macorra