Salvador Dalí dijo una vez “no tengas miedo de la perfección jamás la alcanzarás”, más que pesimista, su idea hoy resulta bastante realista. Tal vez ésa sea la razón por la que todos odiamos a quienes parecen alcanzar la perfección, por lo menos momentáneamente. Como un chispazo incandescente, algunos consiguen el éxito que todos deseamos. Picasso decía “la acción es la clave fundamental de cualquier éxito” y quienes siguen su premisa logran llegar hasta donde soñaron, pero no lo hacen solos. Todos aquellos artistas que tocaron con sus manos la irreversible fuerza de la fama, llegaron ahí con cientos de seguidores detrás y obviamente otro tanto de enemigos.
Frida Kahlo decía que pintaba flores, pues así éstas no morían. Su intención parecía genuina al convertirse en una artista y activista con causa. No obstante, aún después de su muerte, el número de personas que hoy la odia por haberse convertido en una mujer de fama internacional, es mucho más grande que el número de conocedores de su obra completa. Para el público, un artista peca más cuando levita sobre una nube de reconocimiento y alabanzas, que cuando lastima a otro ser vivo durante un performance, como lo hizo Guillermo Vargas en su montaje “Eres lo que lees”, en el cual dejó que un perro muriera de hambre para completar su exposición.
Los parámetros sociales con los que la mayoría califica al arte van de la mano con el esfuerzo que un artista tenga que hacer para llegar hasta donde está. El efecto Marina Abramovic es tan similar a lo que sucede con la música y los grupos que despuntan en la industria. Mientras un círculo de fanáticos sienten esa intimidad y exclusividad con su banda favorita (que aún no es reconocida por todos) no existe nadie mejor que este grupo “independiente”; en el momento en que los músicos comienzan a subir los escalones de la popularidad, un gran número de seguidores prefieren perderlos de vista antes de admirar a otra banda más que pertenezca a la masa de las más famosas.
Abramovic dijo “si vamos por el camino fácil nunca cambiaremos” y ése fue el camino que ella misma siguió. La abuela del performance se dedicó a crear todo lo que nadie había hecho antes. Sus actos fueron fenómeno del arte, pero también remolinos sociales con lo que Marina se transformó en una de las artistas más importantes del siglo y posteriormente en una de las más odiadas.
El efecto Abramovic gira entorno a muchas concepciones equivocadas que los seres humanos poseemos. Andy Warhol expresó que “arte es todo aquello con lo que puedes escapar”, pues a partir de las obras de grandes artistas es que el espectador se enfrenta e involucra con otras realidades. Todas ellas parecen ser una oportunidad para conocer nuevas perspectivas, pero cuando se trata de lo que un artista de renombre y con una larga trayectoria comparte, la reacción suele ser mucho más crítica, compleja y hermética.
El motivo por el que odiamos a los artistas que se vuelven famosos puede partir de la relación que hacemos del ámbito comercial con el arte. Es decir, Ai WeiWei además de ser un artista de fama internacional, es un activista que miles han seguido y defendido durante años. Su polémica obra no sólo se centra en la estética, sino en la denuncia, por lo que el apoyo de sus espectadores ha sido fiel. Sin embargo, en el 2016 se confirmó que era mucho más caro exponer la obra del artista chino que la pintura del mismo Hieronymus Bosch, mejor conocido como el Bosco. En ese momento muchos de los que habían seguido su carrera de cerca comenzaron a apartarse.
El hecho de ser ajenos a algo o a alguien nos hace replantearnos la empatía que sentimos hacia ellos. Los artistas que de un momento a otro pasan al ranking de los más famosos o ricos también se convierten en figuras lo suficientemente lejanas como para desconocerlas. El rechazo hacia expositores como Marina Abramovic, Anish Kapoor, Yayoi Kusama o Jeff Koons, surge de la imposibilidad que tenemos de conocer la parte real y humana del que ahora es un personaje de la industria artística.
Keith Haring decía que “el arte debería ser algo que libere tu mente”, como una contraposición a esa idea aparecen todos aquellos artistas a quienes se les reconoce por sus irreverencias, mas no por su trabajo. Así es como comienza ese odio por los que alguna vez trabajaron en proyectos magistrales para ahora comportarse como la mayoría espera que lo hagan: desafiantes y arriesgados.
La relación que existe entre espectador y artista no es muy distinta a una relación de pareja en la que nos enamoramos de lo mismo que odiamos meses después. El efecto Marina Abramovic recae en las mismas intenciones que en un principio muchos autores tenían de provocar a quien presenciara su obra. La única diferencia es que ahora el impacto no se queda en la intimidad de una sala pequeña y un grupo de 10 personas, éste se dispersa entre medios masivos de comunicación, cadenas de museos y exposiciones, y miles de espectadores. Entonces, en medio de todo ese espectáculo de arte y fama ¿quiénes somos nosotros? Nadie en especial, por lo tanto, lo único que nos queda es odiar a quien ya es alguien.