La mayoría de los artistas contemporáneos hubieran aceptado alegres una carta de admiración de Mick Jagger en la que además, la leyenda del rock sugiriera trabajar juntos en el futuro para una portada de los Rolling Stones. Escher no. Él se molestó sobremanera cuando Jagger le escribió llamándolo por su primer nombre, Maurits. El neerlandés respondió la misiva a la asistente de la estrella de rock, solicitando que “por favor, hiciera saber al señor Jagger que no era Maurits para él”. Tampoco respondió un llamado de Stanley Kubrick para una opinión sobre lo que sería un plano en cuatro dimensiones de “2001: A Space Odyssey”.
Asombrosamente, la producción artística de M. C. Escher no se puede clasificar como parte de algún movimiento vanguardista de inicios del siglo XX. Contrario a la mayoría de los artistas, no trataba de plasmar una parte de la sociedad. Los sentimientos tampoco forman parte (al menos directamente) de su obra. El escenario político no es un motivo de peso en sus composiciones artísticas a pesar de que vivió los dos grandes conflictos armados del siglo. La apatía de Escher y su aparente desinterés por el mundo exterior encuentra un desahogo en sus viajes a Italia, especialmente al sur de la península, paisaje que le inspiró a crear algunas de sus obras más tempranas para después volver a sumergirse en lo que su mente le proveía como máxima inspiración.
Escher fue un artista poco considerado en su tiempo. Se rehusó a pintar paisajes, atardeceres, la belleza femenina, la crueldad del desamor o la tristeza de la guerra. Simplemente se dejó guiar por las formas geométricas que invadían su cerebro. Noche tras noche, Escher se levantaba de la cama para materializar sus experiencias oníricas. En una conferencia en 1953, Escher devela lo que ha de guiar su sentido artístico y su percepción del mundo: la distinción entre “personas sensibles” (aquellos que se concentran en la forma humana) y “personas pensantes”, incluyéndose en el segundo grupo de artistas “entusiastas e interesados en el lenguaje de la materia, el espacio y el universo”.
El artista gráfico neerlandés también se inspiró en viajes a Andalucía, específicamente Granada, donde se maravilló con la Alhambra y el arte mudéjar; éste ejerció una influencia importante en su primer período creativo, especialmente en la geometría y la división regular del plano, en donde da forma a través de un patrón a otro espacio opuesto y reconocible. La distinción entre el primer plano y el fondo desaparece, dejando a elección del espectador un conjunto u otro de formas para ver a su voluntad.
El pintor tomó la perspectiva aprendida durante sus cursos de dibujo y arquitectura para plasmar una obra que poco a poco se volvió menos observacional y más imaginativa. Es posible rastrear esa transformación a través de sus obras que bosquejan lo que ha de ser su trabajo más maduro. Los paisajes imposibles caracterizaron la máxima expresión de su arte, como escaleras infinitas y planos con acertijos mentales que crean una disonancia visual en el espectador.
Sobre “Ascending-descending”, una de sus obras más representativas, Escher escribió a un amigo: “esa escalera es un tema triste, pesimista, además de ser muy profunda y absurda. Con preguntas similares sobre sus labios, nuestro propio Albert Camus se ha estrellado contra un árbol en el coche de su amigo y se mató. Una muerte absurda, que tuvo un efecto en mí. Si vamos arriba y arriba, nos imaginamos que estamos ascendiendo; cada paso es de aproximadamente 10 pulgadas de alto, terriblemente agotador y ¿a dónde hemos de llegar? A ninguna parte”. Admirador de Dostoyevski y Camus, tal vez Escher tenía un poco de existencialista. Sus sugerentes obras encierran al espectador en un laberinto irresoluble, como lo puede ser la vida, o una especie de “eterno retorno” en el que no existe nada nuevo por descubrir.
La obra de M. C. Escher es reproducida cotidianamente en la actualidad, no obstante, su autoría es desconocida y en ocasiones revelada hasta que el interés por alguna obra motiva la búsqueda otras de igual naturaleza. El artista tuvo que huir a Suiza donde encontró un clima desfavorable que le obligó a refugiarse definitivamente en sus construcciones oníricas. Profundidad y dimensionalidad, planos imaginarios y equilibrio geométrico caracterizaron la etapa final de su obra artística, legado que a pesar de haber sido relegado por artistas contemporáneos y desconocido por el público, se mantiene presente en el subconsciente.
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