“Cuando miráis, no debéis pensar nunca lo que la pintura `ha de ser´, o lo que muchos quieren que se limite a ser. La pintura puede serlo todo. Puede ser lo que somos, el hoy, el ahora y el siempre”.
Antoni Tápies es considerado como uno de los artistas españoles más destacados del siglo XX. Desde su primera exposición, en 1948, su obra ha estado presente en los principales museos del mundo, y su trabajo escultórico ha ocupado los espacios públicos de varias ciudades.
Admirador del arte y filosofía orientales, mantiene en todas sus obras una conexión indispensable entre estos aspectos y la vida cotidiana, siempre evidenciando la relación hombre-naturaleza.
Es común encontrar en sus pinturas una serie de imágenes y signos que subrayan esta unión; la cruz, por ejemplo, marca la tensión que existe entre la materia y el espíritu, y el triángulo, de acuerdo con los principios del hinduismo, simboliza el cuerpo, el alma y el espíritu del hombre.
En la primera etapa de su vida creó, junto a otros artistas e intelectuales catalanes, el grupo “Dau al Set”, considerado como uno de los primeros referentes de la vanguardia artística posterior a la posguerra española. Este movimiento ampara sus primeras exposiciones que ya ponían de manifiesto su interés por el surrealismo.
En ese momento, abordó sus pinturas a través de técnicas como el grattage, utilizada inicialmente por artistas como Max Ernst y Joan Miró, la que consiste en desgarrar el lienzo una vez que la pintura seca, lo que da como resultado un efecto de relieve y textura inigualables.
Para la segunda etapa de su trabajo se acercó al informalismo en el que los materiales que utilizó jugaban un papel decisivo, “el universo y el hombre están hechos de los mismos elementos, muchos de los cuales, después de un tiempo, se catalogan como basura y automáticamente se desechan”. Paja, calcetines, mantas, cuerdas y papel construyen el mensaje que pretende entregar al espectador.
Tápies replantea el significado de estos materiales para reusarlos y, al mismo tiempo, lograr reintegrarlos a la vida cotidiana del hombre.
Un elemento recurrente en su obra es la silla, la que según el artista, es el más sencillo de los objetos que en su aparente simpleza encierra la vida de un árbol, el sudor de quien la formó y el cansancio de quien alguna vez alivió.
“Todo, absolutamente todo participa de la vida y tiene su importancia. Hasta la silla más vieja lleva en su interior la fuerza inicial de aquellas savias que ascendían de la tierra, allí en los bosques, y que aún servirán para calentar el día en que, astillada ya, arda en algún hogar”.
Su obra traduce las preocupaciones inspiradas por el hombre moderno, que en su afán de estar siempre a la vanguardia, separa de su vida todos los objetos “viejos”, olvidando que al hacerlo se deshace, al mismo tiempo, de su propia historia.