El Libertino

¿Dónde estamos? Trompetas ceremoniales y tambores bailarines como militares alegres de su propia inconsciencia. ¿Dos reyes? ¿Dos reinos? Y El Libertino que les pone pito con el dedo. La filosofía, lo feo, la verdad y su supuesta relación. ¿Hay relación? Mientras tanto la duda, la duda filosófica, y Madame Therbouche pinta a Diderot. Sin embargo,

El Libertino

¿Dónde estamos? Trompetas ceremoniales y tambores bailarines como militares alegres de su propia inconsciencia. ¿Dos reyes? ¿Dos reinos? Y El Libertino que les pone pito con el dedo.

Ellibertino - el libertino

La filosofía, lo feo, la verdad y su supuesta relación. ¿Hay relación? Mientras tanto la duda, la duda filosófica, y Madame Therbouche pinta a Diderot. Sin embargo, los interrumpe la responsabilidad de la Enciclopedia. Rousseau es el problema y Voltaire ya no puede sexualmente. Madame Therbouche quiere hacerle un retrato desnudo, tal cual es la naturaleza. “Es más el estudio de la naturaleza lo que hace a uno filósofo”, responde Diderot. Sin embargo, ella insiste, no tiene miedo de nada y ya ha tenido experiencias con los penes, sean chicos, grandes, gordos, flacos, cortos, largos y de todos colores y sabores. Lo seduce fácilmente recurriendo a las caricias del ego.

“Lo he leído y lo admiro por ser único, especial y extraordinario”.

—Bueno —dice convencido el maestro—, entonces me encuero.

Diderot se despoja de la ropa y queda desnudo. El público aspira, exhala fuerte, ruidoso y fuerte; el público se manifiesta y muestra su sorpresa en esta convivencia escénica.

—No se mueva —dice ella.

—No me muevo

—¿Y eso?

Madame sigue pintando a Diderot hasta que los interrumpe Baronnet, un muchacho que le advierte al maestro que tiene que terminar el artículo sobre moral para la Enciclopedia. Diderot se niega por el tema y subraya que dicha interrupción es intolerable porque de “este asunto depende el destino de Europa”.

—Qué posición va a tomar? —pregunta Baronnet.

Diderot cree que le pregunta reside en su posición sexual y, luego de percatarse que es sobre el artículo, aclara que en ninguno de los extremos.

“El hombre no es ni bueno ni malo por naturaleza”. Escribe sobre la sensual espalda de Madame Therbouche pero su inspiración no es por ella sino por Platón. ¿Existe la libertad? No, los instintos y deseos nos impiden la libertad y para haber moral tendría que haber libertad.

—Los hombres creen que piensan con la cabeza —afirma Therbouche —, pero en realidad piensan con el pito. ¿Sabe lo que siente una mujer al hacer el amor?

—Sí. No. ¡No importa!

Regresan al sexo pero antes de cualquier hecho los interrumpe la esposa del filósofo, quien le reclama que sea tan pirujo. Diderot la besa y le declara, como si fuese una verdad velada, que ella es su pasión justificada de razón. “Jamás te confundo con otra”. Ella le pide que le prometa fidelidad pero Diderot apela a la sabiduría de la naturaleza. “Sería ir en contra de ella”. La naturaleza es sabia. El matrimonio es un afrenta a la naturaleza. El devenir, el cambio, la fluidez y lo incontrolable en nuestro ser.

—Eres un cerdo.

—Soy lo que soy.

Un libertino. Y la felicidad no puede ser la misma para todos. Su esposa se burla de que escriba un artículo sobre moral y él, enfáticamente, se pregunta quién prefiere los sentimientos al sexo. La mujer lo que quiere no es un hombre libre sino un perro obediente. “Sólo usas la filosofía para tus infidelidades”.

—La mujer es reaccionaria por naturaleza.

Ella se resigna, todo parece estar bien y se escucha el ruido de Madame Therbouche escondida en otro cuarto.

—¿Qué es ese ruido?

—¿Cuál ruido?

—¿Tú estás muy seguro que te soy fiel? Puedo hacerlo yo también. La duda es cien veces más deliciosa que la verdad.

Su esposa sale y Diderot queda intrigado, atrapado y encerrado, en sus propias dudas. ¿La moral es el camino racional a la felicidad? No importa cuando aparece de nuevo Therbouche y el sexo como expectativa. Sin embargo, otra interrupción. Entra Miie de D’Holbach, quien quiere tener un hijo sin ningún compromiso y Diderot se apunta como proveedor de dicho favor, sin embargo, no se refiere a ella sino a Angelique, hija del filósofo.

Entonces cambia el discurso y aquél tributo a la sabiduría de la naturaleza se convierte ahora en su negación. “El matrimonio es necesario para la especie”. El doble discurso. “¿Acaso yo he abandonado a tu madre? El deber obliga. La sagrada indisolubilidad del matrimonio. Todo hijo necesita una figura masculina y femenina. Yo no quiero que tengas un hijo sin padre. Primero la colectividad, la inmolación del individuo en aras de la posteridad”.

Vuelve Madame Therbouche. Voltaire es un amante de mierda y, además, sólo tiene ojos para los hombres. Diderot confía en superarlo. “Soy más hábil en la cama que en el escritorio.” ¿En qué estábamos?

—En la moral del individuo.

Reinician la sensualidad y vuelve a interrumpirlos Baronnet. “Dame diez minutos”, dice Diderot e intenta escribir. Madame de Therbouche y Miie de D’Holbach se pelean por él y él, orgulloso, reconoce que dicho duelo es muy halagador, “¡pero yo no soy propiedad de nadie!” Ambas le ponen un ultimátum. “¿Cuál de las dos?” Y Diderot reflexiona en que son dos deseos diferentes, y los deseos no se pueden escoger.

—Entonces escoja a las mujeres.

—¡Imposible! —afirma Diderot— ¡Filosóficamente imposible!

Y recurre a la analogía del asno que se murió por no poder escoger entre agua y avena. Lo vuelven a jalonear y él dice basta.

—Ya no me acosen sexualmente, yo no soy un juguete. Yo sólo pido paz. Mi mejor amante es la filosofía. ¡El futuro del siglo de las luces se debate aquí!

Las corre para poder trabajar y, lamentándose, confiesa que es una víctima del sexo. Intenta escribir, la interrumpe su hija llorando quien se echa, dramáticamente, sobre los cojines. “¡Tenías razón, papá!” El hombre que quería para padre sin compromiso es muy viejo. “Pero si tiene mi misma edad”, aclara Diderot. “Por eso, papá. Ha de tener podrido los espermas.” Diderot se deprime en silencio. Entonces se percata del robo de su cuadro de Catalina la Grande. La pelea por su amor no era una auténtica pelea sino un plan de estafa entre Madame de Therbouche y su amante Miie de D’Holbach.

—Disfruto haciendo daño, sobre todo a los hombres.

—Lo único que usted quería era despojarme.

—No, sí hubo un momento en que quería exprimirlo vaciándole el tinaco.

—Usted está loca.

—El sexo es la guerra. Reduzco a los hombres a nada, a los supuestos fuertes los doblo, los domino succionándoles el esperma. Ese es el amor, querido, un rito de muerte. No hay alternativa, el mundo es así.

Diderot no cree en el castigo y por ello no la acusa de robo. “Yo amo la belleza y, esta tarde, el mal es bello. Tengo miedo, pero no de usted, sino de lo que siento por usted. Como el vértigo, la seducción definitiva”.

—Me tengo que ir —dice ella enamorada.

—Usted no se va, usted huye.

¿Quién siente más? ¿El hombre o la mujer? La analogía del dedo que se rasca la oreja. ¿Dónde está el placer? ¿En el dedo o la oreja? Vuelve a entrar Baronnet por la urgencia del artículo y Diderot le dicta: “Moral”, véase: “Ética”. La moral es una estafa.

—¿Y los lectores? —pregunta Baronnet.

—Eso los ayudará a pensar.

Debate sobre la filosofía. Física o metafísica, cambio o inmutabilidad, particular o universal; finito o infinito, pluralidad o esencia, relativo o absoluto. “No hay una mujer como no hay una filosofía”, afirma Diderot y recomienda a Baronnet que haga suya la levedad del ser. “Las ideas son como las mujeres, y pronto el deseo se bifurca. Toma la filosofía como el amor de una noche.

La Academia es un prostíbulo y las ideas son unas putas. Poseer la mujer es poseer la verdad, y no te fíes de nadie, ni siquiera de ti mismo”.

—¿Qué va a escribir en el artículo sobre la moral? —pregunta Baronnet.

—Ese artículo nunca saldrá a la luz. No voy a cargar el mundo con filosofías morales. Sólo confiar en el sentido común y la buena fe.

El debate entre la filosofía y las mujeres pone al descubierto la filosofía del devenir de Diderot, quien reduce las preguntas más fundamentales a los deseos incontrolables. Casarse con una filosofía es como castrar la naturaleza humana, y castrar la naturaleza humana es la más falsa filosofía.

Aplausos.

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El trabajo actoral es extraordinario. Rafael Sánchez Navarro explora en las alturas de su cuerpo, rostro y voz, los recovecos argumentativos del filósofo que se hunde en la disyunción entre la teoría y la praxis, las ideas y la acción, entre el ser y el devenir. Marina de Tavira proporciona el equilibrio entre las dudas por el deseo y el deseo ante las dudas, la pasión y la razón, la verdad y la ilusión. Karina Gidi ofrece el peso de una actriz que siente el escenario y la belleza del punto de quiebre en el pensamiento, supuestamente coherente, de su marido Diderot. Marcela Guirado proyecta la infancia y sobreprotección del filósofo aún en contra de sus textos en la historia de la filosofía. Andrea Guerrero completa la fuerza dramática brotando una perspectiva más en las confusiones y mentiras del pensador, y la colectividad se funde con aquella voz de la responsabilidad personificada por Alberto Dányuro.

Aplausos a los actores, al dramaturgo, Eric-Emmanuel Schmitt, y al director , Otto Minera, quien con dinámica, claridad y fluidez, desarrolla un texto profundo en la conciencia inteligible del público. Aplausos a la escenografía, la iluminación y el diseño de vestuario. Aplausos a toda la producción y aplausos a su obra como una hermosa y sabia concreción de las dudas en la vida y pensamiento filosófico de Diderot.

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El Libertino se presentará los viernes (20:30), sábados (18:00 y 20:30) y domingos (17:00 y 19:15) en el Centro Cultural Helénico hasta el domingo 2 de agosto.

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