Texto escrito por Mariana Rey
Joaquín Sorolla Bastida fue un pintor de escenas cotidianas campesinas y marineras. En sus cuadros es posible “entender” la vida popular española en tiempos del reinado de Alfonso XIII. La atmósfera que imprime en los protagonistas del cuadro, y las figuras bien podrían ser impresionistas. Hay también huertos, jardines, campesinos, gente platicando, y un sol cálido que caracteriza la mayoría de sus pinturas. Un sol calientito, envolvente, rico; que hace brillar el mar, las hojas, las espaldas desnudas, las flores.
Sin embargo, cabe mencionar algunos hechos: El reinado de Alfonso XIII (1902-1930) fue un período convulso en la historia de España. En él se produjo la crisis del Sistema de Cánovas por los problemas de los propios partidos: Conservador y Liberal. Paralelamente, se reforzaba la oposición republicana, nacionalista y especialmente, los movimientos obreros, al tiempo que la sociedad y economía experimentaban los primeros indicios de modernización. Por su parte, el Rey Alfonso XIII intentó sustituir el inoperante juego político por un sistema autoritario sustentado por los militares. Eso le costó su trono.
La neutralidad de España durante la I Guerra Mundial abrió mercados y favoreció el crecimiento económico y la agitación social. La crisis de 1917 junto al nacionalismo catalán, el sindicalismo militar y las huelgas revolucionarias influyeron en la descomposición del régimen político y el fracaso en 1918, de un gobierno nacional formado por miembros de los dos principales partidos.
España atravesaba por una etapa de transformación y de profunda crisis que no era posible eludir y por eso, las críticas hacia Sorolla fueron directas al atacar su obra con calificativos como: “rumor de mercaderes de Levante” (Machado) “gitanos o fenicios” (Valle Inclán) lasciva (Unamuno).
Se le acusó de reflejar una imagen irreal de la patria limitándose a ensalzar las bondades de quien le pagaba. Por su parte Sorolla centraba sus esfuerzos en su labor artística y su familia expresándose de la siguiente manera: “yo aspiro a pintar el sol, yo aspiro con la punta de mi pincel, derramar rayos de luz sobre el lienzo y que queden fijos eternamente, pienso dar a mis cuadros la vibración de la luz, la vibración del aire, la vibración del éter”.
Estas dos perspectivas de la obra de Sorolla quedan para la reflexión en más de un punto. Por un lado, está el artista que no desea ser partícipe de movimientos sociales porque quizá le son indiferentes, no le interesan y no le afectan. Por otro lado está la responsabilidad que como artista se adquiere, pues su voz hace eco y de esta manera adquiere un compromiso social.
Al contemplar sus cuadros, no existe en su visión la presencia de una agitación social, ruido político y mucho menos el descontento de la población. Cierto es que sus pinturas pertenecen a una existencia alejada, tranquila, pasiva, contenta; son de otro mundo.
Al día de hoy, es difícil imaginar el pensamiento de Sorolla que le hizo enfocarse en la belleza natural, que también era real, y que quizá se volvió un puente menos doloroso, ante una escena de vida que tampoco podía cambiar. Esta postura es válida y valiosa porque hace visible la capacidad del ser humano para adaptarse al tiempo que le ha tocado vivir.