En medio de la selva brasileña se esconde un paraíso que alberga, a lo largo de 140 hectáreas, más de 80 instalaciones artísticas y 22 galerías dedicadas al arte contemporáneo nacional y mundial. Su tamaño no se compara con ningún otro en el mundo. Ni el Louvre, la Galería Nacional de Londres o el Museo de Historia Natural de Nueva York poseen el récord que este espacio ostenta.
Aún más: no sólo es un museo, se trata de un concepto múltiple donde el arte se combina con la naturaleza, un concepto que renueva la fórmula de la exposición en los museos y acerca la cultura a las áreas verdes.
Las instalaciones del museo incluyen un vivero, una colección de más de 800 palmeras, cuatro lagos artificiales y diversos restaurantes a lo largo del camino, que puede ser recorrido a pie o bien, en un mini Jeep que te transportará alternando entre naturaleza y diseño.
Inhotim pretende romper con la idea de que un museo debe ser un sitio oscuro y encerrado, un gran salón en el que se exhiben obras y abunda el silencio. La exuberante vegetación, propia de la provincia de Minais Gerais complementa el museo con un majestuoso jardín botánico que pretende conservar las especies originarias de la Mata Atlántica brasileña, un ecosistema único en Sudamérica, a través de programas de conservación, reproducción y consciencia ambiental.
Durante el recorrido de sus densos jardines, Inhotim invita a la contemplación de las obras artísticas desde otro punto de vista, las saca de las salas y las exhibe a la intemperie, ofrece un par de hamacas para tenderse en ellas mientras se descubren todos los significados de alguna pieza, alienta a participar en las obras entendiendo al arte como una creación social, incluso cuenta con una alberca, instalación artística que asemeja una libreta de direcciones y en la cual puedes zambullirte.
El museo trabaja activamente con artistas, pues apoya su trabajo creativo y organiza exposiciones en el par de salas temporales que tiene para el talento emergente de la región. Una de las características que distinguen a este museo del resto es que las instalaciones y soportes creados por los artistas están diseñados para ser visitados únicamente en ese sitio, lo que forma un concepto acabado que integra el arte y la naturaleza del lugar.
Otra instalación fuera de lo común es el Sonic Pavilion: sobre una colina, aparece un edificio de forma cilíndrica que a simple vista parece una torre de control o un faro.
Se trata de un pabellón auditivo que conserva esa forma para mejorar la acústica del lugar. En el medio, un hoyo de más de 200 metros de profundidad revela uno de los sonidos más antiguos de la Tierra: el del choque de las placas tectónicas. Todas las personas están en silencio y pueden escuchar los sonidos provenientes desde las entrañas del planeta, similar a un rugido constante que aumenta súbitamente y luego desaparece, obra del artista experimental Doug Aitken.
El creador de esta utopía es Bernardo Paz, un multimillonario que se dedicaba a exportar metales a China y decidió seguir el sueño de crear un sitio que combinara la belleza artística con la natural. Inhotim abrió las puertas al público en 2006, desde entonces ha crecido su popularidad y fama y el año pasado registraron más de 300,000 visitas. El anhelo de Paz es que el parque logre ser autosustentable, pues la enorme inversión hecha por Inhotim aún genera pérdidas y su objetivo es que sea parte de un proyecto social.
Además de la causa artística, Inhotim está comprometido con el desarrollo de los pueblos y culturas de que rodean Brumadinho, municipio donde se localiza. A través de proyectos sociales, como el Laboratorio de Brumadinho, el museo pretende acercar la cultura a aquellos brasileños que más difícilmente tienen acceso a ella y familiarizar a los niños con el arte contemporáneo, reflejo de su porvenir.
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