Desde fines del siglo XVII, era costumbre entre los jóvenes aristócratas ingleses realizar un viaje hacia las principales ciudades de Francia y los reinos italianos. Esto dio origen al llamado Grand Tour, término acuñado por Richard Lassels en su libro El viaje a Italia (1670). Deseosos de llevarse al nublado norte un recuerdo de la luz y la arquitectura mediterráneas, los paseantes adquirían vistas o vedute realizadas por artistas locales.
Ya en los albores del siglo XVIII, la influencia del pensamiento ilustrado llevó a muchos europeos a recorrer diferentes latitudes del orbe. La tradición comenzó en Gran Bretaña y después numerosos países se sumaron a lo que representó, por igual, el viaje romántico y la exploración científica.
El origen del género flamenco
La representación del entorno acudió en la Antigüedad a mitologías y evocaciones del paisaje pastoril –de las célebres Églogas de Virgilio (70 a.C.-19 d.C.) hasta Lope de Vega (1562-1635) y Juan Meléndez Valdés (1754-1817)–, y ya en el umbral de la modernidad, al urbanismo. Los pinceles renacentistas y barrocos encontraron en asuntos religiosos y civiles un acercamiento al género de paisaje. Usos, costumbres y vida cotidiana en espejo con los temas devocionales que inspiraba la Iglesia. En ellos se muestra la transición del paisaje como escenografía hacia las perspectivas reales que trajo consigo el Renacimiento.
Obras como la de Luc Gassel y Joachim Patinir, Paisaje con Cristo como Varón de Dolores, o Lot y su familia huyendo de Sodoma de un seguidor de Daniel van Heil refieren al entorno como protagonista. Dan cuenta de este género las pintorescas composiciones de los maestros flamencos y neerlandeses como Paisaje con pescadores de Klaes Molenaer o Festín de pueblo con personas afuera de una posada y otras jugando de Joost Cornelisz Droochsloot, amén del anónimo Paisaje boscoso de un poblado con un molino y una iglesia. La tradición flamenca del entorno marcó su individualidad en el contexto europeo del siglo XVII.
El itinerario italiano
El capricho se inspiró en la arquitectura renacentista y neoclásica. Este género ocupó también un sitio fundamental en el arte del siglo XVIII: en aquellas imágenes el hombre sólo figura esbozado entre vestigios de ruinas o evocadores paisajes.
Como estilo pictórico, correspondió a una fuerte demanda de viajeros ingleses y visitantes ávidos de llevarse un recuerdo de los lugares que conocían, que dieron lugar a reproducciones ideales. Con temas y personajes sencillos, las arquitecturas exaltaron edificaciones clásicas y monumentales. Muestra de ello son Capriccio de la terraza de un palacio, con El regreso del hijo pródigo de Jacob Ferdinand Saeys, y los célebres Capricho del sur de Isaac de Moucheron y Capricho (Paisaje con una torre y peregrinos) de Antonio Francesco Peruzzini.
Durante los siglos XVIII y parte del XIX las descripciones de las estancias del viaje por Roma, Florencia, Nápoles y por supuesto Venecia, configuraron una tradición que dejó testimonio en diarios, cartas, postales, apuntes y un buen número de obras artísticas que despertaban gran interés en otras latitudes del Viejo Continente.
Roma y Nápoles
Roma y Nápoles causaron gran expectación por sus edificaciones y cultura. Artistas de diversas nacionalidades acudieron a captar las vistas de los alrededores de Roma: cascadas, villas y arqueología poblaban los lienzos como evocación del viaje.
Destacan Vista de los alrededores de Roma de Alphonse Dupont, Vista de la bahía de Nápoles del artista español Juan Ruiz y La bahía de Monte Nuevo del inglés Samuel Palmer.
Venecia y sus vedutas
Desde los reinos italianos del settecento un género cautivó a toda Europa: las vedute o vistas de paisajes históricos, arqueológicos, naturalistas, civiles y de costumbres.
Numerosos artistas retrataron sus impresiones de viaje, lo mismo de las ruinas del Foro romano, Pompeya, y la campiña toscana. Uno de los escenarios que más encantó a los viajeros fue la laguna veneciana.
Creadas como recuerdos para viajeros extranjeros, las vedutas tuvieron mucho auge. Las construcciones del Gran Canal, la emblemática Plaza de San Marcos o las góndolas entre los edificios del settecento, dieron la posibilidad a artistas como Marieschi, Bossoli o Bernardo Canal de eternizar a Venecia en sus pinceles.
Una de las mejores obras de este periodo es La Torre de Constable, Castillo de Dover del célebre artista Joseph Mallord William Turner, quien con lápiz y acuarela muestra la inmensidad de la naturaleza con un castillo que se yergue ante la silueta de un personaje solitario.
El paisaje europeo fue fundamental en el hombre y lo que lo rodea. Es signo de identidad, de apropiación y coordenada.